La jabonera es una planta de la familia de las Cariofiláceas, pariente de claveles y silenes. Es de porte robusto y le son propicios los lugares húmedos. Podemos ver ahora unos pocos ejemplares frente a las puertas del Instituto Martínez Vargas de Barbastro, y también en el camino del Vero entre el puente de Hierro y la ermita de la Virgen del Plano
En 1753 Linneo describió el género Saponaria. En el bautizo utilizó un latinismo, como tantas otras veces. El latino "sapo" que se traduce como "jabón" sirvió para designar este grupo de plantas que al contacto con el agua desprenden algo de espuma. Como debía ser una planta siempre presente en las oficinas de las boticas el nombre lo redondeó: Saponaria officinalis.
En 1753 Linneo describió el género Saponaria. En el bautizo utilizó un latinismo, como tantas otras veces. El latino "sapo" que se traduce como "jabón" sirvió para designar este grupo de plantas que al contacto con el agua desprenden algo de espuma. Como debía ser una planta siempre presente en las oficinas de las boticas el nombre lo redondeó: Saponaria officinalis.
Pese a que en aquella época era una planta de uso habitual para lavar la ropa, bien poco debió utilizarse para el aseo personal. Todavía imperaban las ideas medievales de que el aseo con agua no era sano ni para el cuerpo ni para el espíritu. La higiene se reducía a limpiarse someramente con paños secos, a vestirse con ropa blanca porque supuestamente absorbía la suciedad y a perfumarse para ocultar el olor corporal.
Abandonados habían quedado los baños de las culturas griega o romana, o la higiene que prodigaban las culturas árabes.
En la Europa del siglo XVIII las clases pudientes y algunos eminentes médicos desaconsejaban el baño con agua, más aún si era caliente porque se abrían los poros de la piel y pensaban que por allí podían penetrar los malos efluvios del ambiente. Tenían a gala no bañarse más de una vez al año, y de forma apresurada. La limpieza quedaba reservada a la ropa.
Eran las normas de comportamiento de la clase dominante, en la que los pálidos rostros y las suaves manos surcadas de venas azules eran señales evidentes de una posición social que estaba alejada de aquellos trabajos que tuvieran que realizarse a pleno sol y con las manos. Poco sabemos de los hábitos de higiene del pueblo llano. Podemos imaginarnos la situación en las ciudades, si consideramos que en líneas generales carecían de agua corriente, y de sistemas de saneamiento.
Las ideas cambian, incluso cambian los conceptos que a veces se presentan como fundamentales e indiscutibles. El sentir del común en muchas ocasiones no es coincidente con lo más acertado.
Hoy la industria de la higiene genera cuantiosos beneficios y su publicidad nos lanza mensajes continuamente, hasta el punto de que casi es una obsesión. Detergentes agresivos contra nosotros y el medioambiente todavía se siguen produciendo. Y son lentas las medidas que impiden preservar aguas y suelo de la química de la higiene. Hace falta que el sentir del común adopte como suya la máxima de que la higiene del cuerpo es tan necesaria como la higiene de la Tierra.
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