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Medicago truncatula


Como tantas otras personas, he aprovechado la primera oportunidad para alejarme lo más posible de casa, no porque en ella estuviera incómodo, sino porque necesitaba  caminar sin toparme con los límites que imponen las paredes. Estos días atrás, desde la ventana he estado viendo el progreso de la primavera y sabía de su exuberante crecimiento, aún así, me ha sorprendido ver la vegetación tan crecida, tan desarrollada, y la primavera tan avanzada. Quizá sea porque no he tenido la ocasión de verla crecer desde cerca, poco a poco. Tantos años viendo las plantas primavera a primavera, y sólo hace falta que se rompa esta cercanía habitual para que una vez he podido recuperarla todo parecía más nuevo, mas sorpresivo. Medidicago truncatula es una vieja conocida, pero me ha sorprendido verla proliferar con tanta alegría. Es una plantita humilde, rastrera y de poca vistosidad. Sólo sus pequeñas flores amarillas atraen la mirada. El fruto es una legumbre enroscada en espiral de cuyos costados surgen largas espinas rectas. Su lugar habitual para vivir son los herbazales soleados y secos en verano, por lo que no será demasiado difícil encontrar un lugar así por estos pagos. Esta planta tiene en nuestra zona parientes cercanas con apariencia muy similar, que permitirán al curioso hacer el ejercicio de separar estas siete u ocho especies fijándose bien en los frutos, algunos son de esos que se agarran a los calcetines a nada que caminemos por un herbazal. La pariente más conocida es la alfalfa (Medicago sativa).

Al verla, he recordado la importancia de esta sencilla planta en algunas recientes investigaciones. Con Medicago truncatula se está investigando su potencial utilidad en la recuperación de suelos contaminados por metales pesados, esos tan dañinos para todos los organismos como son el plomo, el cadmio o el mercurio.  Todas las Medicago son muy prolíficas, cunden sus tallos abriéndose y esparciendo unas semillas que darán lugar a numerosos descendientes. Se cultiva fácilmente,  además se han seleccionado variedades cuyo genoma es bien conocido. Algunas de estas variedades responden bien a la presencia de los minerales depositados en el suelo después de una mala gestión minera o industrial. Se sabe que estos metales se unen a la cadena trófica y es altamente acumulativo en el interior de las células a las que a la larga inutilizan y matan. Muchas plantas no soportan estos metales pues altera el funcionamiento de sus células. Sufren de estrés por oxidación, provocado por estos metales, y mueren irremediablemente. Medicago truncatula es capaz de superar esta prueba aislando en sus tejidos estos metales. Es importante comprender cómo consigue esta proeza, o más aún si cabe, si conseguimos decirle a la planta dónde realizar este almacenamiento para así recuperar los materiales tóxicos y aislarlos. Pensemos que este conocimiento podría servir para limpiar terrenos contaminados, o para evitar que estos metales se incorporen a la cadena trófica y pasen a los herbívoros y a sus depredadores (nosotros estamos entre ellos). Díganme si no es una planta importante, a pesar de su aparente insignificancia.

Achillea millefolium "milenrama"

En un talud junto a la pista que sube desde Barbastro hacia el santuario de El Pueyo me he encontrado esta alegre hierba. He pasado centenares de veces por este camino y nunca la había visto. Observo que está en lugar donde se han removido tierras y que las dimensiones del talud han variado con las obras. Junto a esta planta veo que hay Moricandia arvensis  y algún ejemplar de caléndula en su variedad cultivar. 
Achillea millefolium es una hierba común en la montaña. Allí la vemos frecuentemente, aunque de flores blancas o levemente rosadas. La que aquí tenemos es de tonos más intensos y capítulos más grandes. Me atrevo a concluir que  se trata de una planta que procede de algún huerto o jardín, y que fortuitamente ha llegado a este lugar. Su futuro... incierto. 
En el huerto recibiría cuidados que garantizan su supervivencia. Aquí, veremos si en el futuro aguanta los extremos de nuestro clima, especialmente el caluroso verano. 

La milenrama es una planta comestible y medicinal. En el exterior sirve como cicatrizante, pero consumida, sus  componentes tóxicos  obligan a usarla con cautela. Me parece más interesante su uso como protectora de los huertos. Es una planta que sirve de alimento a un tipo de moscas, los sírfidos, que se asemejan por los colores del abdomen a una pequeña avispa. Esta mosca la utiliza como nutricia para sus larvas. Larvas y adultos son efectivos depredadores de los pulgones que tanto atormentan a los hortelanos. Me interesan estas alianzas que se establecen en los huertos y jardines. 
Afortunadamente, cada vez es más frecuente encontrar personas que prefieren gestionar estos espacios con una visión global, ecológica. No es una estrategia nueva. Ya en los huertos de los monasterios medievales se utilizaba la milenrama con este fin. Pero en nuestra sociedad hemos pasado ( y todavía está muy presente) una etapa de utilización de los medios químicos sintéticos como vía rápida para atajar plagas y molestias. Hoy ya sabemos que, a medio plazo, el uso de estas sustancias ajenas a la ecología del huerto añaden más costes  que  beneficios y alteran la dinámica de ese espacio de naturaleza domesticada que es el huerto o jardín. Como decía, cada vez  son más los que se suman a esta manera de gestión del huerto, donde especies vegetales y animales se contemplan como un todo que interactúa y en el que se buscan aliados para obtener el mayor beneficio sin dañar el ecosistema del huerto. Implica mayor sensibilidad, más atención, más conocimiento. Implica aceptar un peaje a la naturaleza, pero al mismo tiempo nos aporta la convicción de actuar con responsabilidad por nuestra salud y la de nuestro entorno.

Verbascum sinuatum "berbasco, gordolobo"

Tengo a Angkor unos días en casa, y ,como  es un animal inquieto, he cogido la bicicleta y lo he llevado al trote por el camino que lleva a El Pueyo. Es animal agradecido, y como quiera que sus dueños lo llevan tras la bicicleta muchas veces, ha meneado el rabo con alegría en cuanto ha visto las dos ruedas. Hacía días que no tomaba este camino. Soy enemigo de las calores y los caminos polvorientos, y hasta que  no entra el otoño dejo aparcada la bicicleta. Como ha llovido y comienza a formarse rocío por las mañanas, ahora el camino está magnífico; los cerolleros comienzan a cambiar su color los arañones han tomado su color azul prunoso y la tierra desprende aromas de moho e hinojo.
Angkor tiene un carácter curioso, y aunque me sigue con disciplina, de tanto en tanto le despista cualquier cosa que encuentra por el camino. A veces es el rastro de algún topillo al que se afana por encontrar husmeando entre las hierbas, infeliz si piensa que va a poder verlo. Otras veces es el vuelo a salto de algún pajarillo. En una ocasión se me ha parado junto a un gordolobo que todavía conserva sus flores. No sé si Angkor  tiene querencias botánicas, creo que no. Más bien, pienso que ha sido la casualidad que dondequiera que hubiese algún olor extraño para él allí estaba el gordolobo. Esta vez me he parado yo también y me he quedado contemplando el gordolobo. Las flores todavía lucen sus tonos amarillos, de membrillo maduro, que con el sol al sesgo lucen con un brillo especial. Es éste un gordolobo de hojas recortadas en lóbulos sinuosos, de allí su nombre latino.
Las flores nacen en ramas alargadas que parten de un tallo común, a modo de candelabro barroco. Carece de la tupida borra que encontramos en otros gordolobos, aquellos utilizados para sanar afecciones de la piel y cuyas flores se escaldan para fabricar tisanas que alivien los catarros.  Y con este último ejemplar florecido, disfrutando antes de que la niebla y el frío lo mustien, me he quedado embelesado un rato, hasta que por el rabillo del ojo he visto que Angkor mueve inquieto el rabo. Vale, de acuerdo. Seguimos el camino. Angkor compite con mi rueda por ver quien lleva la delantera. Yo pedaleo mecánicamente, al ritmo del trotecillo de las patas de este perro que hoy me ha llevado a los colores del otoño atrapados en una mata de gordolobo.

Ophrys incubacea

Hace una semana acompañé a un grupo de chavales en un paseo botánico por los alrededores de Barbastro. Era una excursión organizada por el club de Montañeros de Aragón de Barbastro al que pertenezco. Al poco de rebasar la cruz de Santa Bárbara les sugerí que se fijasen detenidamente en un grupo de orquídeas que crecen en el talud que bordea la pista. Tras unos breves minutos mirándolas detenidamente, les pedí que guardasen la imagen mental de lo que habían visto para que más adelante pudieran comprobar si esta misma flor se repetía a lo largo del camino. Por fortuna (he de reconocer que algo intencionada) dimos con otras orquídeas del mismo género: Ophrys passionis, Ophrys sphegodes, Ophrys lupercalis.  En el caso de Ophrys incubacea, la vista delata diferencias claras sobre otras orquídeas del mismo género: el labelo presenta unas gibas laterales, a modo de alitas mucho más prominentes y largas que en las otras especies, que mantienen la pilosidad parda en la cara externa, pero que carecen de pelos en las caras internas. La cavidad donde se aloja el estigma está coloreado de blanco.
El experimento funcionó, enseguida se dieron cuenta de que había sutiles diferencias que separaban a unas especies de otras.  El ejercicio lo repetimos con varias especies de la familia de las Euphorbias. El objetivo del paseo se estaba consiguiendo: demostrar que la naturaleza es mucho más rica y variada de lo que a primera vista parece, y que para apreciar esta riqueza es preciso educar los sentidos y desarrollar la atención plena. Sólo podemos descubrir la naturaleza si sabemos apreciar la diferencia, y esta es una de las  bases del conocimiento. 
Una de los regalos que la botánica me ha dado a lo largo de estos años de observar la naturaleza es que me ha enseñado a mirar, a oler, a tocar, a saborear, e incluso a escuchar. Sí, porque las plantas ofrecen todo esto, y mucho más.

El botánico Giuseppe Bianca describió esta planta en 1842 a raíz de sus estudios sobre la flora de los alrededores de Siracusa, en Sicilia.

Thymelaea tinctoria subsp. tinctoria "bufalaga, crujidera"

Antonio Mariñosa, compañero de búsquedas florísticas por el Somontano, me ha dicho que ya está en flor la bufalaga. No me lo quiero perder, ya que tal y como estamos, saliendo del invierno, es poderoso el deseo de comenzar a sentir la primavera. Me acerco a las Baldorrias, que es donde Antonio la ha visto, y la busco por los calveros soleados. Es un arbusto al que le gustan los suelos calcáreos pero no hace ascos a los chesos, como estos montes cerca de Barbastro, cerros de yeso.
Encuentro proyectiles de fusilería. Cerca había un campo de tiro del cuartel militar que hubo en Barbastro.

Sigo buscando y pronto encuentro una docena de matas globlosas, pequeñas para lo que puede llegar a ser  este arbusto. Me llama la atención que se encuentran junto a ramas quemadas de un incendio de hace unos pocos años.
La bufalaga o crujidera, que es como la llaman en Lagunarrota y otros lugares del Somontano, es planta  de base leñosa, con numerosas ramillas erectas, primero pardas, que se tornan verdes en las puntas. Las hojas son persistentes, y en sus axilas nacen las pequeñas flores amarillas. Hay flores masculinas y  femeninas en pies diferentes. En nuestra zona del Somontano es un arbusto que escasea.

Es una planta friolera que abunda más al sur. Una pariente próxima de esta bufalaga  es la subespecie nivalis, que ya podemos ver desde Guara y más al norte.
Aunque se ha utilizado como planta medicinal, es tan potente en sus efectos purgantes y laxantes que no es nada recomendable su uso con personas. También se utilizó con los mismos efectos con el ganado. El nombre específico que se utiliza en botánica alude a su función como tintórea. En efecto, en el Valle del Ebro y en Cataluña es planta que se utilizó para teñir la lana de amarillo.

Hace ya un par de semanas que vi a las grullas tomar el viaje hacia el lejano norte. Antonio dice haber visto ya el avión común. Él y yo nos congratulamos de que la primavera esté llamando, aunque suavemente, y ambos estamos atentos a todos sus movimientos.

Misopates orontium

En los últimos momentos del otoño, antes de que los colores desaparezcan de los campos, encontramos esta pequeña hierba de ciclo anual que alarga su floración hasta finales del mes de noviembre. De las tres especies de este género que habitan en la Península Ibérica, sólo ésta vive en Aragón. Y para mayor interés de quien guste de singularidades, el Atlas de la Flora de Aragón, web mantenida por el Instituto Pirenaico de Ecología, califica a esta planta como muy rara en Aragón, localizándola en la zona oriental de nuestra comunidad autónoma y algún punto disperso de la Depresión del Ebro y el Sistema Ibérico. Recibe el nombre popular de conejetes, aunque son más habituales en el resto de España los nombres de dragoncillos o becerrilla. Son objeto de júbilo de los pequeños que nos acompañan en los paseos  cuando oprimen los laterales de la flor y ésta se abre como una boca, fenómeno que es frecuente en varias de las flores de la  familia de las Scrofulariáceas, a la que pertenece la planta que ahora nos ocupa.
Si el caminante toma el camino viejo hacia El Pueyo, desde Barbastro, verá que en la cuneta aparecen dispersos aquí y allá crecidos ejemplares de esta bonita planta que casi nos avisa con su purpúreo colorido que estamos en la puerta del invierno, y que pronto, durante los meses invernales, todo se tornará  de color pardo.

Hepáticas


Quién diría que dando un paseo por el río se puede hacer un viaje de cientos de millones de años. Me acerco a la orilla del río Vero, y cobijada bajo la sombra de una roca encuentro una colonia de hepáticas. Los botánicos que investigan la evolución de las plantas estiman que las plantas comenzaron a colonizar la superficie de la Tierra hace unos 450 millones de años. Parece mucho, pero no es más que la décima parte de la existencia de la misma Tierra (es decir que la Tierra ha carecido de prados y bosques durante nueve de  diez partes de su existencia). En este salto de colonización de las algas al medio no acuático, fueron pioneras estas extrañas plantas que englobamos junto a los musgos  dentro de las llamadas briófitas. Fue un proceso que debió producirse simultáneamente a la colonización de los animales acuáticos al medio terrestre, hazaña realizada por los animales anfibios. Las hepáticas tienen un comportamiento similar a los anfibios en cuanto a su reproducción. Aunque viven fuera del agua, e incluso resisten periodos de sequía, necesitan del fluido elemento para reproducirse.
Las hepáticas tienen un aspecto extraño, carecen de tallo, hojas, flores...y lo que es más importante desde el punto de vista evolutivo, carecen de conductos que canalicen nutrientes por entre sus tejidos. Es como si fuese un animal sin venas. Sus tejidos se agrupan en unas escasas capas de células. 
La epidermis está formada por estructuras poligonales, visibles a simple vista. Parece una estructura celular, pero no nos confundamos, cada polígono es una simple agrupación de células especializadas en la fotosíntesis. En el centro de esta estructura poligonal observamos una estructura circular que es el poro por el que intercambia gases con la atmósfera. Ya se sabe, el mundo vegetal creó desde el mar nuestra atmósfera rica en oxigeno absorbiendo CO2 de la atmósfera. 
Las hepáticas, por diferenciarlas más todavía del resto de las plantas no briófitas, carecen de raíces. En el reverso de su cuerpo, en contacto con la roca, crecen multitud de "raicillas" formadas por escaso número de células y de pocos milímetros de longitud con los que se fijan a la roca y absorben agua y  nutrientes, pero que no reciben savia enriquecida para crecer, como sucede con el resto de las plantas con raíces "normales". Estas estructuras de fijación y absorción que tienen las hepáticas les aproximan más a las algas y a otros organismos acuáticos como las esponjas o los cnidarios. Ya sé que al público en general le fascinan más los grandes dinosaurios o los primitivos mamíferos extintos, pero no está de más echarles un vistazo a estas primitivas plantas que los precedieron y que todavía se encuentran entre nosotros sin haber sufrido prácticamente leves cambios desde que  colonizaron la tierra firme.
La especie de la fotografía, realizada en la orilla del río Vero corresponde a Marchantia polymorpha subsp. polymorpha, tal y como se aprecia en la banda oscura continúa que recorre todo el talo.

Paisaje vegetal del río Vero

La Asociación Cultural Castillazuelo, editora de la revista  “ro Zimbeller de Castillazuelo", que nace dos veces al año, ha tenido a bien pedirme un artículo sobre el río Vero y su vegetación. Como quiera que no es posible incluir muchas fotografías en el artículo de la revista, les propuse a los editores complementar la versión impresa con una publicación en este blog en el que se pudiesen ver fotografías de las especies citadas,con el deseo de que así se difunda entre el público general los valores naturales de este río. El resultado es lo que sigue, un poco largo si lo comparamos con lo que es habitual en este blog, pero que no representa ni la décima parte de las plantas que podemos encontrar en el curso bajo del Vero. Alguna vez ya he tratado aquí plantas que completan la presente introducción a la flora del Vero, y espero en el futuro seguir completando esta nómina.


Toda población es afortunada cuando un río la atraviesa y enriquece su paisaje. Castillazuelo ha sabido poner en valor su emplazamiento con los caminos que le acercan al río y a los paisajes que en él se forman.Hacia el norte el camino ras Vals lleva a la vecina Pozán y se adentra en espacios donde el río Vero se ensancha.En  ros Gorgos ras Ollas el río excava en las areniscas consolidadas, gira y se retuerce formando badinas profundas donde se guarecen barbos y madrillas.Desde Castillazuelo hacia el sur, en el camino a las ruinas de El Poyet y hasta Barbastro, el caminante descubre pasajes sombreados y encajados, amplias riberas donde se asentaron gravas y arenas fluviales.Todavía más al sur, poco antes de diluirse las aguas del Vero en el río Cinca, el caminante ve cómo las aguas cortan las blancas colinas en terreno de yesos para al fin atravesar extensos guijarrales.
Las características geológicas y climáticas condicionan el desarrollo de una vegetación específica.  El río Vero no es homogéneo, bien al contrario, muestra marcadas  diferencias en los relieves de sus orillas, la composición de su suelo, la exposición al sol. La observación atenta le permitirá al caminante  descubrir estas variaciones y cómo la vegetación se adapta creando diferentes paisajes.

 Los principales  constructores del paisaje vegetal del río Vero son el chopo (Populus nigra) y el sauce (Salix alba). Ellos son los que en el máximo de proximidad al lecho del río forman un bosque de galería que, si bien es muy estrecho, sigue el eje fluvial en la mayor parte de los tramos. La sauceda y la chopera forman el paisaje más característico allí donde la ribera se mantiene alejada de las labores del hombre y donde un alto grado de humedad está garantizado.


De manera secundaria otros árboles, como son el álamo temblón (Populus tremula), el fresno (Fraxinus angustifolia) y el chopo blanco (Populus alba) aportan matices a este bosque de galería. Los dos primeros abundan más en las proximidades de Barbastro, allí donde el ambiente es más fresco y sombrío, no en vano estos árboles tienen querencias montanas. El chopo blanco se aleja más del cauce, busca suelos mejor drenados y mayor insolación.  Bajo esta arquitectura arbórea un cortejo de arbustos completa este paisaje boscoso. El cornejo (Cornus sanguinea) es el arbolillo más abundante, sobre todo en los lugares donde el río se encaja entre taludes que producen muchas horas de sombra. Cornejos y espinos blancos (Crataegus monogyna) saturan el aire con el dulce aroma de sus flores en primavera.
Compiten por el espacio y la luz la madreselva (Lonicera etrusca), el aligustre (Ligustrum vulgare) y la hiedra (Hedera helix), ésta última acompañada de su parásito Orobanche hederae vistoso por su abundancia en primavera. 



Todas estas especies forman un sotobosque espeso y enmarañado, que se acentúa cuando dos estirpes de zarza (Rubus ulmifolius y Rubus caesius) cruzan el camino con sus turiones.





















En estos parajes de escasa luz aparecen dos auténticos bejucos: la betiquera (Clematis vitalba) y el lúpulo (Humulus lupulus), que unidos a todas las anteriores especies completan un fantástico paisaje de apariencia selvática. Es en este espacio del río Vero en el que el caminante percibe con intensidad estar inmerso en el denso paisaje vegetal.
 En el nivel inferior de este bosque de ribera, el de las pequeñas hierbas, podremos encontrar un alto número de plantas de bulbo o rizoma, como son varias especies de orquídeas, agrupadas en los géneros Epipactis, Cephalanthera y  Platanthera, algunas rarísimas, otras sólo habituales a mucha mayor altitud; otras hierbas que crecen junto al sendero son la hierba centella (Arum italicum), la rara aristoloquia (Aristolochia paucinervis), el lirio fétido (Iris foetidissima) o la gatarrabiosa (Ranunculus bulbosus).

















































































También abunda Euphorbia amigdaloides, letrera habitual en ambientes sombríos del Pirineo y que crece en abundancia en las umbrías del río Vero a pesar de la diferencia de altitud, como también sucede con Brachypodium sylvaticum, gramínea umbrófila, abundante en este ambiente y que podríamos encontrar también en los bosques de hayas del Pirineo.




















Si el caminante se acerca al lecho del río, especialmente en aquellos lugares donde el agua se manifiesta más feroz en las avenidas estacionales, observará que el paisaje vegetal varía ligeramente y es dominado por los salguerales. Salix purpurea es la sarguera que cubre las cascajeras y retiene las hierbas arrastradas por el río en sus crecidas.La flexibilidad de sus ramas, su porte bajo y la facilidad con que arraiga le permiten sobrevivir a las variaciones de caudal y al ímpetu de las aguas. Le acompaña la tamariza (Tamarix gallica) y el junco churrero (Scirpus holoschoenus). 














































En ocasiones el río traza curvas donde acumula gravas, el bosque se aclara y aparecen espacios más luminosos y caldeados. En los arenales expuestos al sol, la labor fecundadora de las crecidas produce una explosión de vida de pequeñas plantas de ciclo corto como alguna pequeña silene (Silene conica) o el raro Phleum arenarium. También aparecen plantas perennes con diferentes grados de tolerancia a la sequía como los arrocetes (Sedum acre y Sedum sediforme), o más adaptados a ambientes húmedos como los tréboles (Trifolium repens y Trifolium fragiferum) y ranúnculos (Ranunculus repens).














































Personalidad propia tiene la vegetación que ocupa los limos y arenales. En estos barrizales fluviales, las hierbas pejigueras (Polygonum lapathifolium, Polygonum persicaria) extienden sus anchas hojas junto a Bidens frondosa y las colas de caballo (Equisetum arvense, Equisetum ramosissimum). 






Con los tallos en el agua encontramos berros (Rorippa nasturtium-aquaticum) y el apio borde (Apium nodiflorum).

El río, con sus cambios de ritmo, marca la diversidad de sus paisajes. Si en unos espacios pasa veloz, en otros se aplaca. Allí donde el agua es profunda y discurre mansamente el caminante observa extenderse los carrizos (Phragmites australis) y las eneas (Typha angustifolia), espacios donde podremos observar garzas y anátidas a poco que vayamos con sigilo y silencio. 
























En las esperas para sorprender los juegos de la nutria tendremos a nuestros pies prunelas (Prunella vulgaris) o nos agazaparemos tras las altas varas de la yerba tripera (Lythrum salicaria) o del orégano de agua (Eupatorium cannabinum). También el río se encuentra con materiales más resistentes,  talla las areniscas fluviales y forma taludes verticales donde aparece  el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) helecho que hermosea las cavidades horadadas por el río.
























El caminante, de tanto en tanto, se separa del curso del río y contempla paisajes vegetales donde es más evidente el clima mediterráneo. En las zonas más frescas aparecen pequeños bosquetes de quejigos (Quercus faginea). Algunos monumentales ejemplares  encontramos en el camino ras Vals, y definen un paisaje vegetal en el que el sotobosque lo forman matorrales termófilos como es el caso de la zarzaparrilla (Smilax aspera) el boj (Buxus sempervirens) y leguminosas más o menos arbustivas como  Emerus major, Dorycnium hirsutum o Dorycnium pentaphyllum.
























A poco que nos separemos más del influjo del agua, el clima mediterráneo marca la formación de un paisaje vegetal caracterizado por la carrasca (Quercus ilex subsp. ballota) , el chinebro (Juniperus oxycedrus) y el pino carrasco (Pinus halepensis) con su corte de aromáticas (romero, tomillo, lavanda, espliego) y escobizos (Osyris alba).






















Estos matorrales se completan con los aliagares (Genista scorpius, Genista hispanica). Es un paisaje rico en el que son frecuentes las chunquetas (Aphyllantes monspeliensis) y varias compuestas entre las que destacan la hierba pincel (Staehelina dubia) por su delicadeza y Aster sedifolius por su escasez. 





















































Orquídeas de los géneros Ophrys, Epipactis y Limodorum añaden texturas y formas. Los lastones (Brachypodium retusum, Brachypodium foenicoides) así como los cardos corredores (Eryngium campestre) nos recuerdan que, lejos del río, la aridez y el intenso sol marcan este paisaje.























Si el caminante se acerca a la Boquera verá que ahora el paisaje está dominado por los guijarrales fluviales con escasa vegetación arbórea. En este ambiente aparentemente inhóspito es  donde se  forman comunidades abiertas de  Aethionema saxatile, la hierba besquera (Andryala ragusina), la ajedrea (Satureja montana) y rudas (Ruta angustifolia y Ruta campestris). 







































Son plantas humildes de flores discretas. Sólo rompen esta sobriedad los grandes ramos de la corona de fraile (Globularia alypum) y de los conejetes (Antirrhinum majus). 























Antes de cruzar los canales de agua bordeados de masiegas (Cladium mariscus) nos topamos con barreras de emborrachacabras (Coriaria myrtifolia) para después  llegar a los guijarrales cubiertos de tamarices, retamas (Lygos sphaerocarpa) y escobizos (Ephedra fragilis) donde pequeños asfódelos (Asphodelus fistulosus) y artemisias (Artemisia campestris) se esfuerzan por medrar entre un mar de redondeadas y caldeadas piedras.  Son los últimos metros del río Vero antes de unirse al Cinca.