Atriplex halimus. "Sosera, sosa"


La vertiente sur de la cantera de El Pueyo, Valcheladas, es un terreno duro. Es de características climáticas monegrinas a las que se une un suelo en el que predomina el yeso.Son estos yesos formados al final del Terciario, cuando ya los movimientos de la orogenia alpina están terminando.La cordillera recién creada está en una fase de gran erosión y sus sedimentos se acumulan en el espacio cerrado del valle del Ebro, que se colmata. Allí se depositan evaporitas como los yesos de Barbastro. Es la misma época en la que se forman las calizas lacustres de Abiego donde dejarán sus huellas mamíferos. Pocas plantas resisten estos suelos tan exigentes. Entre ellas está la sosera. La sosera desarrolla ramillas desde la base, consiguiendo un aspecto desaliñado y enmarañado. Estos espesos enramados superan el metro y medio  junto al camino, donde reciben más agua por la escorrentía de los taludes.
Las hojas y ramas tienen un color ceniciento debido a que están recubiertas de pequeñas escamas plateadas. Estas escamas hacen de escudos reflectores que impiden que la intensa luz del verano que invade estos terrenos dañe los tejidos de la planta, a la vez que reduce su temperatura.
Las hojas tienen una cierta capacidad para acumular agua. Cuando la sequía aprieta, las hojas pierden grosor y muestran más sus nervios. El color ceniciento se acentúa. Cuando recibe agua, las hojas se hinchan ligeramente y aparecen más lustrosas.

En pleno otoño, la sosera ha pasado la época de floración y muestra las semillas. Es el único momento de su ritmo vital en el que se permite un poco de colorido.Pero este momento es breve. Las semillas, provistas de unas bractéolas en forma de pequeñas alas, adquieren un tono rosado que en poco tiempo maduran y se tornan marrón claro. En ese momento se desprenderán del arbusto y viajarán con el cierzo.
Además del calcio contenido en la roca de yeso, la sosera extrae el sodio que se acumuló en las someras aguas del primitivo mar o lago salado que cubrió nuestras tierras en época terciaria. El sodio que acumula la sosera  motivó para que se  lo usara para obtener sosa, principalmente mediante la cocción de sus raíces. Las cenizas de la sosera se utilizaban también para blanquear la colada.
La sosera ha sido un arbusto apreciado por los pastores. Sus hojas, además de nutritivas, aportan sodio a la dieta de ovejas y cabras. El ganado trashumante, al bajar de las montañas donde los pastos son escasos en sales, se detiene en las soseras , arnallos y sisallos para deleitarse ramoneando estos arbustos esteparios que extraen las sales del suelo. La sosera soporta bien este ramoneo, y multiplica las ramillas después del paso del ganado.  La sosera cumplió un papel interesante de conciliación entre ganadería y agricultura. Se cultivó como planta forrajera, al tiempo que formaba barreras de separación para cerrar el paso por donde el ganado no debía transitar. Solución simple y barata como exigen las labores del campo, donde  economizar esfuerzos y sacar el máximo rendimiento es principio de supervivencia en tierras tan ingratas.

Valle de Bujaruelo. Desde el puente de San Nicolás hasta la cabaña del Cerbillonar

Para hacer aprecio al otoño que se acaba de desperezar en nuestros montes, hemos dado un paseo por el valle de Bujaruelo.   En estas fechas, el protagonista es el colorido de los árboles. El valle se cubre con las tonalidades cálidas otoñales, siempre acompañadas por el  rumor del río Ara y la transparencia de sus aguas.


El puente de San Nicolás da paso a una amplia ripara donde el agua remolonea. Se diría que el río descansa en este apacible llano después de bajar encajado en barrancos y brincar por los peldaños de roca.



























Hacia el Este, las paredes occidentales del Mondarruego avisan de los cantiles que bordean Ordesa.
Antes de llegar al  puente de Oncins, una pista sale por la izquierda en dirección al valle de Otal, nuestra ruta sigue hacia el estrecho cañón que ya vemos a la derecha. Las hayas y abetos bordean los pastos ganaderos, reverdecidos con la lluvia del otoño.


















La Peña de Ordiso

Desde el puente de Oncins contemplamos las aguas del río Ara.


El agua baja plácidamente y las truchas esperan en el abrigo de la gorga la llegada de algo que llevarse a la boca.


























La Vaqueriza, espacio donde el terreno ganado al bosque para su uso como pastoreo es ocupado nuevamente por hayas , arces y pinos.


Pie macho de Silene dioica, planta nemoral que es habitual de hayedos.










La pista se eleva sobre el río.Tras el collado de Otal, la Sierra del Turbón. La punta afilada de la peña de Otal o Arañonera inaugura la sierra de Tendenera.

Os faus. Las hayas.


El Ara...


...y otras aguas que alimentan el Ara




Una planta excepcional en nuestro Pirineo, Calamintha grandiflora. Labiada de la que, según el Atlas de la Flora del Pirineo Aragonés, las localidades donde se encuentra en todo el Pirineo son tres: una en Francia (Capcir), otra en el Berguedá de Barcelona, y otra aquí, en Bujaruelo. Está catalogada entre las especies amenazadas de Aragón y sensible a la alteración de su hábitat. Además de las grandes flores, llaman la atención sus hojas con  dientes agudos  regulares.



El Ara baja muy encajonado antes de llegar al refugio de Ordiso.



En la angostura, el puente colgante de Burguil ofrece un ángulo aéreo sobre el río y el bosque. Hemos desbarrado para llegar al puente, pero volvemos sobre nuestros pasos para continuar por la pista.
















El azirón, Acer platanoides, despliega todo el cromatismo otoñal.








Nuevamente el río se desembaraza de las angosturas en el vado que permite el acceso al valle de Ordiso

La cabaña de Ordiso mantiene el aprisco renovado, la actividad ganadera perdura.  Al otro lado de esta pleta, el camino que sube por el valle de Ordiso y llegaría hasta el collado de Tendenera.


La Montaña de Año y el río Ordiso.



El bosque se desparrama hasta la pleta de Ordiso.

La pista deja paso a un sendero que gana altura. La dulzura de los pastos y los bosques dejan paso repentinamente a la roca pura: el macizo de Comachibosa o Vignemale.
Una mirada atrás, hacia Ordiso para medir contrastes.  Los pliegues apilados en la construcción de estas montañas forman planos inclinados en los que los cabalgamientos deslizan, dejando visibles laderas trazadas con precisión.

















Con el paso del bosque al suelo sin protección aparecen las gleras móviles. En este ambiente prospera una planta de largas raíces: Linaria supina subsp. pyrenaica.













El paisaje se va volviendo cada vez más alpino, desvelando cumbres. El pico Bacías, cerrando el barranco de Espelunz señala la divisoria con el vecino valle de Tena, en su fracción de Panticosa.

La senda desciende con pausa en dirección a la cabaña del Cerbillonar, ahora se distingue en toda su magnitud el macizo de Comachibosa



Otro aziron, en este caso iluminado de amarillos.








Poco a poco nos acercamos a los pies de Comachibosa. Su aspecto nos recuerda al macizo de Llardaneta por las calizas versicolores que matizan la cumbre, y a los Infiernos por la amplia masa de mármol que ocupa uno de sus flancos.









El río Ara crea un espacio amplio, majestuoso en el paraje llamado Cerbillonar. De aquí arranca el barranco de Espelunz con el que podríamos enlazar con Brazato o Catieras, ya en la vertiente de Panticosa. El Ara continúa su curso en riguroso Norte acompañado por el pico Neveras, antesala del Arratille






El macizo de Comachibosa muestra la huella del extinto glaciar que bajaba hasta el valle de Bujaruelo, las hombreras, el lecho escalonado y las morrenas que terminan en el fondo del valle, por donde discurre hoy una torrentera.

Nuevamente atrapa nuestra atención las rudas formas del Comachibosa

Detalles de las crestas que reflejan las fuertes contracciones que dieron a luz esta montaña, así como la continua destrucción que desde el mismo momento de su nacimiento ha sufrido.

Camino de El Pueyo. Thesium humifusum "yerba fantasma,yerba del mal de tripas"


La vista de la especie humana es peculiar. Cuando se afina la vista y se busca con atención, utilizando la parte central del ojo, gran parte de lo que tenemos a nuestro alcance queda difuso y desdibujado. En cambio, cuando utilizamos la visión global, lo que llamamos el rabillo del ojo, funciona con gran eficacia y nos descubre cosas que difícilmente veríamos de otra manera. Quizá para ver esta pequeña planta sea más eficaz abandonarse al paseo amable, tranquilo y despreocupado, mirando con desatención por el rabillo del ojo. Quizá así nuestra atención inconsciente descubra esas pequeñas flores blancas, de aspecto insignificante, que salen en una mata de poco porte. Esta hierba es discreta en todo su conjunto. Las hojas son lineales, con terminación aguda. Las ramas  parten de una cepa leñosa y se dividen desde la base en otras ramas muy abiertas, de allí el sinónimo botánico Thesium divaricatum. El resultado es un aspecto de planta tendida por el suelo (humifuso).
 Las flores se disponen en racimos laxos, son hermafroditas, y la corola está formada por una única envoltura floral , de manera que al exterior es verde, con aspecto de cáliz, y al interior  es blanco. No busque el caminante grandes flores, pues en el caso que nos ocupa no las verá de más de 5 mm. Es habitual que la corola, acampanada, termine en cinco lóbulos agudos, aunque como se ve en la foto, pueden aparecer las corolas  tetrámeras.
No he encontrado ninguna denominación local próxima para esta planta . La más cercana es la que recogió Constancio Calvo Eito, activo difusor de la naturaleza en el  Valle de Echo. Él la cita como yerba del mal de tripas y yerba fantasma. También Font Quer recoge una nota de Palau Ferrer en la que se cuenta que en Palma de Mallorca la utilizaban como diurética y refrescante, hasta el extremo que el abuso de su recolección supuso el exterminio de la especie en la zona.