Es tradición secular en Japón celebrar
la fiesta del hamami. La gente se concentra a los pies de los cerezos y
contemplan la exuberante floración de multitud
de especies y variedades de cerezo japonés. Es una fiesta muy popular que
congrega a las gentes al pie de estos árboles para celebrar el renacimiento de
la vida acompañando la contemplación de los árboles con la alegría de la comida
y la bebida. Yo tengo mi particular fiesta del hamami, muy discreta, no para
mirar un árbol sino una pequeña y delicada flor solitaria.
Es un azafrán
silvestre (Crocus nevadensis spp. marcetii) que nace en los yesos al sur de Barbastro y , aunque
no tiene valor culinario, muestra una sencilla belleza. La primera vez que vi esta flor en el
Somontano fue hace unos cuatro años,
cuando comencé el seguimiento pormenorizado de algunas especies que habitan el
duro ambiente de los yesos, nuestras chesas. Me sumé al proyecto creado por el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) cuyo fin es
establecer una red de monitorización de plantas de la Comunidad autónoma de
Aragón. Entre las plantas que serían objeto de estudio durante no menos de diez
años no estaba este azafrán, pero antes
de iniciar los recuentos en abril pensé que sería interesante catalogar toda la
vegetación que hubiera en la zona. Ese
año me acerqué una fría mañana de febrero pensando que la vegetación estaría
todavía dormida. En efecto, poca cosa había por anotar, pero de lejos vi en un
rellano unas motas blancas que me llamaron la atención. El suelo estaba
salpicado de flores recién abiertas de este azafrán de flores blancas con venas
violetas en su cara exterior. Desde entonces saludo a la primavera cada año con
mi rito de contemplación de esta flor. Con ella doy por iniciada esta estación
que tantas satisfacciones me aporta. Tengo que reconocer que esta flor me ha hecho
cambiar la manera en cómo veo y valoro estos terrenos dominados por los yesos.
Contemplo las suaves ondulaciones blancas de las colinas de yeso. Son como
erupciones juveniles en la epidermis de la Tierra, algunas blancas, otras
levemente cubiertas de ralos arbustos
pardos, otras densamente pobladas por carrascas y chinebros, diversos
grados de densidad vegetal que relatan las vicisitudes que han llevado cada una
de estas colinas. Me sitúo en un lugar
que domina el horizonte. Vistas en perspectiva, estas suaves colinas son la
antesala de los escalones tectónicos de las sierras que constituyen lo que
llamamos Guara, y detrás, contemplo extasiado el Pirineo nevado extendiéndose
como telón de fondo.
Distintos niveles (chesas, sierras exteriores, sierras
interiores y Pirineo axial ) que sirven de hogar a la fabulosa biodiversidad vegetal que nos
rodea. Este año he vuelto otra vez, ritualmente. Jirones de niebla se arrastran y destilan
gotas de agua sobre el suelo reseco, la única agua que han recibido estas
colinas desde hace casi dos meses. La
niebla se levanta y forma una pátina grisácea sobre las colinas y montañas lejanas que comienzan a
desvelarse. La brisa que acompaña a la bruma levanta aromas renovados de
tomillos y genistas. Los asfódelos comienzan a formar verdes macollas de hojas
apretadas. Algunos cristales de yeso
brillan tímidamente cuando un rayo de sol atraviesa la menguante niebla. Entre
los resquicios de estos cristales sale retorcido el tronco del romerillo (Helianthemum syriacum).
Costras de
líquenes en lenta labor preparan el suelo donde luego crece la mermasangre (Lithodora fruticosa). Compitiendo con el denso lastón (Brachypodium
retusum) , la badallera (Gypsophila struthium subsp. hispanica) se impone por su altura. Ahora ya no
se recolectan sus tortuosas raíces para elaborar lejía. La rabaniza blanca ( Diplotaxis erucoides ) ha
florecido durante lo más crudo del invierno allí donde el ser humano le ha
labrado el suelo o lo ha dejado en barbecho. En oquedades y rellanos que miran al norte, el musgo tapiza de intenso
verde (en contraste con el resto de vegetación de tonos pardos) y entre sus
estrelladas hojas nacen plantas efímeras, diminutas, como Hornungia petraea
o Erophila
verna
que alcanzan a vivir mientras la humedad primaveral las sostenga hasta
morir al llegar el verano. Las primeras hojas de Plantago
albicans ocupan los lugares de suelo
polvoriento, y donde más duro y seco se muestra el suelo se arrastra la Herniaria fruticosa.
En un prodigio de
adaptación Helianthemum squamatum afronta
los duros inviernos y los inclementes veranos, pequeño arbusto especialista de
los yesos de los que extrae el agua contenida en sus cristales, ahora en
invierno tan apenas muestra las carnosas hojas, pero en mayo lucirá luminosos
ramilletes de flores amarillas. Larga sería la lista de las plantas que habitan
las chesas a pesar de su apariencia estéril. No todas caben aquí. En conjunto
componen un paisaje vegetal rico en adaptaciones, sorprendente por su resistencia.
La
biodiversidad es garantía de calidad y sostenibilidad de un lugar. Las chesas
del Somontano de Barbastro albergan la suficiente biodiversidad vegetal como
para que valoremos la importancia de este enclave natural. Crocus nevadensis, pequeño azafrán endémico del Prepirineo y que baja hasta nuestros yesos, nace todos los años para recordármelo.
La lista de especies que podemos encontrar en estos lugares es larga, valga aquí una breve selección:
Crucianella angustifolia
Campanula fastigiata
Avellinia michelii
Helianthemum salicifolium
Astragalus monspessulanus
Bupleurum baldense
Desmazeria rigida
Brachypodium distachyon
Polygala monspelliaca
Linum suffruticosum
Reseda stricta
Agropyron cristatum
Narcissus assoanus
Asterolinon linum-stellatum
Ononis tridentata
Asphodelus cerasiferus
Lithospermum apulum
Euphorbia exigua