Pico Montó

1 de noviembre de 2017. El pico Montó fuerza al Cinqueta de la Pez y lo hace girar antes de encontrarse con el Cinqueta de Agnes Cruces. Ambos unidos terminan de contornear el Montó y descienden decididos en el rectilíneo valle de Chistau. Como un  modesto gozne sobre el que gira el valle, el Montó abre los valles que señorean montañas que superan los tres mil metros: Llardana, Bachimala, Culfreda. Subimos a esta fácil cima desde las proximidades del refugio de Tabernés.


El puntal de Barrau, resalte rocoso excavado por el glaciar, visto desde las proximidades del refugio de Tabernés.

El valle del Cinqueta de La Pez.

El hielo ya hace acto de presencia en los pacos del bosque.

El camino transcurre por un sugestivo bosque de pinos silvestres a los que poco a poco irán sustituyendo pinos negros.

Allí donde el bosque clarea , un manto arbustivo de rododendros cubre la ladera del Montó.

A pesar del hielo y lo avanzado del otoño, bastantes matas de rododendro están en flor.

 El macizo de Llardana o Posets impone su silueta en el paisaje

Apenas hay sendero.Nos dejamos llevar por algún discreto mojón y sobre todo por la intuición del rumbo que queremos seguir. El manto arbustivo de rododendro es denso y apenas dejan estrechas veredas para pasar sin pisar las tendidas ramas. Hacemos una parada para contemplar los dos gigantes que tenemos a la espalda: Bachimala y Llardana o Posets.























Las ericáceas dominan esta ladera, junto con el rododendro aparece la brecina (Calluna vulgaris) que conserva desecadas sus flores y las ramas comienzan a enrojecer con el frío.

Es una ladera húmeda y sombría, el agua se mantiene helada al mediodía, esta permanente humedad favorece el desarrollo de los musgos.
El bosque teje un tapiz geométrico

Llegamos al collado del Montó y cada vez aparecen más desnudas las pizarras. La sierra de la Picaruela se extiende en suaves lomas hacia Peña Blanca y las altas cumbres de Culfreda. Al fondo, el collado de la Pez .

Nos queda seguir la alomada cresta para llegar a la cima del Montó.


En estas venteadas lomas algún ejemplar de rododendro forma pequeños cojines

La misma estrategia sigue este pino negro, que pese al grosor del tronco, no consigue despegar del suelo más allá de donde la nieve lo protege de los cristales de hielo que en invierno arrastra el viento.

Toda la vegetación se prepara para la estación adversa. En este caso creo ver las hojas de Veronica nummularia.

Seguimos el largo lomo de la sierra, que avanza e interrumpe los valles del Cinqueta

Hacia el sur, el valle del Cinqueta traza una línea recta hasta chocar con el macizo de Cotiella

Las bordas de Viciele. Los habitantes del valle conservan magníficamente el aterrazamiento de las laderas para crear pastos.

Es difícil centrar la mirada en un ángulo preciso al estar rodeados de montañas de gran personalidad.

La cima de Bachimala Gran, oscura montaña de pizarras. En  el flanco del pico del Sable, los estratos inferiores han servido de plataforma de deslizamiento y han provocado un desprendimiento masivo, aumentando la profundidad de sus escarpes. 


A pesar de que hemos llegado al Pico Montó, una cresta estrecha se prolonga y nos impide ver el fondo del valle. Decidimos continuar este trecho.

La ladera del Montó baja hasta el fondo del valle, enfrente, la oscura selva de Plan de l'Abet que sube hasta encontrarse con las rocas de los Eristes y Barbarisa.


Miramos hacia atrás para ver la cima de Punta Suelza, que ahora se desembaraza de las nubes. También asoma la triangular Punta Fulsa, con algo de nieve. El paso de los Caballos abre el camino hacia el valle de Bielsa. Por allí para el lago de Urdiceto. 

Despliegue de cimas del costado oeste del valle de Chistau.

















Por fin llegamos donde podemos ver el fondo del valle. Esto es lo que buscábamos: Viadós y Llardana/Posets.

Las bordas y refugio de Viadós.

La segunda cima en altura del Pirineo el Llardana o Posets


La reciente nieve oculta el pequeño glaciar que todavía queda en el macizo. Sí se aprecia el frente morrénico de la última glaciación .


A su costado las no menos agreste formas de los picos de las Forquetas y picos de  Eriste

Despliegue de cimas de Llardana - Eriste





Viburnum tinus y el hombre de Ötzi

Viburnum tinus en otoño, con sus frutos
Caminando por el sendero ras Vals, que de Castillazuelo conduce hasta Pozán de Vero, me he topado con un par de  bellos ejemplares de durillo (Viburnum tinus). Como no es un arbusto que abunde por la zona me he parado para hacerle unas fotos y anotar su ubicación en mi cuaderno de campo. Esta breve parada ha debido abrir una ventana en mi memoria y me ha recordado que hace unos años , visitando Bolzano ,en el norte de Italia, conocimos los restos de Ötzi, el hombre de los hielos.
En 1991 unos alpinistas encontraron a 3.210m de altitud los restos de un hombre semicubierto por el hielo que posteriormente los arqueólogos dataron en torno a los 3.100 antes de Cristo y al que llamaron Ötzi por el valle de Ötz donde lo encontraron. Si ya era sorprendente que se encontrasen sus restos en bastante buen estado, más fascinante todavía fue que, debido a su accidentada muerte (luego se ha sabido que fue un asesinato) este hombre llevaba consigo toda la impedimenta habitual de un cazador del neolítico. Contemplando la ropa, y calzado, de gran calidad técnica y perfecta acomodación para ser utilizada en la alta montaña, nos hacemos juicio cabal sobre la riqueza técnica del ser humano primitivo. Pero además, viendo la cantidad de utensilios que llevaba consigo se puede apreciar que esta persona era un hábil conocedor de los recursos que la naturaleza le proporcionaba. Además de la admirable confección  con pieles del gorro, chaqueta, pantalones y botas, utilizaba habitualmente al menos  una docena de vegetales para sus útiles. El arco que portaba era de fresno,  madera también utilizada para el mango del cuchillo de pedernal. Los carbones para mantener el fuego durante la marcha iban en recipientes de abedul; en el interior, las brasas se guardaban cubiertas con hojas frescas de arce. El hacha con hoja de cobre tenía el mango de tejo. Las botas contenían un forro aislante realizado con varios tipos de fibras vegetales hábilmente trenzadas. También diversas eran las fibras con las que realizó cuerdas y cordones,así como un cobertor o capa que podía funcionar como un buen impermeable. Se encontraron restos de bayas que había ingerido, así como un pedazo de hongo del abedul que podría utilizar como remedio antiséptico. En un carcaj portaba una docena de varillas rectas elaboradas con viburno, algunas de estas flechas estaban terminadas con punta de pedernal. 
Viburnum tinus en primavera, con sus flores
Viendo el viburno cerca de Castillazuelo, he pensado en los habitantes que poblaron estas tierras del Somontano en la misma época que Otzi. Aquí no hemos tenido la suerte de encontrar sus pertenencias, pero bien podemos imaginarlos con similares herramientas y realizando una adecuada elección de los materiales para adaptarse al medio natural. Me los imagino cazando por las riberas del Vero, desde sus fuentes en la sierra de Guara hasta el mismo río Cinca, con sus peregrinajes tras las presas, estableciendo campamentos y  pequeñas poblaciones donde quién sabe si todavía seguimos viviendo.






Otoño en el río Vero

Populus nigra  y Salix alba en el curso bajo del río Vero

Cornus sanguinea
Natura marca con su batuta de luz un ritmo pausado y los seres que la pueblan acomodan  su respiración a las notas que quedan por tocar antes de que el invierno escriba un compás de silencio.
Cada árbol, cada arbusto expone notas de color armónicas que juntas forman la coda otoñal.

Hedera helix
Camino por la orilla del curso bajo del río Vero, y veo en los matices del cornejo (Cornus sanguinea)  y de la hiedra la transformación que se está operando en la estructura de cada una de sus células. Las horas de sol se reducen y su energía calorífica es cada vez menor. La clorofila es costosa de producir, y su menor eficacia energética aconseja disminuir la producción de clorofila y su paulatina descomposición en la célula. Toman el relevo otros pigmentos que hasta ahora habían quedado en segundo plano. Son los carotenoides, que reflejan la luz amarilla y naranja.  Estos carotenos son eficaces absorbiendo los tonos azules y verdes de la luz solar y prolongan un poco más la actividad de la planta ya que se descomponen más lentamente que la clorofila. El paso gradual de unos pigmentos a otros así como sus diferentes concentraciones crea esta variedad de tonos que caracterizan el otoño.

Populus tremula
Recorro el río Vero y veo con más facilidad la variedad de árboles que me rodean. Matices y tonos en gamas riquísimas que añaden el brillo del sol atrapado en cada una de las células de las hojas.
A la experiencia visual se añaden los aromas de las hojas fermentando y transformándose lentamente en materia que se recicla y enriquece el suelo.

Acompaso mi caminar al ritmo sosegado que este ambiente me impone, es un andante ma non troppo que me permite captar los matices y coloratura del tercer movimiento de esta sinfonía.