Verbascum sinuatum "berbasco, gordolobo"

Tengo a Angkor unos días en casa, y ,como  es un animal inquieto, he cogido la bicicleta y lo he llevado al trote por el camino que lleva a El Pueyo. Es animal agradecido, y como quiera que sus dueños lo llevan tras la bicicleta muchas veces, ha meneado el rabo con alegría en cuanto ha visto las dos ruedas. Hacía días que no tomaba este camino. Soy enemigo de las calores y los caminos polvorientos, y hasta que  no entra el otoño dejo aparcada la bicicleta. Como ha llovido y comienza a formarse rocío por las mañanas, ahora el camino está magnífico; los cerolleros comienzan a cambiar su color los arañones han tomado su color azul prunoso y la tierra desprende aromas de moho e hinojo.
Angkor tiene un carácter curioso, y aunque me sigue con disciplina, de tanto en tanto le despista cualquier cosa que encuentra por el camino. A veces es el rastro de algún topillo al que se afana por encontrar husmeando entre las hierbas, infeliz si piensa que va a poder verlo. Otras veces es el vuelo a salto de algún pajarillo. En una ocasión se me ha parado junto a un gordolobo que todavía conserva sus flores. No sé si Angkor  tiene querencias botánicas, creo que no. Más bien, pienso que ha sido la casualidad que dondequiera que hubiese algún olor extraño para él allí estaba el gordolobo. Esta vez me he parado yo también y me he quedado contemplando el gordolobo. Las flores todavía lucen sus tonos amarillos, de membrillo maduro, que con el sol al sesgo lucen con un brillo especial. Es éste un gordolobo de hojas recortadas en lóbulos sinuosos, de allí su nombre latino.
Las flores nacen en ramas alargadas que parten de un tallo común, a modo de candelabro barroco. Carece de la tupida borra que encontramos en otros gordolobos, aquellos utilizados para sanar afecciones de la piel y cuyas flores se escaldan para fabricar tisanas que alivien los catarros.  Y con este último ejemplar florecido, disfrutando antes de que la niebla y el frío lo mustien, me he quedado embelesado un rato, hasta que por el rabillo del ojo he visto que Angkor mueve inquieto el rabo. Vale, de acuerdo. Seguimos el camino. Angkor compite con mi rueda por ver quien lleva la delantera. Yo pedaleo mecánicamente, al ritmo del trotecillo de las patas de este perro que hoy me ha llevado a los colores del otoño atrapados en una mata de gordolobo.

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