Pico Cerler

 2 de enero de 2.022. Aurora tiene unos días libres y desea retomar el contacto con la nieve y los esquíes. Nos acompañan Alicia y Carlos quienes se toman en serio instruirle en el esquí de travesía. Buscamos una ruta fácil, corta  y con nieve en este año tan complicado. Barajamos varias opciones y terminamos por la opción del pico Cerler. Comenzamos en el aparcamiento del Ampriu.

Echando mano del archivo de fotografías, encontré esta realizada desde la subida al collado de Basibé. al fondo se ve el pico Cerler y prácticamente todo el recorrido, que recorre la ladera nevada del pico para llegar al collado desde que se sigue subiendo por la amplia cresta hasta la cima.

Es una subida muy fácil que permite  subir con los esquís aprovechando inicialmente la orilla de la pista pisada que baja desde el Ampriu. Hoy está cerrada y no baja nadie por aquí, aunque mantenemos la precaución de ir por la orilla. Al inicio subimos en trazada directa, para más tarde comenzar a hacer algunas vueltas "María"

Este año ha sido malo para la nieve. Vemos el collado de Basibé y cómo la subida a Pusolobino está prácticamente pelada.

El recorrido está amenizado por el paso de un bosquete claro de pinos. Divertido será zigzaguear entre ellos en la bajada.


Aurora y Alicia  se arropan mutuamente. 

Foquear con un buen ambiente familiar añade una nota difícil de olvidar.




La gratificación de la ascensión es la apertura de los panoramas.


Aurora se ha desenvuelto bien, Carlos le ha dado unas buenas indicaciones para moverse con seguridad y confianza.


Ya en la cima, una foto para el recuerdo y tiempo para contemplar el paisaje.


Al fondo el macizo de las Maladetas, delante el cordal que une desde Els Pacs hasta la Tuca de Castanesa y Pusolobino.

Benasque y Cerler en su entorno privilegiado.







Paisajes vegetales del Somontano. El barranco del Ariño.

 

Es cierto que los barrancos que más visitantes  atraen en el Somontano son los situados en la sierra de Guara. Sin duda son atractivos por múltiples motivos, incluidos los botánicos. Pero dejaré para otra ocasión el comentario sobre sus paisajes vegetales porque quiero citar uno de esos modestos barrancos de la tierra baja de nuestra comarca. El barranco del Ariño lo comparten administrativamente los municipios de Barbastro y Costean. Una pista que nace junto a la nacional 123 lo recorre parcialmente y se une a senderos tradicionales, entre ellos el GR17 que une las dos localidades citadas. Lo visito con una cierta frecuencia, especialmente en dos épocas concretas: al principio de primavera y en pleno verano.

Mi visita primaveral la realizo por encontrarme sobre todo con una plantita, la chupamieles (Cytinus hypocistis  subsp. hypocistis) que abulta poco más que un huevo de gallina y presenta unos admirables tonos rojo y amarillo. El herborista anónimo que la bautizó con ese nombre tradicional debió de percatarse de la catadura parásita de esta planta y sugerir que su existencia se basa en chuparle las mieles, la savia, a la planta parasitada. 




En este barranco aparece siempre bajo Cistus clusii, la romerina, aunque  en otros lugares también chupa las mieles de otras plantas del mismo género Cistus que engloba a las jaras, observación que Linneo categorizó al darle el nombre científico “hypocistis” esto es, debajo de un “Cistus”. En el Somontano, la chupamieles es una planta muy poco frecuente de encontrar, por no decir rara.  Como decía, visito cada primavera este barranco por ver a esta vieja conocida (una suerte que tenemos  los aficionados a las plantas es que, si no ocurre una catástrofe, nuestras antiguas amigas suelen estar en el mismo sitio año tras año), y de paso me recuerda que estoy en un paisaje dominado por la vegetación mediterránea,  por muy cerca que esté del agua. Es cierto; a diferencia de los barrancos profundos y con más caudal en los que se llegan a formar incluso pequeños bosques de galería, en estos barrancos más abiertos, más expuestos al sol y con menos humedad, los árboles (pino de Alepo, algún fresno, álamo, saúco, etc) aparecen dispersos o en pequeñísimos grupos sin formar una comunidad que podamos llamar bosque (como, por ejemplo, sí podemos apreciarlo en el curso del Vero), y lo que predomina es el monte bajo de tomillos, aliagas  y jaras, herbazales de  coronillas y lastón  que llegan casi hasta el mismo borde del agua. Como decía anteriormente, visito este barranco también algunas veces  durante el verano. Me permite comprobar cómo va cambiando la vegetación y cuáles son las plantas que viven aquí por el favor  del agua.  

Así es como encuentro evitando los pedregales secos a Polygala nicaeesis, que aunque es de ámbito mediterráneo crece con más frecuencia en ambientes pedemontanos y es más rara en la baja altura de este barranco. Normalmente camino siguiendo la pista y salgo de ella allí donde me parece que asoma junto al agua alguna cosa interesante. Normal que haya carrizos y juncos churreros, por ellos no me desvío. Sí lo hago cuando veo las finas hojas de auténticos juncos ( el junco churrero para los botánicos no es un junco puesto que pertenece al género Scirpus y por tanto a la familia de las Ciperáceas). 







Las altas varillas del Juncus acutus, auténtico integrante de la familia Juncáceas, despliegan una brillante cima de cápsulas, como diminutos píxides. 








Junto a él, otro junco  de finísimas hojas, Juncus subnodulosus, deja colgando en cabillos largos las capsulitas que alojan las semillas.  









Más adelante, el herbazal próximo al agua está iluminado con el intenso rosa del Latyrus latifolius, especie eurosiberiana que también evita las zonas secas. El gran estandarte que corona cada flor nos recuerda su parentesco con las judías y los guisantes. 






Hace unos meses mi amigo Antonio Mariñosa me enseñó la localización de una planta que coloniza aguas mansas y que sabía andaba buscando y no encontraba, Sparganium erectum. Era invierno y la vimos bastante deteriorada, pero apunté el lugar y cuento con volver a verla cuando esté en flor y, mejor aún, más tarde con los frutos para poder averiguar que subespecie tenemos en este lugar.  Cualquiera ajeno a esta afición botánica, encontrará un tanto extraño el interés que se pueda tener por el nombre de una planta, más aún si además se quiere saber si es de una subespecie u otra (para los legos en nomenclatura científica, la subespecie es un segundo nombre que se pone a un grupo de individuos que guardan pequeñas diferencias con la especie típica, pero estas diferencias son significativas evolutivamente). En todo caso, si sirve de descargo para evitar que se me tilde de “friki”, diré que no se puede valorar la biodiversidad de un lugar y sus singularidades si no se conocen bien a sus pobladores.   Este mismo motivo es el que me tiene desde hace unos años un tanto ocupado. 

Lytrhum hyssopifolia ¿?


Encontré en este barranco, creciendo en las arenas que se inundan ocasionalmente, una pequeña plantita anual que no supera los dos palmos. Bonita en su sencillez, llamativa por su singularidad de formas.  

Lytrhrum salicaria










Pese a ser pariente de la yerba tripera (Lytrhum salicaria) , frecuente en acequias, esta pequeña planta del barranco del Ariño no la había visto nunca. Hice fotografías e indagué qué podría ser. Hasta la fecha no puedo asegurar su nombre específico, pues tengo dudas entre dos especies muy similares. En todo caso se tratará, seguro, de una localización interesante sea cual sea la especie. Espero que este año, consultando bibliografía especializada, pueda saber cual es esta nueva amiga, y sólo cuando lo averigüe cesará la intranquilidad que siento cada vez que vengo a este barranco y me la vuelvo a encontrar. También es cierto que me alegraré enormemente si me vuelvo a encontrar con otra planta para mí desconocida aunque me  vuelva a invadir la comezón agridulce  de la ignorancia.

Paisajes vegetales del Somontano de Barbastro. De Berbegal a la ermita de santa Águeda. Gramíneas de Mayo

 Mayo es, por antonomasia, el mes  de las flores. Esta aparición del arco iris sobre la tierra es tan efímera como repentina. En esta sobrecarga de estimulación visual, nuestra retina busca incansable tantos colores como quepan en la imaginación, a cual más intenso. Flor y color parecen tan  inseparables  que simplificamos el reino vegetal y llegamos a la idea equivocada de que son  flores aquellas plantas que muestran brillantes y vivos colores en algún momento de su vida. Cualquiera que camine durante este mes por la zona más meridional del Somontano se apercibirá rápidamente de ese error. Me dispongo a caminar desde Berbegal en dirección a la ermita de santa Águeda. Una primera mirada desde el privilegiado mirador del cerro donde se sitúa la población muestra la realidad sin discusión: el verde domina con rotundidad. ¿Qué plantas predominan en esa interminable llanura que se extiende hacia el sur? Bajo por el serpenteante camino que recorre la falda del cerro y lo primero que me encuentro son hectáreas cubiertas de cereales de cultivo. 


Tomo el sendero que me lleva a lo que queda de la antigua vía romana. Una densa cubierta vegetal, formada casi exclusivamente por cereales, cubre el sendero. No son cereales de cultivo, son los cereales salvajes que en botánica quedan agrupados en la familia de las gramíneas. Todas las especies de gramíneas que contemplo están en plena floración, ninguna muestra otro color que no sea el verde. La biomasa de estas gramíneas, si la comparo con las plantas de otras familias, es incontestablemente superior. Mayo también es florido para las gramíneas, ¿pero es hermoso?, ¿Quién diría que es esbelto el raigrás (Lolium sp.) o gráciles las espigas de la triguerilla (Melica ciliata)? Si echamos mano del nomenclátor de gramíneas en el vocabulario popular pocas especies están diferenciadas: a las ya citadas más arriba, añadiríamos el lastón, la grama, la caña, el carrizo, la zedazilla,  la balloca, el albardín, el charrachón, la zisca, la trabiguera, la cebada borde, el trigo del diablo, la biraga, el luello, la pulgueta, el zerbero, el margallo, el feno, la coda de rata, la escoba y alguna más que me habré dejado. Esta escueta lista, si la comparamos con las más de 80 especies de gramíneas que podemos encontrar paseando por la mitad sur del  Somontano, revela que la familia de las gramíneas es la cenicienta entre los vegetales. Reconozcámoslo, las gramíneas no están entre las plantas más populares, incluso entre los amantes de la Botánica. De poco les sirvió ser de las últimas familias de plantas con flor en aparecer sobre la Tierra cuando escogieron el poco atractivo camino de encomendarse al viento para reproducirse. Como Natura es cicatera, para nada hacen falta galas y colores si a nadie hay que atraer para mover el polen. El viento actúa por azar, así que sólo hacen falta altas estructuras para que el polen viaje lejos, y simples peines que recojan del aire lo que con él llegue. Esto es lo que veremos si miramos atentamente las flores de las gramíneas agrupadas en sus espigas.

   Cuando el árbol escasea y hasta el arbusto de bajo porte ha dejado sitio a las altas hierbas, la gramínea se enseñorea.   Constituyen la estructura básica de nuestras llanuras donde escasea el agua e impera el sol. Más aún, la base alimenticia de los herbívoros se fundamenta tanto en las gramíneas que es un hecho que gramíneas y mamíferos herbívoros evolucionaron juntos. Los animales adaptaron su sistema digestivo para asimilar los poco nutritivos tallos y hojas de las gramíneas, y éstas desplazaron sus células de crecimiento hasta ras de suelo para que el diente del animal no llegase a ellas y así seguir creciendo aunque casi toda la planta fuera comida. Quien cuide de un denso césped sabrá que la continua siega hace el césped más tupido y con menos plantas intrusas que no soportan esta presión de siega continua.



Sigo el camino que antaño recorrieron peregrinos hacia Santiago, a los lados de la senda las espigas de los cereales, tanto los cultivados como los del barbecho, se mueven acompasados por el viento, y deseo que así siga porque en cuanto el viento se calme comenzaré a sentir el agobio del calor. Llego  a la ermita de Santa Águeda. La explanada que rodea la ermita está cubierta por un denso herbazal de gramíneas. Me alegro de que no hayan acabado con ellas con algún herbicida. Ahora lucen el estimulante color verde de los herbazales frescos. Dentro de un mes cuando ya haya pasado esta efervescencia de color del mes de mayo, las gramíneas lucirán el color dorado que anuncia que su ciclo anual se ha terminado.

Las gramíneas citadas por su nombre común son las siguientes.

Raigrás. (Lolium sp.) 


Triguerilla (Melica ciliata subsp. ciliata)


Lastón, nombre que incluye a un buen número de especies 

Agropyron cristatum  subsp. pectinatum

Brachypodium phoenicoides

Brachypodium retusum 

Lastón de Toza, en Salas Altas,  bromo  (Bromus hordeaceus)


Grama, gramen     (Cynodon dactylon)



Caña  (Arundo donax) 


Carrizo, caña de pita (Phragmites australis)


Zedazilla  (Briza media  subsp. media)


Balloca, balluaca, ballueca, avena loca  (Avena barbata, Avena sterilis, Avena fatua)

Trigo del diablo    (Echinaria capitata)



Cebada borde, trigo borde, rompesacos ( hordeum murinum)


Albardín, esparto   (Lygeum spartum) 


Charrachón    (Sorghum halepense) 


Zisca   (Saccharum ravennae, Phragmites australis ) 


  

Trabiguera  ( Dichanthium ischaemum )

Biraga  (Lolium sp)


Luello (Elymus repens)

Pulgueta  (Aegilops geniculata)

 Zerbero  ( Brachypodium retusum)

 Margallo (Lolium rigidum)


Feno, formental  (Arrhenatherium elatius)

Cola de rata (Stipa iberica)
Escoba (Molinia caerulea)