Veronica persica y Veronica hederifolia

Pocas flores muestran como la verónica el azul  de nuestros  cielos de marzo. Cualquier persona que haya  saltado más de 10 grados de latitud habrá observado que el color del cielo es el menos uniforme de los colores de la naturaleza. Es una la atmósfera que nos cubre, pero son infinitos los matices de azul del cielo. A los lánguidos azules septentrionales se oponen los luminosos azules del sur. Y con las estaciones los tonos también varían. Verónica refleja el azul de la primavera, limpio, intenso. Incluso se adorna con una mácula blanca que tiene su paralelo en la frescas nubes que se forman en la fría atmósfera primaveral. 
En cualquier momento escucharemos el ulular del autillo, como ya hace días hemos oído el paso de las grullas, y en el suelo hace ya días que las flores de la verónica motean el verde nuevo. 
Mejor tendríamos que decir verónicas.  Veronica persica es la que más prolifera: se extiende por alcorques y céspedes, tapiza taludes herbosos, colorea cunetas. Las hojas, que tienen un pequeño cabillo, se suceden alternamente en los tallos reptantes que cubren el suelo. De sus axilas sale un largo pedúnculo al término del cual se abre una flor. A razón de crecimiento del tallo, van naciendo nuevas flores mientras atrás quedan los frutos, pequeños corazones comprimidos que conservan todavía parte del pistilo en el centro de la escotadura.


Menos abundante, pero también presente es Veronica hederifolia. Mas pequeña que la anterior, también rastrera. Ocupa algunos rellanos aunque sean de suelo escaso.
El caminante pronto notará que las hojas tienen entre 3 y 5 lóbulos, y vienen con largo pecíolo, de alguna manera recuerdan a las hojas de la hiedra. la flor tan apenas sobresale entre los pelosos sépalos del cáliz.




 El fruto en lugar de estar comprimido es globoso y tiene los senos muy poco marcados.
Existe una verónica con virtudes medicinales (Veronica officinalis), pero no la hemos encontrado por nuestra zona.
Las aquí presentadas son más modestas, pero tienen la no despreciable virtud de hacernos ver el cielo cuando, ensimismados en nuestros pensamientos, caminamos con la cabeza inclinada hacia suelo.

Ibón de Tramacastilla / Paúles en invierno.

21 de febrero de 2016.   Ya presenté este rincón del Valle de Tena en época primaveral a cuento de mostrar no solo el paisaje sino la riqueza florística, especialmente  Potentilla palustris y Menianthes trifoliata que viven en las proximidades del lago. Ahora nos hemos acercado por huir del ruido que llena el valle en un fin de semana vendido anticipadamente con los partes meteorológicos de todos los noticiarios nacionales. Subimos al principio por la pista que sale de Tramacastilla o Sandiniés. Nos separamos de ella en cuanto podemos porque queremos tantear otros caminos.  Curiosamente la misma intención tienen Jesús y Carmen, nuevos amigos con los que nos encontramos fuera de caminos, allí donde sólo la motivación conduce.





Los rellanos herbosos de Tarmañons están cubiertos de nieve, venteada y endurecida por el rehielo. Desde estos escalones elevados podemos ver cómo la sierra de la Partacua cierra el valle con temibles muros




























Sobre el amplio collado de Bucuesa se destacan las figuras de Peña Nebera y Cuchillares. Vigilando el collado, las pirámides de la Pala d' os Rayos, a la izquierda, y Pala de Alcañiz a la derecha, junto al pico del Águila.






























Un poco más al norte la Punta Escarra que deja semioculta la  Pala de Ip.  Pero hay que bajar la vista y descubrir la superficie gris del ibón de Tramacastilla.




Estamos en los dominios de Peña Telera, que aquí vemos acompañada por toda su corte en traje de invierno. 


No es paseo para ver sólo lo lejano.  Los estratos de calizas versicolores del Devónico que forman los pliegues de Tarmañones  nos avisan que estamos sobre los materiales más antiguos del valle. 350 millones de años median entre estas rocas y las airosas formas de la Sierra de la Partacua.


















Helleborus foetidus (teticas de bruja) ya ha formado sus grandes flores ribeteadas de granate.




















También Daphne laureola (bucheta) está por la labor de iniciar la primavera.







La paúl está parcialmente helada. En primavera se formará aquí un fértil tremedal.


Una cima menor que acompaña a Pimindalluelo  nos enseña su estructura plegada y fracturada.Sus rocas pueden presumir de conocer dos orogenias.

El lago produce la falsa impresión de que esté el agua en movimiento. La superficie está congelada así como el movimiento de las ondas del agua.


La punta Escarra es uno de nuestros Matterhorn
Otro es el Arriel que asoma tras las calizas de Foratata
Geometría de perpendiculares y diagonales.

Las horizontales sirven para pasear con ayuda de los perros.
Y en las verticales el viento crea sus ondas de luz y de nieve.

Ibón de Tramacastilla o As Paúles
Con nuestros compañeros de ruta: Carmen y Jesús.


Tussilago farfara. "tusílago"



Un pequeño estímulo es suficiente para despertar recuerdos que parecían olvidados. Están allí, sin más, esperando la llave que abra la caja donde están guardados. Cuando esta semana vi las flores de Tussilago farfara en la orilla del Vero, a poco más de un kilómetro de mi casa en Barbastro, lo primero fue la sorpresa por ver una planta que yo siempre he asociado con la montaña. El siguiente pensamiento, pocos segundos después, fue recordar las laderas pizarrosas de El Verde. La llave encajó y al girar salieron imágenes de las suaves formas del valle de la Ripara de Panticosa,las flores del tusílago que hacen revivir las descarnadas gleras junto al río  en los primeros días de primavera. El murmullo del río Vero se me confundía en la mente con el recuerdo del torrente que baja de Tendenera y se une aguas abajo a otros torrentes para formar el río Bolatica. El aire fresco y húmedo que desciende de los neveros se mezclaba con el aroma  que las sargueras  del Vero desprenden , inquietas por encontrar el momento de desperezar sus flores.
El tusílago siempre me ha provocado simpatía. Sus parientes de la familia de las compuestas se me antojan escurridizas, esquivas. Tengo que mirar sus hojas, detenerme en minúsculos detalles de su capítulo, comprobar la textura de sus vilanos antes de arrancarles su nombre, su identidad. Tusílago es una planta franca y directa. Ofrece sólo la flor. No distrae con las hojas. Sale sólo donde otras plantas no quieren estar, en la aridez de unas gravas o  entre las piedras  junto al río. Es tan sencilla que con una flor es suficiente para decir aquí estoy. Más tarde, cuando ya la flor haya cumplido su cometido se entretendrá en componer las hojas, extenderlas amplias sobre el suelo, y esperar. Esperar que pase el verano. Acurrucarse en invierno bajo las gleras, muy frecuentemente bajo la nieve. Y cuando el sol marque el tiempo de allegretto volverá a sacar su única flor.
¿Qué le habrá traído hasta este lugar tan alejado de las montañas? Habrá impulsado sus vilanos el bronco viento del norte? ¿Habrá descendido junto con los sedimentos que aquí se han depositado formando una pequeña playa?  Sea como fuere, el lugar le ha gustado. Lo demuestra el grupo de cinco o seis pies  diseminados que han florecido al unísono.
Las gentes del norte la conocen porque alguna vez su infusión habrá aliviado sus catarros. Ahora sé que en primavera también me podrá curar si padezco amnesia de la montaña.