Huertas, acequias y barrancos amanecen estos días perfumados con el dulce aroma de los saúcos. Este arbusto grande o árbol pequeño tras pasar el invierno completamente desnudo se ha cubierto de oscuras y grandes hojas divididas en lóbulos en forma de azagaya. Al final de las ramas, grandes panículas de flores blancas cubren el contorno de la copa. El aire caliente de mayo esparce la esencia de néctar que guardan las diminutas flores.
Mi saúco preferido es el que oculta el rústico túnel en la orilla del Vero en Barbastro. Me he acercado al puente de Hierro y bajado por el sendero que permite asomarse a la orilla del río. He caminado a la sombra de álamos, sauces, fresnos y tremoletas. Siguiendo la estrecha senda me han atrapado los aromas de los cornejos y los escobizos. He alargado la mano para recrearme en el sabor de la ajedrea. Poco más allá, mi saúco preferido brilla al sol con sus grandes ramos de flores. Es el telón que oculta la entrada a la mina que permite adentrarse en el mundo fantástico de este río que tan lejos teníamos y que por la labor de unos voluntarios volvemos a recuperar.
Tengo recuerdos de niño, cuando en la canícula del verano nos bañábamos en Melinguera, Punta Flecha,bajo el puente de Hierro o en la badina tras el puente colgante. Después todo se perdió. El río sirvió de vertedero y después llegó el abandono y el olvido. Han pasado más de cuarenta años y el río ha estado como un enfermo convaleciente, en reposo, regenerándose, cogiendo fuerzas. Allí estaba su acuosa savia limpiando y alimentando las orillas. Durante estos años tanta fuerza cogió que era difícil adentrarse en la espesura creada. Hace no mucho tiempo unos vecinos anónimos decidieron que ya era hora de volver a conocer el río, recorrerlo y vivirlo. Optaron por la mejor solución: crear un sendero estrecho, rústico, humilde pero sabio, que se integra perfectamente. Un sendero que se consolidase a medida que los que caminan por él asientan el suelo. Por fortuna no han intervenido ni máquinas ni desmontes. Tampoco se han instalado grandes carteles ni trazado amplias calzadas que urbanizan lo que jamás tiene que ser urbano. Al ser un sendero estrecho nosotros no invadimos el río, dejamos que los habitantes del río vivan junto a nosotros. El resultado es que al pasar el túnel que guarda el hermoso saúco uno tiene la sensación de adentrarse en otro mundo, más auténtico,más hermoso, más primitivo.
El río no se ha curado todavía de todas las heridas que le hicimos. Necesita tiempo para que sus árboles maduren, sus sotos se estabilicen. Necesita que no hagamos daño a sus habitantes, que caminemos respetuosamente por el camino trazado. Caminando por el estrecho sendero descubriremos que junto a nuestros pasos nacen multitud de delicadas plantas que demuestran que el río está en vías de recuperación.
Antes de cruzar el umbral del túnel me he parado delante de mi saúco preferido. He aspirado profunda-mente. Por un momento he pensado en coger un racimo de flores para dejarlo secar a la sombra y guardarlo por si en el futuro necesito lavarme los ojos si tengo alguna infección, o para respirar los vapores de su infusión y aliviarme de un catarro. Pero he pensado que está tan hermoso que quiero que otros que pasen lo vean así de esplendoroso. Ya cogeré algún racimo en los saúcos del barranco de las Capuchinas, o en algún otro. Ahora paso bajo sus ramas. Me adentro en el túnel y comienzo al otro lado la aventura siguiendo con cuidado el sendero. Estoy seguro que tras el túnel encontraré alguna nueva experiencia que este río Vero me tiene reservada.