Pic de l' Aiguillette

Hace unos años subimos a este pico en un día gris y ventoso. Nuevamente volvemos a él aprovechando un espléndido cielo azul. Ruta fácil para subir con esquís, un poco más ardua subiendo con raquetas a causa del escalón final antes de llegar al collado. Una vez desde aquí, lo normal en estas fechas es subir a bota limpia por la cresta esquistosa. Estupendas vistas desde esta divisoria fronteriza.


Desde la boca norte del túnel de Bielsa  nos ponemos esquís y raquetas para encarar el pico que desde el inicio tenemos a la vista. La ruta es franca, primero al collado situado a la derecha para encarar después la cresta hacia la cima.

Los primeros metros de ascenso son muy cómodos ya que la pendiente es constante y no excesiva. Progresamos rápido ya que la nieve todavía no está transformada por el sol. Abajo queda el aparcamiento de la salida del túnel.

Al ganar altura se descubren las bonitas formas del pico Garlitz.

Antes de llegar al collado se encuentra el único momento de mayor esfuerzo. La pendiente se inclina notablemente. Marisol opta por buscar nieve más profunda donde trabajar con las raquetas y por eso va hacia la cara más expuesta al sol. Sube al derecho para evitar media ladera.

Yo he optado por irme hacia nieve más dura, menos soleada, donde hacer zetas más cómodo con los esquís, y aprovechar la ganancia de altura con la media ladera. Los cantos de los esquís me ayudan.


Salvado el escalón, espero a Marisol haciendo una panorámica del valle por donde hemos subido, Le ruisseau de Hourquet que se une con la Neste de Saux.



No hemos llegado todavía al collado, falta poco, pero ya vemos el contorno del pic d'Aiguillette

Ya en el puerto tenemos frente a nosotros las atractivas paredes y crestas de Gerbats (izquierda) y Gela (derecha)

Es un buen lugar para tomar un respiro y contemplar este magnífico entorno.

Repuestas las fuerzas, queda el último tramo. 

El circo de Barroude
























La nieve no cubre la cresta, quedan al descubierto lascas esquistosas pulidas por el hielo.

Cima del pic de l' Aiguillette y mirada hacia la boca norte del túnel de Bielsa.























El pico Puerto Viejo de Bielsa queda encuadrado en el centro de la fotografía. A su izquierda el pico Barrosa, y a la derecha el Troumouse























Hacia el norte, en amplia panorámica vemos cómo discurren paralelos la neste de la Gela, a la izquierda y la neste de Saux, entre ambos el pico Bourgade. A la derecha el pico Garliz y a la izquierda el Soum des Salettes y detrás el pico Campbieil

La cresta de la divisoria continúa hacia el pico Bataillence



Hacia el sur el barranco de la Pinarra 





Moricandia arvensis

Si en botánica no nos interesara más que el nombre de cada planta, sería equivalente a que de las personas que nos rodean sólo nos interesasen sus nombres. Me explico. Cada vez que una nueva planta se nos cruza en el camino se inicia una relación que abarca muchas facetas. Es como iniciar una relación de amistad. Al iniciar la amistad con una persona, probablemente, lo primero con lo que nos quedamos es su aspecto general. En el caso de las plantas es lo mismo. Al ver Moricandia arvensis quizá lo primero en lo que nos fijemos sea en el delicado y peculiar colorido de los pétalos. Pero al estrechar la relación percibimos detalles que nos pasaron desapercibidos en una primera mirada. Una visión más pormenorizada nos revela sus finos y alargados  frutos, la carnosidad de las abrazadoras hojas, el tacto sedoso de los tallos y el color glauco de sus hojas y ramas. Una vez que esto es familiar ya nos es más fácil recordar su nombre, pero queremos profundizar más en esa relación. Queremos saber dónde vive, cuáles son sus gustos, quiénes son sus amigos, de qué vive, de dónde viene. Moricandia arvensis no vive en cualquier lado, prefiere lugares removidos, espacios alterados por el ser humano. Gusta de escombreras y cunetas. Para profundizar esa amistad también nos interesamos por sus necesidades y así descubrimos que Moricandia no es una planta que guste de fríos, prospera en primavera, pero alargará su vida hasta el verano. Esto nos lleva a preguntar por sus orígenes, y descubrimos que es planta del oeste mediterráneo, vive tanto en el norte de África como en el suroeste de Europa. Este carácter mediterráneo quizá sea la causa de la poca  exigencia en cuanto a la elección del suelo, tanto le da un suelo ácido como básico, aunque comprobamos que se prodiga sin problemas en los inhóspitos yesos. Preguntando por su historia, habremos podido observar que es una planta que hace unos años era bastante rara de ver, y que en la actualidad es frecuente verla en las cunetas de la carretera. Basta ir por la nacional hacia Huesca para comprobar cómo se ha extendido. Respecto a sus amigos, vemos que no es una planta con amistades inseparables, como sucede con otras plantas a las  que siempre se las ve rodeadas de las mismas amigas. Quizá por las características del lugar donde mora, la vemos en compañía de gran variedad de especies, todas oportunistas, como las malvas, cenizos y curiosamente muchas de su propia familia (las crucíferas). Hemos llegado al capítulo de la familia. Ya conocemos a muchas de sus parientes, nos son familiares las  flores de todas sus primas, siempre con cuatro pétalos en cruz, por lo que no nos cuesta iniciar la relación con una nueva conocida de esta vasto clan.
Además estamos agradecidos a esta familia que en no pocas ocasiones son un rico y nutritivo alimento: nos comemos las raíces de rábanos, y nabos; hojas de coles y berros; flores de brócolis y coliflores; semillas  de las mostazas. Pero como la amistad que estamos iniciando no se basa en el interés particular, no importa que Moricandia arvensis no se sume a las lista de las "aprovechables".
Como lo nuestro es una amistad desinteresada, nos basta con conocer, contemplar, y alegrarnos con su presencia cada vez que la primavera se renueva. Y tratándose de una nueva amistad, qué mejor que compartirla, darla a conocer a otros amigos, como por ejemplo los que estas líneas están leyendo.

Castillo de Montearagón.

Aprovechando que teníamos una tarde libre en Huesca, nos hemos acercado al castillo de Montearagón. Ocasión para fotografiar la Hoya y Guara.


Hemos dejado el coche cerca de Quicena, por aquello de andar un poco, aunque la carreterilla llega hasta la misma fortaleza.

Una vez en el recinto del destartalado castillo nos asomamos por uno de los vanos que todavía resisten el tiempo. Quizá el Salto de Roldán ya despertaba la imaginación de los moradores del castillo en aquellos años del siglo XI 

Construido el castillo con materiales del lugar, la marca del tiempo deja su huella en los sillares de arenisca. Alveolos excavados por la erosión, como ya vimos antes en la Gabarda.

El pico Gratal, junto al valle del Isuela, a la derecha la sierra del Águila.


Entre la Peña de San Miguel y la Peña de Amán, se forma el Salto de Roldán. Detrás, con algo de nieve, el pico del Águila y sus torres de comunicaciones.

Los estratos plegados que forman la Sierra de Guara han quedado expuestos  y exfoliados, creando los cantiles que bordean el barranco de San Martín, donde se esconde la ermita de San Martín de la Val de Onsera. Sobre ellos la loma redondeada del Matapaños.

La Sierra de Guara con sus tres cimas, Tozal de Guara, Tozal de Cubilás y Cabeza de Guara, todas ellas con nieve. A la izquierda, asoma el Fragineto.

El castillo de Montearagón está construido como avanzadilla de la montaña. No llega a la Hoya ni está en las sierras. Aprovecha los sucesivos escalones sedimentarios, ya muy abarrancados por una red fluvial que desgasta los taludes y muestra las sucesiones de arcillas y areniscas.

Dejamos el castillo y paseamos siguiendo una de las pistas que recorren las terrazas.

Desde una de estas terrazas nos asomamos a la Hoya. Los cereales de invierno verdean el llano. Hace casi mil años las gentes de la montaña se asomaron a estos cerros con la mirada codiciosa sobre Huesca y sus almunias.