Verbascum sinuatum "berbasco, gordolobo"

Tengo a Angkor unos días en casa, y ,como  es un animal inquieto, he cogido la bicicleta y lo he llevado al trote por el camino que lleva a El Pueyo. Es animal agradecido, y como quiera que sus dueños lo llevan tras la bicicleta muchas veces, ha meneado el rabo con alegría en cuanto ha visto las dos ruedas. Hacía días que no tomaba este camino. Soy enemigo de las calores y los caminos polvorientos, y hasta que  no entra el otoño dejo aparcada la bicicleta. Como ha llovido y comienza a formarse rocío por las mañanas, ahora el camino está magnífico; los cerolleros comienzan a cambiar su color los arañones han tomado su color azul prunoso y la tierra desprende aromas de moho e hinojo.
Angkor tiene un carácter curioso, y aunque me sigue con disciplina, de tanto en tanto le despista cualquier cosa que encuentra por el camino. A veces es el rastro de algún topillo al que se afana por encontrar husmeando entre las hierbas, infeliz si piensa que va a poder verlo. Otras veces es el vuelo a salto de algún pajarillo. En una ocasión se me ha parado junto a un gordolobo que todavía conserva sus flores. No sé si Angkor  tiene querencias botánicas, creo que no. Más bien, pienso que ha sido la casualidad que dondequiera que hubiese algún olor extraño para él allí estaba el gordolobo. Esta vez me he parado yo también y me he quedado contemplando el gordolobo. Las flores todavía lucen sus tonos amarillos, de membrillo maduro, que con el sol al sesgo lucen con un brillo especial. Es éste un gordolobo de hojas recortadas en lóbulos sinuosos, de allí su nombre latino.
Las flores nacen en ramas alargadas que parten de un tallo común, a modo de candelabro barroco. Carece de la tupida borra que encontramos en otros gordolobos, aquellos utilizados para sanar afecciones de la piel y cuyas flores se escaldan para fabricar tisanas que alivien los catarros.  Y con este último ejemplar florecido, disfrutando antes de que la niebla y el frío lo mustien, me he quedado embelesado un rato, hasta que por el rabillo del ojo he visto que Angkor mueve inquieto el rabo. Vale, de acuerdo. Seguimos el camino. Angkor compite con mi rueda por ver quien lleva la delantera. Yo pedaleo mecánicamente, al ritmo del trotecillo de las patas de este perro que hoy me ha llevado a los colores del otoño atrapados en una mata de gordolobo.

Pico de Sacruas / Sacroux

29 de septiembre de 2019.
Dos bellos rincones del valle de Benasque son el lago de Gorgutes y el puerto de la Glera.  Con un poco más de esfuerzo se  sube al fronterizo pico de Sacruas en la toponímia benasquesa, Sacroux en la francesa.

Ibón de Gorgutes y a la izquierda el pico Sacruas/Sacroix. Fotografía tomada desde la Tuca de Paderna.


Donde termina la carretera que un tiempo atrás se proyectó para pasar a Francia a través de un túnel, comenzamos a caminar subiendo entre pino negro, arandaneras y matas rastreras de enebro.

Está proclamado el otoño, pero todavía se mantiene alguna pequeña flor, como esta Polygala alpestris, habitante de los suelos subalpinos ácidos.

Nuestra hija nos ha dejado a Angkor. Éste nos acompaña con su natural curiosidad y su desbordante energía.

Es difícil resistirse a hacer una fotografía a los azafranes silvestres (Crocus nudiflorus)

En cuanto dejamos el bosque y subimos por los ya pardos pastos aparece a nuestra espalda el macizo de las Maladetas. Abajo, el edificio de los Llanos del Hospital. Arriba, el glaciar de la Maladeta.








El ibón de la Solana de Gorgutes está partido en dos  por un desprendimiento masivo de rocas que lo rebasa y se prolonga un centenar de metros más abajo.
A medida que dejamos atrás el ibón de la Solana podemos tener una visión ampliada de la Tuca de la Montañeta 

Unos pocos metros más arriba encontramos el ibón de Gorgutes, con la tuca del mismo nombre a la izquierda y la tuca de la Glera a la derecha, entre ambas cimas se aprecia el sencillo paso del puerto de la Glera. En medio de la fotografía , retirado del primer plano tenemos ya  a la vista el pico Sacruas/ Sacroix.




Seguimos hacia el collado de la Glera, el ibón de Gorgutes adquiere nuevas formas con el cambio de perspectiva.

Hemos pasado el puerto de la Glera, que en la fotografía aparece a la izquierda. La Tuca de la Glera domina el panorama sobre el ibón de Gorgutes.
La Tuca del Puerto Viejo /Mall Pintrat
La Tuca del Puerto Viejo/ Mall Pintrat tiene forma de prisma con cúspide piramidal.

Poco a poco el puerto de la Glera va quedando atrás, asoma la punta del Salvaguardia.

Se nos termina el camino sobre la tasca y comienza un pequeño caos de rocas. Arriba ya distinguimos con claridad la cima del Sacruas en el centro de la imagen.

Un pequeño grupo de montañeros van delante nuestro y comienzan a subir la parte rocosa, una suerte de escalera natural que salva las gradas de calizas fuertemente inclinadas. La ruta sigue una diagonal que va a terminar en los pastos superiores para llegar al collado que asoma a la izquierda.

En el caos de piedras observamos pizarras y esquistos que tienen unas peculiares rugosidades.

Superado el tramo rocoso sin dificultad, aunque con la precaución debida, tomamos las últimas zetas antes de llegar al collado que nos deja en la cresta cimera.

La divisoria fronteriza a la que nos dirigimos tiene continuidad por una cresta que lleva hasta la Tuca de Gorgutes/ Pic d'Estauas
Llegados al collado, ya sólo queda afrontar la fácil cresta que conduce a la cima, pero antes contemplamos lo que se ve más allá de la barrera fronteriza. 
La asimetría entre el norte y el sur del Pirineo queda manifiesta en esta imagen en la que vemos el valle de Bonnéu que desemboca más allá en Bagnères de Luchon. Montañas suaves, de poca elevación, que terminan bruscamente y a breve distancia en la llanura occitana.

Sin complicaciones llegamos a la cima. Hacia el Oeste se despliegan caprichosas formas rocosas, el grupo de montañas que forman los Quayrat y Hount Secs, formación en línea norte sur que contrasta vivamente con la orientación este oeste del Pirineo. El lago Célinda es una pequeño oasis.

Un pequeño destello blanco  sobre una triangular montaña lejana nos da la situación del observatorio astronómico del Midi de Bigorre.

En dirección opuesta, hacia el Este, vemos el tramo final del valle de Benasque. Abajo vemos el camino que lleva al puerto de la Glera, y la cima con el mismo nombre, a continuación la cresta que mira al norte del Pico de la Montañeta. Detrás, pico Salvaguardia y el la Tuca de la Mina, ambas con su silueta piramidal. El ancho coll de Toro, al fondo, encuadra las formas en joroba de las Forcanadas.

Volvemos la mirada al macizo de la Maladeta, ahora ya podemos ver el Aneto.

Glaciar de la Maladeta, con el pico del mismo nombre sobre él, y de fondo la cima del Aneto.

Levemente se distingue la cruz del Aneto sobre la cima. En el glaciar se aprecian las grietas y la rimaya.

Marisol y Angkor  en la cima del Sacruas /Sacroux.



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El museo geológico minero de Madrid y las Rhynias

Hace unos días tuve la ocasión de visitar el museo del Instituto Geológico Minero de España instalado en Madrid. Además de su excepcional arquitectura y la abundante colección de rocas, minerales y fósiles, me llamó la atención la vitrina en la que aparece un fósil de Rhynias.
Ya sé que en el imaginario colectivo la palabra fósil trae a la mente la figura de grandes lagartos, mamíferos desaparecidos o moluscos marinos procedentes de lejanísimos tiempos. Como siempre, el mundo vegetal pasa desapercibido. La idea de lo primitivo sólo trae a la imaginación sangrientas cacerías o enfrentamientos entre seres gigantes,  los documentales sobre el pasado remoto  nos presentan a los animales  moviéndose al ritmo de sincopadas músicas. El mundo vegetal, si aparece, es un mero escenario.
Sin embargo, la evolución de la vida en el planeta Tierra sería muy diferente si las plantas no hubieran colonizado la tierra emergida. Este transcendental paso lo hicieron primero los musgos hace unos 600 millones de años y  200 millones después unos primitivos vegetales, aunque ya poseedores de un sistema vascular, que los paleobotánicos clasifican en el género de las Rhynias, vegetales pertenecientes a la familia de las Pteridofitas, en la que están incluidos helechos y equisetos que aparecieron hace unos 300 millones de años. Cuesta imaginarse la superficie terrestre sin el color verde al que tanto estamos acostumbrados. Incluso en el desierto, en las calcinadas rocas volcánicas o en las rocas desgastadas por los glaciares, encontramos plantas evolucionadas que colonizan con rapidez estos inhóspitos parajes. Qué espectáculo desolador tendría la Tierra antes de que estas primitivas plantas comenzaran a tapizar de verde.  Miro al exterior desde mi ventana y retraso con la imaginación el reloj de la Tierra hasta imaginarme el paisaje que se extiende ante mí transformado en un lugar donde sólo existen los colores minerales. Qué mundo tan extraño. Adelanto el reloj hasta que aparecen las Rhynias, sitúo después bosques de helechos y equisetos gigantes. Todavía tengo que ajustar este reloj algo más de un centenar de millones de años para que aparezcan las primeras flores con su variedad de colores.  Qué pequeña es nuestra era, la de los humanos, ante tal inmensidad.