Es cierto que los barrancos que más visitantes atraen en el Somontano son los situados en la
sierra de Guara. Sin duda son atractivos por múltiples motivos, incluidos los
botánicos. Pero dejaré para otra ocasión el comentario sobre sus paisajes
vegetales porque quiero citar uno de esos modestos barrancos de la tierra baja
de nuestra comarca. El barranco del Ariño lo comparten administrativamente los
municipios de Barbastro y Costean. Una pista que nace junto a la nacional 123
lo recorre parcialmente y se une a senderos tradicionales, entre ellos el GR17
que une las dos localidades citadas. Lo visito con una cierta frecuencia,
especialmente en dos épocas concretas: al principio de primavera y en pleno
verano.
Mi visita primaveral la realizo por encontrarme sobre todo con una
plantita, la chupamieles (
Cytinus hypocistis subsp.
hypocistis)
que abulta poco más que un huevo de gallina y presenta unos admirables tonos
rojo y amarillo. El herborista anónimo que la bautizó con ese nombre
tradicional debió de percatarse de la catadura parásita de esta planta y
sugerir que su existencia se basa en chuparle las mieles, la savia, a la planta
parasitada.
En este barranco aparece siempre bajo
Cistus clusii, la romerina, aunque en otros lugares también chupa las mieles de
otras plantas del mismo género Cistus que engloba a las jaras, observación que
Linneo categorizó al darle el nombre científico “hypocistis” esto es, debajo de
un “Cistus”. En el Somontano, la chupamieles es una planta muy poco frecuente
de encontrar, por no decir rara. Como
decía, visito cada primavera este barranco por ver a esta vieja conocida (una
suerte que tenemos los aficionados a las
plantas es que, si no ocurre una catástrofe, nuestras antiguas amigas suelen
estar en el mismo sitio año tras año), y de paso me recuerda que estoy en un
paisaje dominado por la vegetación mediterránea, por muy cerca que esté del agua. Es cierto; a
diferencia de los barrancos profundos y con más caudal en los que se llegan a
formar incluso pequeños bosques de galería, en estos barrancos más abiertos,
más expuestos al sol y con menos humedad, los árboles (pino de Alepo, algún
fresno, álamo, saúco, etc) aparecen dispersos o en pequeñísimos grupos sin
formar una comunidad que podamos llamar bosque (como, por ejemplo, sí podemos
apreciarlo en el curso del Vero), y lo que predomina es el monte bajo de
tomillos, aliagas y jaras, herbazales de
coronillas y lastón que llegan casi hasta el mismo borde del agua.
Como decía anteriormente, visito este barranco también algunas veces durante el verano. Me permite comprobar cómo
va cambiando la vegetación y cuáles son las plantas que viven aquí por el
favor del agua.
Así es como encuentro evitando los pedregales
secos a Polygala nicaeesis, que aunque es de ámbito mediterráneo crece con más
frecuencia en ambientes pedemontanos y es más rara en la baja altura de este
barranco. Normalmente camino siguiendo la pista y salgo de ella allí donde me
parece que asoma junto al agua alguna cosa interesante. Normal que haya
carrizos y juncos churreros, por ellos no me desvío. Sí lo hago cuando veo las
finas hojas de auténticos juncos ( el junco churrero para los botánicos no es
un junco puesto que pertenece al género Scirpus y por tanto a la familia de las
Ciperáceas).
Las altas varillas del Juncus
acutus, auténtico integrante de la familia Juncáceas, despliegan una brillante
cima de cápsulas, como diminutos píxides.
Junto a él, otro junco de finísimas hojas, Juncus subnodulosus, deja
colgando en cabillos largos las capsulitas que alojan las semillas.
Más adelante, el herbazal próximo al agua está
iluminado con el intenso rosa del Latyrus latifolius, especie eurosiberiana que
también evita las zonas secas. El gran estandarte que corona cada flor nos
recuerda su parentesco con las judías y los guisantes.
Hace unos meses mi amigo
Antonio Mariñosa me enseñó la localización de una planta que coloniza aguas
mansas y que sabía andaba buscando y no encontraba, Sparganium erectum. Era
invierno y la vimos bastante deteriorada, pero apunté el lugar y cuento con
volver a verla cuando esté en flor y, mejor aún, más tarde con los frutos para
poder averiguar que subespecie tenemos en este lugar. Cualquiera ajeno a esta afición botánica,
encontrará un tanto extraño el interés que se pueda tener por el nombre de una
planta, más aún si además se quiere saber si es de una subespecie u otra (para
los legos en nomenclatura científica, la subespecie es un segundo nombre que se
pone a un grupo de individuos que guardan pequeñas diferencias con la especie
típica, pero estas diferencias son significativas evolutivamente). En todo
caso, si sirve de descargo para evitar que se me tilde de “friki”, diré que no
se puede valorar la biodiversidad de un lugar y sus singularidades si no se
conocen bien a sus pobladores. Este
mismo motivo es el que me tiene desde hace unos años un tanto ocupado.
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Lytrhum hyssopifolia ¿?
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Encontré
en este barranco, creciendo en las arenas que se inundan ocasionalmente, una
pequeña plantita anual que no supera los dos palmos. Bonita en su sencillez,
llamativa por su singularidad de formas.
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Lytrhrum salicaria |
Pese a ser pariente de la yerba tripera (Lytrhum salicaria) , frecuente
en acequias, esta pequeña planta del barranco del Ariño no la había visto
nunca. Hice fotografías e indagué qué podría ser. Hasta la fecha no puedo
asegurar su nombre específico, pues tengo dudas entre dos especies muy
similares. En todo caso se tratará, seguro, de una localización interesante sea
cual sea la especie. Espero que este año, consultando bibliografía
especializada, pueda saber cual es esta nueva amiga, y sólo cuando lo averigüe
cesará la intranquilidad que siento cada vez que vengo a este barranco y me la
vuelvo a encontrar. También es cierto que me alegraré enormemente si me vuelvo
a encontrar con otra planta para mí desconocida aunque me vuelva a invadir la comezón agridulce de la ignorancia.