Covacho de Muriecho L

Corto paseo en la sierra de Guara para acceder al covacho de Muriecho L ( el más accesible de los que hay en la zona) , donde se conservan pinturas rupestres prehistóricas. El camino nos brinda también perspectivas sobre el Pirineo.
Pasado el collado de San Caprasio, en dirección hacia Lecina, nace una pista en el lado derecho de la carretera. Esta pista está cerrada al tráfico rodado, y cómodamente atraviesa una zona de monte reconvertida en pinar.

Parada, casi obligatoria, en el puente de la Albarda.


El primer tramo del trayecto atraviesa un bosque repoblado de pinus halepensis, aunque también se plantaron algunos ejemplares más exóticos: El cedro del Atlas (Cedrus atlantica) con las caracteristicas ramillas ascendentes.

Las piñas de este cedro ya se han desmontado y abundan las triangulares escamas por el suelo.

Más exótico, si cabe, el cedro de Oregón ( Chamaecyparis lawsiniana) del que hay unos impresionantes ejemplares con las ramas en cascada.

La corteza del tronco se abre en profundas grietas longitudinales

Este tramo de monte repoblado termina y deja paso a la original vegetación dominada por carrascas y chinebros. En este nuevo ambiente prospera un matorral en el que prolifera Cistus albidus

Pronto coronamos uno de los redondeados cerros. Ahora podemos ver el terreno que nos rodea. Al fondo vemos los tonos claros de las calizas de Lecina. Allí se abre el barranco de la Choca. Donde nosotros pisamos los tonos pardos de los conglomerados explican las formas redondeadas y los barrancos menos profundos.

Lecina

La Peña Montañesa con el frente frío a sus espaldas

Las sombras grises del Castillo Mayor y de Mondoto orientan para adivinar las laderas nevadas de Tres Sorores y el entorno de Ordesa.

Seguimos camino, en la cuneta vemos un ejemplar de Geum sylvaticum

Más escondida, entre el herbazal, Primula veris

También se abre el horizonte hacia el Sur. El llano del Somontano y al fondo las suaves sombras de la sierra de Alcubierre.  En primer término las calizas erosionadas del Portal de la Cunarda, que ahora vemos parcialmente y después veremos más claramente.

Tras un desvío y bajando levemente hacia el barranco y las paredes que lo forman llegamos a la ubicación del covacho. El barranco de las Gargantas, un tramo del barranco del Fornocal, traza una triple curva amoldándose a la dureza de la roca.


Anthyllis vulneraria nos recuerda que volvemos a pisar suelo calizo.

Ahora sí vemos el ojo del Portal de la Cunarda  (ver reportaje del Portal de la Cunarda)

Este entorno agreste y salvaje eligieron nuestros antepasados  para trazar unos estilizados trazos sobre la roca.Los especialistas los encuadran en el estilo denominado levantino.

Transcurridos unos minutos, comenzamos a distinguir figuras humanas en la caza de un ciervo. Es sorprendente el número de figuras que poco a poco van apareciendo. De todos los abrigos que hemos visto, sin duda es el que más y mejor recrea lo que podría interpretarse como una escena de caza.

Pero hay más. Un poco más arriba hay otros conjuntos de figuras humanas muy estilizadas.

Con tiempo y detenimiento se llegan a observar más figuras, entre las que aparecen más ciervos y sarrios. Para quien quiera más información de estas cuevas, aquí tenéis un exhaustivo estudio realizado por Baldellou y otros (pincha aquí ) que os prepararán para disfrutar mejor de la contemplación de estas pinturas.


Track de la ruta en  wikiloc










Sedum caespitosum


También lo cotidiano y próximo esconde sus sorpresas.
Un sencillo paseo por el arcén  que conduce hacia el Instituto Martínez Vargas se puede convertir en una agradable sesión botánica con sólo mirar detenidamente unas pequeñas manchas rojizas que se confunden con la gravilla. Pequeñas plantas de tan apenas cinco centímetros  crecen aisladas unas de otras, discretamente dispersas.

Con detenerse un momento y aproximarse a una de estas plantas se comprobará que las hojas son carnosas, como es común en el género Sedum. Es una planta de la familia de las Crasuláceas, no un cactus, que también responde a la aridez conservando el agua en las células de la globosa hoja. Tallo, hojas y flores son rojizas. Sólo las flores son blancas por el exterior, pero del mismo color rojizo en su cara interna. Son también carnosas pero agudas y rígidas. El caminante que quiera disfrutarlas tendrá que dejar a un lado la timidez y acercarse al suelo, aunque algún otro viandante lo mire con cara de interrogante.  Procurará no sucumbir a la tentación de tirar de ella para acercársela, pues tan leve raíz como tiene no podrá evitar que se lleve la planta entera, y el caminante respetuoso no quiere hacerle daño. Más todavía si está informado de que se  trata de Sedum caespitosum, y que dicha planta es considerada muy rara en Aragón. Una rareza así, aunque crezca tan cerca, tan a la mano, tan próxima, hay que procurar conservarla, y verla cada año motear de rojo la gravilla que tan cotidianamente pisamos.

Veronica persica y Veronica hederifolia

Pocas flores muestran como la verónica el azul  de nuestros  cielos de marzo. Cualquier persona que haya  saltado más de 10 grados de latitud habrá observado que el color del cielo es el menos uniforme de los colores de la naturaleza. Es una la atmósfera que nos cubre, pero son infinitos los matices de azul del cielo. A los lánguidos azules septentrionales se oponen los luminosos azules del sur. Y con las estaciones los tonos también varían. Verónica refleja el azul de la primavera, limpio, intenso. Incluso se adorna con una mácula blanca que tiene su paralelo en la frescas nubes que se forman en la fría atmósfera primaveral. 
En cualquier momento escucharemos el ulular del autillo, como ya hace días hemos oído el paso de las grullas, y en el suelo hace ya días que las flores de la verónica motean el verde nuevo. 
Mejor tendríamos que decir verónicas.  Veronica persica es la que más prolifera: se extiende por alcorques y céspedes, tapiza taludes herbosos, colorea cunetas. Las hojas, que tienen un pequeño cabillo, se suceden alternamente en los tallos reptantes que cubren el suelo. De sus axilas sale un largo pedúnculo al término del cual se abre una flor. A razón de crecimiento del tallo, van naciendo nuevas flores mientras atrás quedan los frutos, pequeños corazones comprimidos que conservan todavía parte del pistilo en el centro de la escotadura.


Menos abundante, pero también presente es Veronica hederifolia. Mas pequeña que la anterior, también rastrera. Ocupa algunos rellanos aunque sean de suelo escaso.
El caminante pronto notará que las hojas tienen entre 3 y 5 lóbulos, y vienen con largo pecíolo, de alguna manera recuerdan a las hojas de la hiedra. la flor tan apenas sobresale entre los pelosos sépalos del cáliz.




 El fruto en lugar de estar comprimido es globoso y tiene los senos muy poco marcados.
Existe una verónica con virtudes medicinales (Veronica officinalis), pero no la hemos encontrado por nuestra zona.
Las aquí presentadas son más modestas, pero tienen la no despreciable virtud de hacernos ver el cielo cuando, ensimismados en nuestros pensamientos, caminamos con la cabeza inclinada hacia suelo.