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Punta baja de Napazal

Esta es la segunda entrega de nuestra estancia en Lizara este verano. Tras subir al Bisaurín apetece dar un paseo sin cansar demasiado el cuerpo. Así pues, decidimos subir al collado del Bozo,  y ver qué se divisa desde allí. Una vez en el collado  cuesta poco  encaramarse a la punta Napazal, redondeada loma, producto del esqueleto rocoso formado por los flysch,  las facies rocosas sedimentarias que forman el armazón de estas montañas.


El llano de Lizara es un espacio para la historia. La historia geológica ha dejado las huellas de las cicatrices sobre la roca caliza que, aunque oculta por el prado alpino, muestra la forma de numerosas dolinas. La historia humana ha dejado sus huellas en el dolmen, muy deteriorado, que nos habla de gentes que ya practicaban la ganadería en esta tierra hace milenios.


En las proximidades de una cabaña de pastores hacemos acopio de agua fresca. Está bien resguardada del ganado, por lo que la bebemos con confianza. Al tiempo que nos refrescamos, observamos el llano de Lizara, y el camino recorrido ayer para ir al Bisaurín que se extiende frente a nosotros.




 Gracias al frescor y humedad que le proporciona el fondo de una pequeña sima en la roca caliza crece, rodeada de helechos,  una megaforbia propia de ambientes húmedos: Adenostyles alliarae.




Un rebaño de ovejas juega a simular los estratos de la roca. Van con la cabeza gacha. Más tarde los encontraremos sesteando, amodorrados,  con el morro apoyado en la reseca roca, inmóviles, pasando como pueden la hora de calor.

La humedad de un pequeño regato es suficiente para que Parnassia palustris prospere a pesar de la dureza de este verano.

Hemos superado el collado de el Bozo y nos dirigimos a la punta baja de Napazal. Un empedrado natural sigue fielmente la curvatura de la loma. Posiblemente, la gelifracción ha hecho el capricho de cuartear geométricamente la roca.

Con poco esfuerzo, este rincón del Pirineo nos regala tan espectacular visión, una barra caliza que cierra de oeste a este los valles de Aragüés y de Aísa. Frente a nosotros tenemos el macizo de Bernera y la Sierra de Aísa.

Una pequeña umbilífera, Bupleurum ranunculoides da una pequeña nota de color en estos pastos agosta

Gypsophila repens ,encespedante planta de hojas glabras,  muestra las últimas flores de la temporada. La mayoría de ellas ya marchitas.

El día es caluroso, pero la altura mitiga el agobio y permite una contemplación detallada de la barrera caliza. Con el mapa en ristre comenzamos a nombrar las cimas. Mirando hacia el Norte,comenzamos por el flanco Oeste, dominado por el Bisaurín y  el Macizo de Bernera.
y seguimos por el lado Este, contemplando la sierra de Aísa , el llano de Nazapal y el dominio del refugio Rigüelo:

Hacia el sur las formas se suavizan. Son las sierras exteriores del Pirineo, de geología totalmente distinta. La cuerda que parte del collado del Bozo se extiende hacia el sur culminando en la Punta de Mesola, máxima altura de la sierra de la Estiba que separa el valle de Aragüés del Puerto del de Aísa.


Pico Bisaurín

En la primera semana de Agosto estuvimos dos noches en Lizara. Desde allí subimos al Bisaurín. Sorprendente pico por las vistas que se contemplan desde su cumbre. 
 Aunque en los mapas figuran varias fuentes en el camino, vamos bien provistos de agua. Acertada prevención, porque las vacas se han apoderado de las fuentes de los abrevaderos en este seco y caluroso verano.


La mole blanca del Pico Bisaurín se impone en el llano de Lizara. Aunque parezca como un bastión de altos muros, su ascenso es sencillo por la cara oeste. No presenta ninguna complicación y es muy gratificante. Es una estructura geológica que nos resulta familiar por su fisonomía y su orientación: barrera gemela de las paredes de Collarada, Bucuesa, Telera, Tendenera... un frente calizo formado de pliegues tumbados y cabalgamientos, cortados por la acción erosiva de glaciares y ríos. A los suaves prados, de uso ganadero secular, se oponen farallones blancos.
El Bisaurín (2.670mts.), a la izquierda. El barranco Audelca  lo separa de la peña  Ruabe de Bernera (2.450mts). Un rebaño de vacas sestean en el lugar habitual, dejando la huella de esta mallata en el prado.
En estos prados observamos a las vacas comerse pacientemente estos cardos azules (Eryngium bourgatii) o cardos de puerto. Son plantas de la familia de las Umbelliferas, hemiparásitas. Las vacas deben de influir en la expansión de este cardo, puesto que aunque las comen con delectación, los prados están bien provistos de estas pinchudas plantas.
Libando las flores del cardo está la Ortiguera (Aglais urticae)



Potentilla alchimilloides ocupa los suelos crioturbados calizos. Forma amplios cojinetes de donde salen grupos de flores blancas. Las hojas recuerdan al cercano género de las alchemillas.






Salimos un poco del camino para contemplar mejor el espectacular pliegue que forma la base de Peña Ruabe de Bernera. Con toda claridad se aprecia el pliegue tumbado, formado por el plegamiento de una masa rocosa que cabalga sobre otra a partir de una falla tectónica.























Hemos subido por el barranco Espelungueta hasta el collado de lo Foratón, la ruta más habitual. Tras este collado se nos descubre  Puntal de Agüerri, y a sus pies el barranco Secús. Los bosques que se ven al fondo a la derecha corresponden a la Sierra de Secús, y las siluetas oscuras de la izquierda al valle de Echo.

En esta cresta batida por los vientos, donde alternan retazos de prado con lugares de gravas calizas, encontramos esta cariofilácea, Saponaria caespitosa,  que forma llamativos cojinetes de flores rosa intenso. Los tallos aparecen segados. La lengua de las vacas ha actuado como una guadaña.










Vamos muy bien de tiempo y con ganas de disfrutar del paisaje. Nos salimos unos pocos metros de la clara senda para asomarnos al vacío que producen los verticales estratos del Bisaurín en su cara noroeste. Al fondo ya comienzan a verse los cambios de color de las sierras circundantes.

Aunque es más propia de suelos ácidos, Armeria alpina aparece en la cresta del Bisaurín, en este caso aprovechando una fisura de la roca.


Es suficiente una pequeña muestra de suelo profundo, una Euphrasia (quizá alpina) prolonga la ilusión del prado donde ya comienza a dominar solamente la piedra.



Como la ladera del Bisaurín se va tornando a trechos en glera, es ocasión de encontrar Linaria alpina, de carnosas y apretadas hojas, y en este caso, de corola uniformemente coloreada.























El Bisaurín es un magnífico balcón que se abre hacia el Pirineo Occidental. En primer término aparece el impactante sinclinal del Rincón de Secús, cerrado a la izquierda por el Puntal de Agüerri y a la derecha por la Punta Costatiza cuya cima marca el final de la sierra de Secús. Las tierras rojas de la Peña Marcatón, sedimentos de épocas geológicas de clima tropical, dan amparo al llano de Aguas Tuertas que se comienza a ver a la derecha.



















El Castillo de Acher, con su característico perfil de sinclinal solitario como una isla.

Ya estamos muy cerca de la cima, la suave y llana cresta todavía puede albergar plantas como esta nomeolvides (Myosotis alpestris) al amparo de los retazos de pasto que todavía se forman.

En lugar resguardado, entre placas de caliza, la Cariophillacea  Arenaria purpurascens, se asoma desde su balcón de sombra.








Un merecido descanso al tiempo que con el plano en mano ponemos nombre a las montañas que nos rodean.













La cima del pico Bisaurín es alomada, creemos interesante acercarnos al extremo oriental.


Siguiendo el cordal del Bisaurín aparecen pequeños retazos de ilusión de prado, tapizados por unas margaritas que trepan hasta estas alturas, es el caso de Leucanthemum gaudinii.




Minuartia cerastiifolia, endemismo pirenáico, especializado en la alta montaña colonizando gleras calizas.














La panorámica hacia el oriente muestra una sucesión de crestas afiladas, siluetas que nos son familiares por marcar los límites del Valle de Tena, y más al fondo el macizo de Monte Perdido.
















Es inevitable echar la mirada hacia atrás, tal es el contraste de formas y colores que nos rodea. Nuestros ojos no se cansan de ver las mismas formas, aunque van cambiando apreciablemente a medida que nos desplazamos por la cumbre del Bisaurín. Ahora, la cima de éste queda atrás.






















Llegamos al final del  pico Bisaurín, hemos recorrido toda la cresta y ante nosotros se abre una escarpada bajada que llevaría hasta la Collada Bastés. Nos planteamos la posibilidad de volver al llano de Lizara volviendo por Plana Mistresa. Además, vemos una sima en el mismo collado que nos intriga y quisiéramos verla de cerca. Pero no conocemos esa zona. No sabemos cómo es de escarpada, y pensar en dificultades bajando nos hace pensarlo mejor. Finalmente decidimos que será buena cosa volver al Bisaurín y subir por esta otra ruta. De subida todo se valora mejor. Así dedicamos unos minutos a contemplar el panorama. Algo se recorta el ibón de Estanés. Recordamos hace años cuando subimos desde el bosque de Sansenet y nos acercamos al recóndito valle de los Sarrios. Estupenda excursión. De fondo se ve el Midi Dd'Ossau, el Balaitus, Los picos del Infierno y el Vignemale, y entre la neblina el macizo de Monte Perdido. Realmente, el Bisaurín es un sitio para volver.