El caminante que desee buscar los colores otoñales hará bien en adentrarse por caminos que discurran junto a las sanguiñeras. El camino antiguo que conduce al Pueyo no ofrece muchos ejemplares de este arbusto, pero si toma el camino de los Alparraces, aunque alargue en un par de kilómetros el recorrido, podrá toparse con buenos ejemplares que ya empiezan a acusar el otoño.
La sanguiñera, o sangueño grande, que es como le dicen en Salas Altas, es un arbusto con pretensiones de árbol. Le gusta poblar pacos y quejigares, que es donde mayor porte consigue, así como en las cercanías de barrancos. Para octubre muestra racimos de frutos negros, brillantes, de sabor amargo que ingeridos pueden producir vómitos. Lástima que por aquí no crezca aquel cornejo de frutos rojos, Cornus mas, que en tierras europeas orientales es comestible, se utiliza para hacer licores y tiene el honor de ser nombrado por Homero en sus poemas, o incluso tener a la ninfa Kraneia como encarnación mítica de aquel arbusto.En definitiva, por aquí tenemos la versión agraz del género. No obstante, la sabiduría popular ha sabido encontrarle sus virtudes y de nuestra sanguiñera se han utilizado hojas y corteza como febrífugos, y las varas gruesas se han empleado para hacer mangos debido a la dureza de la madera.
Comenzó a florecer en lo más temprano de la primavera. Las flores, tetrámeras, están agrupadas en un ramillete en el que alcanzan todas casi la misma altura. Deteniéndose un momento junto al sanguino se podrá ver un rasgo característico: la hoja tiene nervios que confluyen en el margen y que se dirigen hacia el ápice. Son estas hojas las que ahora van adquiriendo color sanguino, color de otoño.
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