He recorrido la orilla del río Vero para ver cómo va avanzando la primavera en la ribera del río. Se van percibiendo discretos cambios. En el aire ya no flota el olor metálico del frío. Algunos brotes comienzan a despuntar en las desnudas ramas. Noto en el rostro la fina seda de una telaraña que involuntariamente rompo al pasar entre los arbustos. Pero por más que busco colores, tan apenas encuentro breves notas que no pueden rivalizar con el pardo y el verde. En estas pequeñas transformaciones se encuentra también un helecho que hace de los húmedos abrigos arcillosos su morada. El culantrillo decanta como melena sus suaves hojas hacia el río. Busco alguna melena que no se mire al río, no deseo mojarme para poderlas ver de cerca. En una breve oquedad encuentro una pequeña colonia.
El raquis es negro antracita y las frondes se han renovado con un verde que es glauco cuando el sol no las toca.
Linneo, con su alma poeta, las imaginó cabellos de Venus, o quién sabe si de alguna ninfa del río.
Aunque parecen languidecer, cuando un rayo de sol traspasa sus hojas, resplandecen y muestran unas venas que recorren cada una de láminas como si fueran las costillas de un abanico.
Al mirarlas con detenimiento descubro que ya están en plena actividad reproductora. En el margen de cada pinna distingo unas alargadas escamas. Las observo de cerca con la lupa y veo que los soros ya están preparados y en su interior están los esporangios dispuestos a dispersar las microscópicas esporas.
El raquis es negro antracita y las frondes se han renovado con un verde que es glauco cuando el sol no las toca.
Linneo, con su alma poeta, las imaginó cabellos de Venus, o quién sabe si de alguna ninfa del río.
Aunque parecen languidecer, cuando un rayo de sol traspasa sus hojas, resplandecen y muestran unas venas que recorren cada una de láminas como si fueran las costillas de un abanico.
Al mirarlas con detenimiento descubro que ya están en plena actividad reproductora. En el margen de cada pinna distingo unas alargadas escamas. Las observo de cerca con la lupa y veo que los soros ya están preparados y en su interior están los esporangios dispuestos a dispersar las microscópicas esporas.
El culantrillo, como el resto de las criptógamas, debe recorrer un doble proceso para reproducirse. Las esporas que ahora están a punto de ser dispersadas tienen que caer en un medio adecuado donde darán lugar a un ser que todavía no es un helecho. La espora tiene la mitad de los genes de su progenitor, y el nuevo ser nace sin unirse a otra espora. Crecerá y formará un cuerpo primero filamentoso y diminuto, y después plano . No se parecerá en absoluto al helecho, sino que parecerá un organismo totalmente distinto. Este cuerpo al madurar fabricará órganos reproductores masculinos y femeninos. Las células reproductoras masculinas deberán moverse por el agua hasta localizar un óvulo. Sólo así se completarán los cromosomas y surgirá un nuevo helecho. Me pregunto cómo se las apañará el culantrillo para completar este complejo proceso desafiando a la fuerza de gravedad en las verticales paredes que siempre elige para vivir. Hace cien millones de años aparecieron las plantas con flores y simplificaron el proceso de reproducción. Las nuevas flores inventaron el polen y las semillas. Para obtener más éxito involucraron a insectos y demás animales terrestres. Parece como si los helechos hubieran quedado atrás en un mundo primitivo. Pero contemplando ahora el culantrillo me pregunto si éste no habrá también evolucionado para especializarse en la reproducción contra la gravedad, donde no encuentra competencia ni siquiera con las más modernas flores.