Achillea millefolium "milenrama"

En un talud junto a la pista que sube desde Barbastro hacia el santuario de El Pueyo me he encontrado esta alegre hierba. He pasado centenares de veces por este camino y nunca la había visto. Observo que está en lugar donde se han removido tierras y que las dimensiones del talud han variado con las obras. Junto a esta planta veo que hay Moricandia arvensis  y algún ejemplar de caléndula en su variedad cultivar. 
Achillea millefolium es una hierba común en la montaña. Allí la vemos frecuentemente, aunque de flores blancas o levemente rosadas. La que aquí tenemos es de tonos más intensos y capítulos más grandes. Me atrevo a concluir que  se trata de una planta que procede de algún huerto o jardín, y que fortuitamente ha llegado a este lugar. Su futuro... incierto. 
En el huerto recibiría cuidados que garantizan su supervivencia. Aquí, veremos si en el futuro aguanta los extremos de nuestro clima, especialmente el caluroso verano. 

La milenrama es una planta comestible y medicinal. En el exterior sirve como cicatrizante, pero consumida, sus  componentes tóxicos  obligan a usarla con cautela. Me parece más interesante su uso como protectora de los huertos. Es una planta que sirve de alimento a un tipo de moscas, los sírfidos, que se asemejan por los colores del abdomen a una pequeña avispa. Esta mosca la utiliza como nutricia para sus larvas. Larvas y adultos son efectivos depredadores de los pulgones que tanto atormentan a los hortelanos. Me interesan estas alianzas que se establecen en los huertos y jardines. 
Afortunadamente, cada vez es más frecuente encontrar personas que prefieren gestionar estos espacios con una visión global, ecológica. No es una estrategia nueva. Ya en los huertos de los monasterios medievales se utilizaba la milenrama con este fin. Pero en nuestra sociedad hemos pasado ( y todavía está muy presente) una etapa de utilización de los medios químicos sintéticos como vía rápida para atajar plagas y molestias. Hoy ya sabemos que, a medio plazo, el uso de estas sustancias ajenas a la ecología del huerto añaden más costes  que  beneficios y alteran la dinámica de ese espacio de naturaleza domesticada que es el huerto o jardín. Como decía, cada vez  son más los que se suman a esta manera de gestión del huerto, donde especies vegetales y animales se contemplan como un todo que interactúa y en el que se buscan aliados para obtener el mayor beneficio sin dañar el ecosistema del huerto. Implica mayor sensibilidad, más atención, más conocimiento. Implica aceptar un peaje a la naturaleza, pero al mismo tiempo nos aporta la convicción de actuar con responsabilidad por nuestra salud y la de nuestro entorno.

Monte Perdido

6 de octubre de 2019. Subimos al Monte Perdido desde el punto  próximo a Cuello Gordo,en el que deja el autobús que parte de Nerín. Es una ruta larga pero asequible desde el punto de vista técnico si ha desaparecido la nieve.  No hay mayor dificultad que los casi 1400 metros de desnivel y 25 kilómetros totales de recorrido, eso si la nieve se ha retirado. En caso contrario las estadísticas nos dicen que es una de las rutas que  supera ya los 50 muertos en el tramo llamado "La Escupidera".


El cielo comienza a iluminarse con la claridad del alba, pero el sol todavía no ha comenzado a alumbrar las cumbres. El Monte Perdido centra la imagen flanqueado por El Cilindro y el Pico de Añisclo.

Caminamos junto al Mondicieto por senda que bordea la Brecha de Arazas , sobre  los cantiles que forman el valle de Ordesa. A lo lejos, la sierra de Tendenera cierra el valle.



























Primeras luces sobre la sierra Tendenera



Al pasar por Cuello Gordo  podemos ver tierras cercanas de este rincón del Sobrarbe: Castillo Mayor.

A estas alturas de octubre no espero encontrar gran cosa en cuanto a plantas con flor. Cirsium acaule todavía mantiene la floración.

El sol ya ilumina el Cilindro y la cima del Monte Perdido. Resaltan en blanco las calizas masivas.




El avance hacia la cabecera del valle y el continuo ascenso nos permiten contemplar al sesgo el Casco, una porción de la brecha de Roldan , la Punta Bazillac, y el Taillón, parcialmente oculto por las laderas del pico de Millaris.

Es una perspectiva fugaz, la aproximación al eje de la cadena montañosa nos limita la visión frontal. A cambio, la luminosidad de la mañana nos muestra nítidamente el cabalgamiento que alterna calizas y margas y que forma la base del Circo de Góriz.

El sendero discurre paralelo a las bandas de calizas que presentan un leve lapiaz vertical.

Son escalones con fáciles pasos en los que tan apenas hay que usar las manos.
El dominio rocoso  sustituye a los pastizales que hasta ahora nos han acompañado.  La senda lleva el rumbo decidido hacia la base del Cilindro.

En ascensión continua, los anticlinales y cabalgamientos van apareciendo con cada paso.

El pico Tobacor.





Todavía en flor un ejemplar de Armeria alpina.





Un paso con una leve exposición, apoyado por una cadena.


Hemos llegado al cierre del pequeño circo que aloja al ibón Helado. Ahora vemos, al fondo la cima del Monte Perdido, con el sendero que recorre la larga pedrera que lleva a la cumbre.


Me alejo un poco para tomar una panorámica que refleje la grandiosidad del conjunto.


El Monte Perdido, el zigzag que recorre la pedrera hasta llegar al collado que une el Monte Perdido con El Dedo. A mitad del zigzag, el corte en la dorsal que arma el Monte Perdido, denominado La Escupidera, lugar de extremo peligro con nieve, debido a que la pendiente, levemente peraltada hacia la derecha lleva irremediablemente hacia ese aliviadero y en caso de no autodetenerse con el piolet lleva al precipicio que flanquea el pico.

El ibón Helado, y sobre él el Cilindro de Marboré, con su característico pliegue tumbado, y el dedo, ambos separados por el Cuello del Cilindro.
Seguimos la ascensión, evitamos el primer tramo de pedrera, subiendo por la dorsal, rumbo hacia La Escupidera.

Algún pequeño retrepe sin dificultad.

El Cilindro de Marboré y el Ibón Helado.






























Como ya hemos superado los 3.100 metros de altitud, las vistas de fondo comienzan a ser prodigiosas. En el  centro de la imagen, en la lejanía, el Collarada, cerrando la alineación de las sierras Partacua y Tendenera.


Juego de grises y blancos que trazan las líneas de los pliegues constructores de este relieve.



La pendiente se acentúa, y la pedrera cada vez se hace más incómoda. Ahora se aprecia la "trampa" de la Escupidera.

Llegados al collado que separa El Dedo del Monte Perdido, posponemos la llegada a la cima para, desviándonos un poco, asomarnos al balcón que nos permite contemplar en todo su esplendor el ibón de Marboré y la Brecha de Tucarroya. Como una leve mota, el refugio de montaña encajado en la brecha.

Desde la misma posición contemplamos los restos del Glaciar de Monte Perdido.




A la derecha de la Plana de Marboré, se abre el valle de Lalarri,  y los picos La Munia y Robiñera
Subimos unos pocos metros más, por cómodo sendero. Desde aquí se abre un inmenso panorama circular lleno de contrastes. Hacia el sur, me impacta la visión sobre el cañón de Añisclo, con el pico Sestrales que aparece como desgajado por el cañón. A la derecha el valle de Ordesa traza su curva girando alrededor del pico Tobacor.

Hacia el Oeste, El Cilindro y el ibón Helado dominan la perspectiva. La sierra continúa hasta terminar en el Taillón. De fondo aparece Vignemale y los Picos del Infierno.


El valle de Pineta, en línea recta que nos dirige la mirada hacia el macizo de Cotiella.




El conjunto Cilindro Marboré. al fondo a la izquierda el Vignemale.

El valle de Pineta, se bifurca en el valle colgado de Lalarri. El pico Comodoto culmina la sierra de Espìerba con su cima de afilada cresta.
El valle de Añisclo, el pico Sestrales y a su costado el Castillo Mayor. Las brumas se extienden sobre Mediano.


Integrantes del  Club Montañeros de Aragón-Barbastro, en la cima del Monte Perdido.


Track y detalles de la ruta en 


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Verbascum sinuatum "berbasco, gordolobo"

Tengo a Angkor unos días en casa, y ,como  es un animal inquieto, he cogido la bicicleta y lo he llevado al trote por el camino que lleva a El Pueyo. Es animal agradecido, y como quiera que sus dueños lo llevan tras la bicicleta muchas veces, ha meneado el rabo con alegría en cuanto ha visto las dos ruedas. Hacía días que no tomaba este camino. Soy enemigo de las calores y los caminos polvorientos, y hasta que  no entra el otoño dejo aparcada la bicicleta. Como ha llovido y comienza a formarse rocío por las mañanas, ahora el camino está magnífico; los cerolleros comienzan a cambiar su color los arañones han tomado su color azul prunoso y la tierra desprende aromas de moho e hinojo.
Angkor tiene un carácter curioso, y aunque me sigue con disciplina, de tanto en tanto le despista cualquier cosa que encuentra por el camino. A veces es el rastro de algún topillo al que se afana por encontrar husmeando entre las hierbas, infeliz si piensa que va a poder verlo. Otras veces es el vuelo a salto de algún pajarillo. En una ocasión se me ha parado junto a un gordolobo que todavía conserva sus flores. No sé si Angkor  tiene querencias botánicas, creo que no. Más bien, pienso que ha sido la casualidad que dondequiera que hubiese algún olor extraño para él allí estaba el gordolobo. Esta vez me he parado yo también y me he quedado contemplando el gordolobo. Las flores todavía lucen sus tonos amarillos, de membrillo maduro, que con el sol al sesgo lucen con un brillo especial. Es éste un gordolobo de hojas recortadas en lóbulos sinuosos, de allí su nombre latino.
Las flores nacen en ramas alargadas que parten de un tallo común, a modo de candelabro barroco. Carece de la tupida borra que encontramos en otros gordolobos, aquellos utilizados para sanar afecciones de la piel y cuyas flores se escaldan para fabricar tisanas que alivien los catarros.  Y con este último ejemplar florecido, disfrutando antes de que la niebla y el frío lo mustien, me he quedado embelesado un rato, hasta que por el rabillo del ojo he visto que Angkor mueve inquieto el rabo. Vale, de acuerdo. Seguimos el camino. Angkor compite con mi rueda por ver quien lleva la delantera. Yo pedaleo mecánicamente, al ritmo del trotecillo de las patas de este perro que hoy me ha llevado a los colores del otoño atrapados en una mata de gordolobo.