Tussilago farfara. "tusílago"



Un pequeño estímulo es suficiente para despertar recuerdos que parecían olvidados. Están allí, sin más, esperando la llave que abra la caja donde están guardados. Cuando esta semana vi las flores de Tussilago farfara en la orilla del Vero, a poco más de un kilómetro de mi casa en Barbastro, lo primero fue la sorpresa por ver una planta que yo siempre he asociado con la montaña. El siguiente pensamiento, pocos segundos después, fue recordar las laderas pizarrosas de El Verde. La llave encajó y al girar salieron imágenes de las suaves formas del valle de la Ripara de Panticosa,las flores del tusílago que hacen revivir las descarnadas gleras junto al río  en los primeros días de primavera. El murmullo del río Vero se me confundía en la mente con el recuerdo del torrente que baja de Tendenera y se une aguas abajo a otros torrentes para formar el río Bolatica. El aire fresco y húmedo que desciende de los neveros se mezclaba con el aroma  que las sargueras  del Vero desprenden , inquietas por encontrar el momento de desperezar sus flores.
El tusílago siempre me ha provocado simpatía. Sus parientes de la familia de las compuestas se me antojan escurridizas, esquivas. Tengo que mirar sus hojas, detenerme en minúsculos detalles de su capítulo, comprobar la textura de sus vilanos antes de arrancarles su nombre, su identidad. Tusílago es una planta franca y directa. Ofrece sólo la flor. No distrae con las hojas. Sale sólo donde otras plantas no quieren estar, en la aridez de unas gravas o  entre las piedras  junto al río. Es tan sencilla que con una flor es suficiente para decir aquí estoy. Más tarde, cuando ya la flor haya cumplido su cometido se entretendrá en componer las hojas, extenderlas amplias sobre el suelo, y esperar. Esperar que pase el verano. Acurrucarse en invierno bajo las gleras, muy frecuentemente bajo la nieve. Y cuando el sol marque el tiempo de allegretto volverá a sacar su única flor.
¿Qué le habrá traído hasta este lugar tan alejado de las montañas? Habrá impulsado sus vilanos el bronco viento del norte? ¿Habrá descendido junto con los sedimentos que aquí se han depositado formando una pequeña playa?  Sea como fuere, el lugar le ha gustado. Lo demuestra el grupo de cinco o seis pies  diseminados que han florecido al unísono.
Las gentes del norte la conocen porque alguna vez su infusión habrá aliviado sus catarros. Ahora sé que en primavera también me podrá curar si padezco amnesia de la montaña.

Esquí nórdico en Somport

19 de febrero de 2015. Hemos vuelto a Somport, después de unos años de ausencia, para recrearnos con los paisajes que ofrece el espacio nórdico de Somport. Volver a calzar la tabla estrecha y la liviana bota transmite sensaciones diferentes del contacto con la  nieve. Lo añorábamos.
Hemos entrado por el lado francés. El motivo es claro y lo quiero exponer: Hacer esquí nórdico empezando por el lado de Candanchú es someterse a la agresión acústica de los altavoces que propagan la cacofonía de música que la estación de Candanchú impone.  Y no estamos dispuestos a pagar ese peaje. Ni entiendo ni comparto este maltrato a la montaña y a los que queremos disfrutar con ella. Las empresas que obtienen un beneficio económico, lícito por otra parte, de unos recursos naturales son las primeras que tienen la obligación de tener una actitud de respeto hacia la naturaleza, y de labor pedagógica para quien acude a ella.  Es cierto que cada vez más se toma la montaña como un parque de diversiones, y este cambio de actitud, que no es más que una creciente urbanización del medio natural debiera preocuparnos a todos, pero más aún a quienes la gestionan. Y como estoy profundamente en desacuerdo con esta tendencia la expongo aquí en esta humilde y discreta ventana. No podemos permanecer callados ante tanta tropelía.
Dicho esto vayamos a la crónica y disfrute de los paisajes: 



El recorrido se interna inmediatamente  en un bosque de hayas sólo interrumpido por algún abeto que con las últimas nieves caídas curva las ramas por el peso de la nieve. 



El bosque recoge la luz y la dispersa entre los troncos. En pocas épocas del año entra tanta luz en este bosque como en invierno, cuando el dosel de hojas ha desaparecido. Bajo el manto blanco esperan agazapadas las plantas que en cuanto desaparezca la nieve aspirarán a captar durante un breve espacio de tiempo el impulso de luz suficiente como para renacer, antes de que todo vuelva a la sombra que el haya impone.

Los esquís se deslizan suavemente por la pista, saltando entre claros y sombras.

Cuando el bosque lo permite, el horizonte se abre en espacios grandiosos: el valle de Aspe.


























Cada giro promete un nuevo regalo para los ojos...



























... que contemplan sosegadamente el horizonte  a medida que deslizamos los pies.
























Texturas que no se pueden tocar pero que se sienten por los ojos. El bosque de Sansanet y la ruta que conduce al ibón de Estanés.

Ladera occidental del valle de Aspe
























Un nuevo giro y la promesa de nuevas cumbres a las vista.

Desde la Zapatilla hasta Ruabe Llena del Bozo y Ruabe del Bozo, límites septentrionales de este rincón de Aragón.
Hayas y abetos compiten en los espacios abiertos.


































La pista gana altura, para descender después.
 El dominio de esquí alpino de Canfranc.

 El colladito es un buen lugar para darse un respiro y reponer fuerzas.

Un lugar desde donde abarcamos el valle del Aragón en su tramo más septentrional...

...desde donde arranca el valle transversal de Canal Roya.

Tomar altura nos permite contemplar mejor el circo de Aspe y los picos del Bozo.


Ya de vuelta, las luces del atardecer tornan dorados los árboles, y arrancan de la nieve   miles destellos  de diamantes.









Adiantum capillus-veneris. "culantrillo de pozo"

He recorrido la orilla del río Vero para ver cómo va avanzando la primavera en la ribera del río. Se van percibiendo discretos cambios. En el aire ya no flota el olor  metálico del frío. Algunos brotes comienzan a despuntar en las desnudas ramas. Noto en el rostro la fina seda de una telaraña que involuntariamente rompo al pasar entre los arbustos. Pero por más que busco colores, tan apenas encuentro breves notas que no pueden rivalizar con el pardo y el verde. En estas pequeñas transformaciones se encuentra también un helecho que hace de los húmedos abrigos arcillosos su morada. El culantrillo decanta como melena sus suaves hojas hacia el río.  Busco alguna melena que no se mire al río, no deseo mojarme para poderlas ver de cerca. En una breve oquedad encuentro una pequeña colonia.
El raquis es negro antracita y las frondes se han renovado con un verde que es glauco cuando el sol no las toca.
Linneo, con su alma poeta, las imaginó cabellos de Venus, o quién sabe si de alguna ninfa del río.
Aunque parecen languidecer, cuando un rayo de sol traspasa sus hojas, resplandecen y muestran unas venas que recorren cada una de láminas como si fueran las costillas de un abanico.



Al mirarlas con detenimiento descubro que ya están en plena actividad reproductora. En el margen de cada pinna distingo unas alargadas escamas. Las observo de cerca con la lupa y veo que los soros ya están preparados y en su interior están los esporangios dispuestos a dispersar las microscópicas esporas. 
El culantrillo, como el resto de las criptógamas, debe recorrer un doble proceso para reproducirse. Las esporas que ahora están a punto de ser dispersadas tienen que caer en un medio adecuado  donde darán lugar a un ser que todavía no es un helecho. La espora tiene la mitad de los genes de su progenitor, y el nuevo ser nace sin unirse a otra espora. Crecerá y formará un cuerpo primero filamentoso y diminuto, y después plano . No se parecerá en absoluto al helecho, sino que parecerá un organismo totalmente distinto. Este cuerpo al madurar fabricará órganos reproductores  masculinos y femeninos. Las células reproductoras masculinas  deberán moverse por el agua hasta localizar un óvulo. Sólo así se completarán los cromosomas y surgirá un nuevo helecho.  Me pregunto cómo se las apañará el culantrillo para completar este complejo proceso desafiando a la fuerza de gravedad en las verticales paredes que siempre elige para vivir. Hace cien millones de años aparecieron las plantas con flores y simplificaron el proceso de reproducción. Las nuevas flores inventaron el polen y las semillas. Para obtener más éxito involucraron a insectos y demás animales terrestres. Parece como si los helechos hubieran quedado atrás en un mundo primitivo. Pero contemplando ahora el culantrillo me pregunto si éste no habrá también evolucionado para especializarse en  la reproducción contra la gravedad, donde no encuentra competencia ni siquiera con las más modernas flores.