Toda población es afortunada cuando un río la atraviesa y enriquece su
paisaje. Castillazuelo ha sabido poner en valor su emplazamiento con los
caminos que le acercan al río y a los paisajes que en él se forman.Hacia el
norte el camino ras Vals lleva a la vecina Pozán y se adentra en espacios donde
el río Vero se ensancha.En ros Gorgos ras Ollas el río
excava en las areniscas consolidadas, gira y se retuerce formando badinas
profundas donde se guarecen barbos y madrillas.Desde Castillazuelo hacia el
sur, en el camino a las ruinas de El Poyet y hasta Barbastro, el caminante
descubre pasajes sombreados y encajados, amplias riberas donde se asentaron
gravas y arenas fluviales.Todavía más al sur, poco antes de diluirse las aguas
del Vero en el río Cinca, el caminante ve cómo las aguas cortan las blancas
colinas en terreno de yesos para al fin atravesar extensos guijarrales.
Las características geológicas
y climáticas condicionan el desarrollo de una vegetación específica. El
río Vero no es homogéneo, bien al contrario, muestra marcadas diferencias
en los relieves de sus orillas, la composición de su suelo, la exposición al
sol. La observación atenta le permitirá al caminante descubrir estas
variaciones y cómo la vegetación se adapta creando diferentes paisajes.
Los principales constructores del paisaje vegetal del río
Vero son el chopo (Populus nigra) y el sauce (Salix alba). Ellos son los que en
el máximo de proximidad al lecho del río forman un bosque de galería que, si
bien es muy estrecho, sigue el eje fluvial en la mayor parte de los tramos. La
sauceda y la chopera forman el paisaje más característico allí donde la ribera
se mantiene alejada de las labores del hombre y donde un alto grado de humedad
está garantizado.
En estos parajes de escasa luz aparecen dos auténticos bejucos: la betiquera (Clematis vitalba) y el lúpulo (Humulus lupulus), que unidos a todas las anteriores especies completan un fantástico paisaje de apariencia selvática. Es en este espacio del río Vero en el que el caminante percibe con intensidad estar inmerso en el denso paisaje vegetal.
De manera secundaria otros árboles,
como son el álamo temblón (Populus tremula), el fresno (Fraxinus angustifolia)
y el chopo blanco (Populus alba) aportan matices a este bosque de galería. Los
dos primeros abundan más en las proximidades de Barbastro, allí donde el
ambiente es más fresco y sombrío, no en vano estos árboles tienen querencias
montanas. El chopo blanco se aleja más del cauce, busca suelos mejor drenados y
mayor insolación. Bajo esta arquitectura arbórea un cortejo de arbustos
completa este paisaje boscoso. El cornejo (Cornus sanguinea) es el
arbolillo más abundante, sobre todo en los lugares donde el río se encaja entre
taludes que producen muchas horas de sombra. Cornejos y espinos blancos
(Crataegus monogyna) saturan el aire con el dulce aroma de sus flores en
primavera.
Compiten
por el espacio y la luz la madreselva (Lonicera etrusca), el aligustre
(Ligustrum vulgare) y la hiedra (Hedera helix), ésta última acompañada de su
parásito Orobanche hederae vistoso por su abundancia en primavera.
Todas
estas especies forman un sotobosque espeso y enmarañado, que se acentúa cuando
dos estirpes de zarza (Rubus ulmifolius y Rubus caesius) cruzan el camino con
sus turiones.
En estos parajes de escasa luz aparecen dos auténticos bejucos: la betiquera (Clematis vitalba) y el lúpulo (Humulus lupulus), que unidos a todas las anteriores especies completan un fantástico paisaje de apariencia selvática. Es en este espacio del río Vero en el que el caminante percibe con intensidad estar inmerso en el denso paisaje vegetal.
En el nivel inferior de este bosque de ribera, el de las pequeñas
hierbas, podremos encontrar un alto número de plantas de bulbo o rizoma, como
son varias especies de orquídeas, agrupadas en los géneros Epipactis,
Cephalanthera y Platanthera, algunas rarísimas, otras sólo habituales a
mucha mayor altitud; otras hierbas que crecen junto al sendero son la hierba
centella (Arum italicum), la rara aristoloquia (Aristolochia paucinervis), el
lirio fétido (Iris foetidissima) o la gatarrabiosa (Ranunculus bulbosus).
También abunda Euphorbia amigdaloides, letrera habitual en ambientes sombríos del Pirineo y que crece en abundancia en las umbrías del río Vero a pesar de la diferencia de altitud, como también sucede con Brachypodium sylvaticum, gramínea umbrófila, abundante en este ambiente y que podríamos encontrar también en los bosques de hayas del Pirineo.
Si el caminante se acerca al lecho del río, especialmente en aquellos lugares donde el agua se manifiesta más feroz en las avenidas estacionales, observará que el paisaje vegetal varía ligeramente y es dominado por los salguerales. Salix purpurea es la sarguera que cubre las cascajeras y retiene las hierbas arrastradas por el río en sus crecidas.La flexibilidad de sus ramas, su porte bajo y la facilidad con que arraiga le permiten sobrevivir a las variaciones de caudal y al ímpetu de las aguas. Le acompaña la tamariza (Tamarix gallica) y el junco churrero (Scirpus holoschoenus).
En ocasiones el río traza curvas donde acumula gravas, el bosque se aclara y aparecen espacios más luminosos y caldeados. En los arenales expuestos al sol, la labor fecundadora de las crecidas produce una explosión de vida de pequeñas plantas de ciclo corto como alguna pequeña silene (Silene conica) o el raro Phleum arenarium. También aparecen plantas perennes con diferentes grados de tolerancia a la sequía como los arrocetes (Sedum acre y Sedum sediforme), o más adaptados a ambientes húmedos como los tréboles (Trifolium repens y Trifolium fragiferum) y ranúnculos (Ranunculus repens).
Personalidad propia tiene la vegetación que ocupa los limos y arenales. En estos barrizales fluviales, las hierbas pejigueras (Polygonum lapathifolium, Polygonum persicaria) extienden sus anchas hojas junto a Bidens frondosa y las colas de caballo (Equisetum arvense, Equisetum ramosissimum).
Con los
tallos en el agua encontramos berros (Rorippa nasturtium-aquaticum) y el apio
borde (Apium nodiflorum).
El río, con sus cambios de ritmo, marca la diversidad de sus paisajes.
Si en unos espacios pasa veloz, en otros se aplaca. Allí donde el agua es
profunda y discurre mansamente el caminante observa extenderse los carrizos
(Phragmites australis) y las eneas (Typha angustifolia), espacios donde
podremos observar garzas y anátidas a poco que vayamos con sigilo y
silencio.
En las esperas para sorprender los juegos de la nutria tendremos a nuestros pies prunelas (Prunella vulgaris) o nos agazaparemos tras las altas varas de la yerba tripera (Lythrum salicaria) o del orégano de agua (Eupatorium cannabinum). También el río se encuentra con materiales más resistentes, talla las areniscas fluviales y forma taludes verticales donde aparece el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) helecho que hermosea las cavidades horadadas por el río.
El caminante, de tanto en tanto, se separa del curso del río y contempla paisajes vegetales donde es más evidente el clima mediterráneo. En las zonas más frescas aparecen pequeños bosquetes de quejigos (Quercus faginea). Algunos monumentales ejemplares encontramos en el camino ras Vals, y definen un paisaje vegetal en el que el sotobosque lo forman matorrales termófilos como es el caso de la zarzaparrilla (Smilax aspera) el boj (Buxus sempervirens) y leguminosas más o menos arbustivas como Emerus major, Dorycnium hirsutum o Dorycnium pentaphyllum.
A poco que nos separemos más del influjo del agua, el clima mediterráneo marca la formación de un paisaje vegetal caracterizado por la carrasca (Quercus ilex subsp. ballota) , el chinebro (Juniperus oxycedrus) y el pino carrasco (Pinus halepensis) con su corte de aromáticas (romero, tomillo, lavanda, espliego) y escobizos (Osyris alba).
Estos matorrales se completan con los aliagares (Genista scorpius, Genista hispanica). Es un paisaje rico en el que son frecuentes las chunquetas (Aphyllantes monspeliensis) y varias compuestas entre las que destacan la hierba pincel (Staehelina dubia) por su delicadeza y Aster sedifolius por su escasez.
Orquídeas de los géneros Ophrys, Epipactis y Limodorum añaden texturas y formas. Los lastones (Brachypodium retusum, Brachypodium foenicoides) así como los cardos corredores (Eryngium campestre) nos recuerdan que, lejos del río, la aridez y el intenso sol marcan este paisaje.
Si el caminante se acerca a la Boquera verá que ahora el paisaje está dominado por los guijarrales fluviales con escasa vegetación arbórea. En este ambiente aparentemente inhóspito es donde se forman comunidades abiertas de Aethionema saxatile, la hierba besquera (Andryala ragusina), la ajedrea (Satureja montana) y rudas (Ruta angustifolia y Ruta campestris).
Son plantas humildes de flores discretas. Sólo rompen esta sobriedad los grandes ramos de la corona de fraile (Globularia alypum) y de los conejetes (Antirrhinum majus).
Antes de cruzar los canales de agua bordeados de masiegas (Cladium mariscus) nos topamos con barreras de emborrachacabras (Coriaria myrtifolia) para después llegar a los guijarrales cubiertos de tamarices, retamas (Lygos sphaerocarpa) y escobizos (Ephedra fragilis) donde pequeños asfódelos (Asphodelus fistulosus) y artemisias (Artemisia campestris) se esfuerzan por medrar entre un mar de redondeadas y caldeadas piedras. Son los últimos metros del río Vero antes de unirse al Cinca.