El museo geológico minero de Madrid y las Rhynias

Hace unos días tuve la ocasión de visitar el museo del Instituto Geológico Minero de España instalado en Madrid. Además de su excepcional arquitectura y la abundante colección de rocas, minerales y fósiles, me llamó la atención la vitrina en la que aparece un fósil de Rhynias.
Ya sé que en el imaginario colectivo la palabra fósil trae a la mente la figura de grandes lagartos, mamíferos desaparecidos o moluscos marinos procedentes de lejanísimos tiempos. Como siempre, el mundo vegetal pasa desapercibido. La idea de lo primitivo sólo trae a la imaginación sangrientas cacerías o enfrentamientos entre seres gigantes,  los documentales sobre el pasado remoto  nos presentan a los animales  moviéndose al ritmo de sincopadas músicas. El mundo vegetal, si aparece, es un mero escenario.
Sin embargo, la evolución de la vida en el planeta Tierra sería muy diferente si las plantas no hubieran colonizado la tierra emergida. Este transcendental paso lo hicieron primero los musgos hace unos 600 millones de años y  200 millones después unos primitivos vegetales, aunque ya poseedores de un sistema vascular, que los paleobotánicos clasifican en el género de las Rhynias, vegetales pertenecientes a la familia de las Pteridofitas, en la que están incluidos helechos y equisetos que aparecieron hace unos 300 millones de años. Cuesta imaginarse la superficie terrestre sin el color verde al que tanto estamos acostumbrados. Incluso en el desierto, en las calcinadas rocas volcánicas o en las rocas desgastadas por los glaciares, encontramos plantas evolucionadas que colonizan con rapidez estos inhóspitos parajes. Qué espectáculo desolador tendría la Tierra antes de que estas primitivas plantas comenzaran a tapizar de verde.  Miro al exterior desde mi ventana y retraso con la imaginación el reloj de la Tierra hasta imaginarme el paisaje que se extiende ante mí transformado en un lugar donde sólo existen los colores minerales. Qué mundo tan extraño. Adelanto el reloj hasta que aparecen las Rhynias, sitúo después bosques de helechos y equisetos gigantes. Todavía tengo que ajustar este reloj algo más de un centenar de millones de años para que aparezcan las primeras flores con su variedad de colores.  Qué pequeña es nuestra era, la de los humanos, ante tal inmensidad.

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