La espinosa cuestión de la longevidad no es exclusiva del ser humano. La naturaleza también debe gestionar la finitud de la vida, aunque se lo plantea desde otra perspectiva. Entre las plantas nos llaman la atención aquellas especies que superan los siglos, incluso los milenios. Normalmente pensamos en árboles cuando nos referimos a plantas longevas, pero estos ejemplos son superados cuando consideramos la capacidad de reproducción en el reino vegetal; entonces se abre una nueva perspectiva: algunas plantas, al reproducirse asexuadamente, prolongan su vida a través de clones que perpetúan las características genéticas del individuo.
Linaria micrantha |
Con esta solución, un individuo, por ejemplo un helecho que produce continuamente vástagos vegetativos, puede prolongar la vida de su dotación genética particular a lo largo de milenios, siempre que no sufra una catástrofe. Desde una óptica humana, cabría pensar si ese helecho es un individuo o una colectividad de clones. El dilema está en que el ser humano enfrenta la inmortalidad de manera diferente al resto de los seres vivos. Cuando los seres humanos hablamos de inmortalidad lo hacemos a título individual, pero no como especie. El resto de la naturaleza gestiona la inmortalidad a título de especie y no de individuo. Si llevamos este pensamiento más allá, tal y como hace Richard Dawkins, ni siquiera está en juego la inmortalidad de la especie sino la de los genes que dirigen todos nuestros procesos biológicos.
Como nos atrae más la longevidad que lo efímero, pasan desapercibidas aquellas plantas que viven durante breve tiempo. Una gran parte de la vegetación que nos rodea, algo más del 25% en nuestro entorno mediterráneo, está formada por especies que no sobrepasan el año de vida, incluso algunas vivirán sólo unos pocos meses. Es el caso de las siguientes especies pertenecientes a la familia Scrophulariaceae.
Linaria micrantha |
Linaria simplex |
Linaria simplex |
Comienzan a aparecer ya en abril, aprovechando la sazón de la tierra, y escasamente sobreviven hasta mitad del verano, época en la que las semillas están maduras y la planta se seca y muere.
Son fugaces, efímeras, pero marcan con su constante nacer y morir el ritmo de las estaciones. Y año tras año colaboran en la perpetuación de la especie.