Hay lugares que actúan como refugio para determinadas especies vegetales, lugares que suponen una excepción y crean islas que nos transportan a otros espacios y tiempos. He pasado los túneles de Olvena, a un centenar de metros del puente de la Sierra me he detenido en un aparcamiento junto al que nace el sendero que asciende a la Sierra de la Carrodilla por su cara norte. Una baranda de madera marca el inicio del camino de la Ferrigala, incluido en la GR-45.
El frescor y humedad que acompañan al río Ésera, junto a la orientación en umbría, crean las condiciones adecuadas para el establecimiento de una cubierta vegetal que sorprende al poco de iniciar el camino.
A cubierto de la densa foresta de quejigos, fresnos y algún que otro pino, crece un denso sotobosque de durillos (Viburnum tinus sp. tinus).
Viburnum tinus |
Frutos de Viburnum tinus |
Aquí y allá asoman las hojas del azirón (Acer monspessulanum), pero es el predominio del durillo lo que confiere al lugar un ambiente especial.
Acer monspessulanum |
La forma lauroide de sus hojas, el alto porte de los ejemplares que aquí crecen, y la alta densidad de estos arbolillos me hacen olvidar por un momento que sigo en el Somontano de Barbastro. Me siento transportado a un lugar exótico. Los sentidos no me engañan, el durillo es un arbusto con pasado subtropical. Las hojas anchas, brillantes y correosas guardan similitud morfológica con los formadores de la laurisilva canaria o con cualquier otro bosque de similar clima. En un pasado remoto, cuando la Península Ibérica se situaba miles de kilómetros al sur, próxima al Ecuador, el clima cálido y húmedo predominaba en estas tierras. La flora termófila y adaptada a una reducida sequedad en verano poblaban estos lugares. Sigo caminando y me encuentro ejemplares de oreja de oso (Ramonda myconi), mata aficionada a los roquedos calizos y que guarda la misma filiación primitiva con el clima paleotropical que el durillo.
Ambas especies superaron como pudieron los periodos glaciares refugiándose en rincones con sol y al resguardo del intenso frío. A la oreja de oso la recibo como lo que es, con alegría por contemplar un endemismo pirenaico que, si bien es frecuente en el Pirineo, no conozco subsista en Aragón más al sur de donde ahora me hallo. Sigo ascendiendo por el sinuoso camino, la hepática (Hepatica nobilis) y la primula (Primula veris) añaden argumentos para hacerme pensar que estoy en la montaña.
Hepatica nobilis |
Primula veris |
Las cornicabras (Pistacia terebinthus) han abandonado su aspecto arbustivo de la tierra llana y aquí adquieren un porte arbóreo.
Pistacia terebinthus |
La emborrachacabras (Coriaria myrtifolia) enseña sus flores femeninas de rosados y glandulosos estigmas.
Flores masculinas de Coriaria myrtifolia |
La ascensión me ha alejado del río y sus angosturas. La luminosidad aumenta a medida que la pendiente disminuye. El clima mediterráneo se impone y la vegetación se va transformando gradualmente. Poco a poco la magia de ese bosque de durillos va cediendo, y en su lugar comienza a dominar el boj, la carrasca y el chinebro. Largas varas de la aliagueta fina (Cytisophyllum sessilifolius) cubren los pequeños claros.
Cytisophyllum sessifolium |
El suelo pedregoso impone su selección y prospera el talictro (Thalictrum tuberosum).
Thalictrum tuberosum |
Aethionema saxatile adorna los resquicios de algunas rocas.
Aethionema saxatile |
Aparecen letreras (Euphorbia flavicoma) de hoja menuda.
Euphorbia flavicoma |
Me detengo en un resalte rocoso que como un balcón se asoma al estrecho que traza el Ésera.
Anthyllis vulneraria |
Junto a una mata de vulneraria (Anthyllis
vulneraria) respiro profundamente intentando captar la mezcla de aromas que
ascienden desde el fondo del congosto mientras un impasible buitre planea bajo
mis pies.
Congosto de Olvena desde camino la Ferrigala |