Al salir del aparcamiento que está junto al Salto de Bierge se percibe el frescor que genera la ribera del Alcanadre, pero al poco de comenzar a caminar hacia la Tamara uno se da cuenta de que hasta el final del camino esa frescura quedará como un eco, en su lugar sólo sentiremos el aliento cálido del monte mediterráneo. El río describe curvas inverosímiles tallando el rojizo horizonte rocoso dejando a su paso una cinta verde de chopos y fresnos.
Curva del Alcanadre inmediatamente después del Salto de Bierge. |
Todavía la
humedad del río ayuda a formar pradillos donde florece Prunella laciniata.
Prunella laciniata |
Recorro
con pies ligeros los primeros tramos de pista bordeados por campos de labor y
esparcetas. La pista por la que camino
me separa más del río y termina
en un tramo acondicionado para personas
con movilidad reducida. Durante unos metros estas personas podrán disfrutar de
la conjunción de río y bosque, de roca y cielo.
Puedo ver cómo el río queda encorsetado entre la roca y a su alrededor
crece un denso bosque. Es un bosque
dominado por la encina generosa que comparte espacio con pinos, chinebros y
sabinas. Forma un tejido denso, impenetrable,
epidermis que parece antigua, primigenia y nos narra el ascenso de los bosques cálidos
por las sierras prepirenaicas al término de la última glaciación. Los Quercus se hicieron dueños y desplazaron
a Pinus y Juniperus. Desde un mirador contemplo un paisaje donde todo es agua
roca y bosque. No aparece más huella humana que alguna estrecha vereda. El aire
se llena con los ruidos del bosque y el río. No lo interrumpe ningún sonido
extraño. El bosque entero se me antoja como una
comunidad de árboles que se hablan con el susurro de las hojas y la química de
sus raíces, en tan estrecha proximidad que se comportan como un único ser que
respira y crece. Quiero adentrarme lo
antes posible entre los aromas resinosos de pinos y sabinas, acariciar las hojas de la alborcera, o
contemplar el terso limbo del lentisco.
En el suelo reseco, en pequeños claros,
crecen las cucharetas (Leuzea conyfera)
que atesoran en las escamas de sus cabezuelas el brillo del sol.
En la semisombra de estos suelos caldeados nunca arados crecen algunas Epipactis de pequeñas corolas en forma
de artesa que almacenan los dulces jugos que atraen a las hormigas.
Entre los cascajos soleados forma
extensos tapices el camedro (Teucrium chamaedrys)
y la rara Ononis
rotundifolia luce sus bellas hojas redondeadas. Esta planta es indicadora
de los bosques frescos submediterráneos. Vista aquí junto a otras plantas
termófilas nos muestra que los gradientes térmicos producidos por los cambios
de orientación de las laderas producen esta rica biodiversidad.
El camino se
amolda a los contornos del paisaje,
sube, baja, gira mil veces. Al pasar junto a una pared de conglomerado veo
colgadas las flores de Petrocoptis
guarensis, que por su exclusividad bien podría servir de emblema para este
territorio: austera y resiliente, bella en su sencillez. Las flores, al
madurar, buscan la proximidad de la roca para curvar sus tallos. En los
resquicios de las rocas depositan las
semillas intentando evitar que caigan al suelo y se pierdan.
Petrocoptis guarensis |
Cápsulas maduras de Petrocopsis guarensis flexionadas hacia la roca y las todavía en flor separadas. |
Camino ahora sobre
terreno despejado, suelo desnudo donde a pleno sol crece Convolvulus lanuginosus, muy escaso
en nuestras tierras. Compruebo el tacto sedoso de los largos cilios que cubren la base de sus flores. Una araña cangrejo, mimetizada
por su color cerúleo, usa las campanas de las flores como campo de caza.
Cistus salviifolius se intercala
ocasionalmente en el matorral y le añade color.
El camino me asoma a los riscos
ocultos entre la vegetación, a lo lejos veo la pared rocosa del Huevo de
Morrano, vestigio de cauces extintos que crearon relieves fosilizados tallados
en aluviones traídos de las montañas del norte. Me detengo un rato para contemplar
la última curva del río antes de llegar a la fuente de la Tamara.
Huevo de Morrano |
Desciendo con
rapidez al río, con ansia espero refrescarme en sus aguas y cobijarme del sol a
la sombra de sus altos chopos. A mi lado, en la orilla arenosa del río, crecen
grupos de Linum campanulatum, y la hierba falangera (Anthericum liliago) desafiantes ante las impetuosas crecidas de este
río.
Nota:Artículo publicado en Rondasomontano, edición impresa, y ampliada aquí con fotografías.