Paisajes vegetales del Somontano de Barbastro. De Berbegal a la ermita de santa Águeda. Gramíneas de Mayo

 Mayo es, por antonomasia, el mes  de las flores. Esta aparición del arco iris sobre la tierra es tan efímera como repentina. En esta sobrecarga de estimulación visual, nuestra retina busca incansable tantos colores como quepan en la imaginación, a cual más intenso. Flor y color parecen tan  inseparables  que simplificamos el reino vegetal y llegamos a la idea equivocada de que son  flores aquellas plantas que muestran brillantes y vivos colores en algún momento de su vida. Cualquiera que camine durante este mes por la zona más meridional del Somontano se apercibirá rápidamente de ese error. Me dispongo a caminar desde Berbegal en dirección a la ermita de santa Águeda. Una primera mirada desde el privilegiado mirador del cerro donde se sitúa la población muestra la realidad sin discusión: el verde domina con rotundidad. ¿Qué plantas predominan en esa interminable llanura que se extiende hacia el sur? Bajo por el serpenteante camino que recorre la falda del cerro y lo primero que me encuentro son hectáreas cubiertas de cereales de cultivo. 


Tomo el sendero que me lleva a lo que queda de la antigua vía romana. Una densa cubierta vegetal, formada casi exclusivamente por cereales, cubre el sendero. No son cereales de cultivo, son los cereales salvajes que en botánica quedan agrupados en la familia de las gramíneas. Todas las especies de gramíneas que contemplo están en plena floración, ninguna muestra otro color que no sea el verde. La biomasa de estas gramíneas, si la comparo con las plantas de otras familias, es incontestablemente superior. Mayo también es florido para las gramíneas, ¿pero es hermoso?, ¿Quién diría que es esbelto el raigrás (Lolium sp.) o gráciles las espigas de la triguerilla (Melica ciliata)? Si echamos mano del nomenclátor de gramíneas en el vocabulario popular pocas especies están diferenciadas: a las ya citadas más arriba, añadiríamos el lastón, la grama, la caña, el carrizo, la zedazilla,  la balloca, el albardín, el charrachón, la zisca, la trabiguera, la cebada borde, el trigo del diablo, la biraga, el luello, la pulgueta, el zerbero, el margallo, el feno, la coda de rata, la escoba y alguna más que me habré dejado. Esta escueta lista, si la comparamos con las más de 80 especies de gramíneas que podemos encontrar paseando por la mitad sur del  Somontano, revela que la familia de las gramíneas es la cenicienta entre los vegetales. Reconozcámoslo, las gramíneas no están entre las plantas más populares, incluso entre los amantes de la Botánica. De poco les sirvió ser de las últimas familias de plantas con flor en aparecer sobre la Tierra cuando escogieron el poco atractivo camino de encomendarse al viento para reproducirse. Como Natura es cicatera, para nada hacen falta galas y colores si a nadie hay que atraer para mover el polen. El viento actúa por azar, así que sólo hacen falta altas estructuras para que el polen viaje lejos, y simples peines que recojan del aire lo que con él llegue. Esto es lo que veremos si miramos atentamente las flores de las gramíneas agrupadas en sus espigas.

   Cuando el árbol escasea y hasta el arbusto de bajo porte ha dejado sitio a las altas hierbas, la gramínea se enseñorea.   Constituyen la estructura básica de nuestras llanuras donde escasea el agua e impera el sol. Más aún, la base alimenticia de los herbívoros se fundamenta tanto en las gramíneas que es un hecho que gramíneas y mamíferos herbívoros evolucionaron juntos. Los animales adaptaron su sistema digestivo para asimilar los poco nutritivos tallos y hojas de las gramíneas, y éstas desplazaron sus células de crecimiento hasta ras de suelo para que el diente del animal no llegase a ellas y así seguir creciendo aunque casi toda la planta fuera comida. Quien cuide de un denso césped sabrá que la continua siega hace el césped más tupido y con menos plantas intrusas que no soportan esta presión de siega continua.



Sigo el camino que antaño recorrieron peregrinos hacia Santiago, a los lados de la senda las espigas de los cereales, tanto los cultivados como los del barbecho, se mueven acompasados por el viento, y deseo que así siga porque en cuanto el viento se calme comenzaré a sentir el agobio del calor. Llego  a la ermita de Santa Águeda. La explanada que rodea la ermita está cubierta por un denso herbazal de gramíneas. Me alegro de que no hayan acabado con ellas con algún herbicida. Ahora lucen el estimulante color verde de los herbazales frescos. Dentro de un mes cuando ya haya pasado esta efervescencia de color del mes de mayo, las gramíneas lucirán el color dorado que anuncia que su ciclo anual se ha terminado.

Las gramíneas citadas por su nombre común son las siguientes.

Raigrás. (Lolium sp.) 


Triguerilla (Melica ciliata subsp. ciliata)


Lastón, nombre que incluye a un buen número de especies 

Agropyron cristatum  subsp. pectinatum

Brachypodium phoenicoides

Brachypodium retusum 

Lastón de Toza, en Salas Altas,  bromo  (Bromus hordeaceus)


Grama, gramen     (Cynodon dactylon)



Caña  (Arundo donax) 


Carrizo, caña de pita (Phragmites australis)


Zedazilla  (Briza media  subsp. media)


Balloca, balluaca, ballueca, avena loca  (Avena barbata, Avena sterilis, Avena fatua)

Trigo del diablo    (Echinaria capitata)



Cebada borde, trigo borde, rompesacos ( hordeum murinum)


Albardín, esparto   (Lygeum spartum) 


Charrachón    (Sorghum halepense) 


Zisca   (Saccharum ravennae, Phragmites australis ) 


  

Trabiguera  ( Dichanthium ischaemum )

Biraga  (Lolium sp)


Luello (Elymus repens)

Pulgueta  (Aegilops geniculata)

 Zerbero  ( Brachypodium retusum)

 Margallo (Lolium rigidum)


Feno, formental  (Arrhenatherium elatius)

Cola de rata (Stipa iberica)
Escoba (Molinia caerulea)


Paisajes vegetales del Somontano. Las chesas

 Es tradición secular en Japón celebrar la fiesta del hamami. La gente se concentra a los pies de los cerezos y contemplan la exuberante  floración de multitud de especies y variedades de cerezo japonés. Es una fiesta muy popular que congrega a las gentes al pie de estos árboles para celebrar el renacimiento de la vida acompañando la contemplación de los árboles con la alegría de la comida y la bebida. Yo tengo mi particular fiesta del hamami, muy discreta, no para mirar un árbol sino una pequeña y delicada flor solitaria.

 Es un azafrán silvestre (Crocus nevadensis spp. marcetii)  que nace en los yesos al sur de Barbastro y , aunque no tiene valor culinario, muestra una sencilla belleza.  La primera vez que vi esta flor en el Somontano  fue hace unos cuatro años, cuando comencé el seguimiento pormenorizado de algunas especies que habitan el duro ambiente de los yesos, nuestras chesas. Me sumé al proyecto  creado por el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) cuyo fin es establecer una red de monitorización de plantas de la Comunidad autónoma de Aragón. Entre las plantas que serían objeto de estudio durante no menos de diez años  no estaba este azafrán, pero antes de iniciar los recuentos en abril pensé que sería interesante catalogar toda la vegetación que  hubiera en la zona. Ese año me acerqué una fría mañana de febrero pensando que la vegetación estaría todavía dormida. En efecto, poca cosa había por anotar, pero de lejos vi en un rellano unas motas blancas que me llamaron la atención. El suelo estaba salpicado de flores recién abiertas de este azafrán de flores blancas con venas violetas en su cara exterior. Desde entonces saludo a la primavera cada año con mi rito de contemplación de esta flor. Con ella doy por iniciada esta estación que tantas satisfacciones me aporta. Tengo que reconocer que esta flor me ha hecho cambiar la manera en cómo veo y valoro estos terrenos dominados por los yesos. Contemplo las suaves ondulaciones blancas de las colinas de yeso. Son como erupciones juveniles en la epidermis de la Tierra, algunas blancas, otras levemente cubiertas de ralos arbustos  pardos, otras densamente pobladas por carrascas y chinebros, diversos grados de densidad vegetal que relatan las vicisitudes que han llevado cada una de estas colinas.  Me sitúo en un lugar que domina el horizonte. Vistas en perspectiva, estas suaves colinas son la antesala de los escalones tectónicos de las sierras que constituyen lo que llamamos Guara, y detrás, contemplo extasiado el Pirineo nevado extendiéndose como telón de fondo. 

Distintos  niveles (chesas, sierras exteriores, sierras interiores y Pirineo axial ) que sirven de hogar a  la fabulosa biodiversidad vegetal que nos rodea. Este año he vuelto otra vez, ritualmente.  Jirones de niebla se arrastran y destilan gotas de agua sobre el suelo reseco, la única agua que han recibido estas colinas desde hace casi dos meses.  La niebla se levanta y forma una pátina grisácea sobre  las colinas y montañas lejanas que comienzan a desvelarse. La brisa que acompaña a la bruma levanta aromas renovados de tomillos y genistas. Los asfódelos comienzan a formar verdes macollas de hojas apretadas.  Algunos cristales de yeso brillan tímidamente cuando un rayo de sol atraviesa la menguante niebla. Entre los resquicios de estos cristales sale retorcido el tronco del  romerillo (Helianthemum syriacum).

Costras de líquenes en lenta labor preparan el suelo donde luego crece la mermasangre (Lithodora fruticosa).

  Compitiendo con el denso lastón (Brachypodium retusum) , la badallera (Gypsophila struthium  subsp. hispanica) se impone por su altura. 

Ahora ya no se recolectan sus tortuosas raíces para elaborar lejía.    La rabaniza blanca ( Diplotaxis  erucoides ) ha florecido durante lo más crudo del invierno allí donde el ser humano le ha labrado el suelo o lo ha dejado en barbecho. 

 En oquedades y rellanos que miran al norte, el musgo tapiza de intenso verde (en contraste con el resto de vegetación de tonos pardos) y entre sus estrelladas hojas nacen plantas efímeras, diminutas, como Hornungia petraea



o Erophila verna 

que alcanzan a vivir mientras la humedad primaveral las sostenga hasta morir al llegar el verano. Las primeras hojas  de Plantago albicans  ocupan los lugares de suelo polvoriento,


 y donde más duro y seco se muestra el suelo se arrastra la Herniaria fruticosa.

 En un prodigio de adaptación  Helianthemum  squamatum afronta los duros inviernos y los inclementes veranos, pequeño arbusto especialista de los yesos de los que extrae el agua contenida en sus cristales, ahora en invierno tan apenas muestra las carnosas hojas, pero en mayo lucirá luminosos ramilletes de flores amarillas. Larga sería la lista de las plantas que habitan las chesas a pesar de su apariencia estéril. No todas caben aquí. En conjunto componen un paisaje vegetal rico en adaptaciones, sorprendente por su resistencia.


La biodiversidad es garantía de calidad y sostenibilidad de un lugar. Las chesas del Somontano de Barbastro albergan la suficiente biodiversidad vegetal como para que valoremos la importancia de este enclave natural. Crocus nevadensis, pequeño azafrán endémico del Prepirineo  y que baja hasta nuestros yesos, nace  todos los años para recordármelo.

La lista de especies que podemos encontrar en estos lugares es larga, valga aquí una breve selección:

Crucianella angustifolia


Campanula fastigiata

Avellinia michelii

Helianthemum salicifolium

Astragalus monspessulanus

Bupleurum baldense

Desmazeria rigida

Brachypodium distachyon

Polygala monspelliaca

Linum suffruticosum

Reseda stricta

Agropyron cristatum

Narcissus assoanus

Asterolinon linum-stellatum

Ononis tridentata

Asphodelus cerasiferus

Lithospermum apulum

Euphorbia exigua