Glaucium corniculatum y Papaver rhoeas (ababoles)


Flor de Glaucium corniculatum (adormidera cornuda)
La mayoría de las veces las flores nos cautivan por la vista o el olfato. Las amapolas son un regalo para el tacto. Contienen en sus diversas partes toda una sinfonía de sensaciones táctiles. Pruebe el caminante a detenerse junto a una amapola y recorra desde los híspidos tallos hasta la extrema sedosidad de los pétalos. Además, pocas veces se ven colores tan intensos como los que nos proporcionan las amapolas. En el entorno de El Pueyo podemos disfrutar de varias especies de amapolas. Glaucium corniculatum carece de la esbeltez de la amapola, su porte es más robusto, y normalmente, está  recubierta de  un vello que le da un aspecto blanquecino. La flor nos recuerda inmediatamente a las amapolas. Lo cierto es que se trata de un pariente que comparte familia pero no género. Prueba de ello es el látex amarillo que desprende si cortamos una parte de sus hojas.
Flor de Glaucium corniculatum
Su variabilidad nos permite encontrar  flores desde el color naranja hasta el escarlata más intenso. Siempre con la base de los cuatro pétalos con una mancha oscura.   Un rasgo muy característico es la forma de sus frutos: cilíndricos, muy largos, terminados en unos cuernecillos, que son los  que motivan  su nombre específico científico, así como alguna denominación popular: adormidera cornuda, amapola loca. No es exigente con el terreno, incluso no teme ocupar los chesos que por estas tierras abundan. Es extraño ver muchos ejemplares juntos. Más bien forma matas repartidas aquí y allá , cuya densidad la determinará la riqueza del suelo que ocupan.
mata de Glaucium corniculatum con sus largos frutos

Papaver rhoeas es el ababol por antonomasia. Inconfundible por la esbeltez de su porte, con altos tallos de ásperos pelos, látex blanco,  flores escarlata, capullos que cuelgan como pendientes y cápsulas de semillas coronadas por un disco estriado, características éstas que habrá que tener en cuenta para no confundirlo con otros ababoles, quizá más pequeños, pero que dada la variabilidad de crecimiento de estas plantas en función de la riqueza del suelo, pueden llevar a engaño. Más adelante, cuando la primavera esté ya totalmente asentada, podremos ver los otros  congéneres y así compararlos. 
Cápsulas de semillas y flores de Papaver rhoeas.

El ababol forma parte de mis recuerdos de infancia. En los familiares paseos campestres, cogíamos los capullos del ababol y los abríamos; siempre con la renovada sorpresa de descubrir allí totalmente desarrollados los pétalos, plegados como papel de seda, a veces rojos, a veces blancos o rosados. Entreabriendo los sépalos dejábamos salir brevemente los pétalos, a modo de falda o sotana, que imaginábamos como cardenales o monaguillos, vestidos de rojo y verde. Si había una cabezuela portadora de semillas era la ocasión de insertarla y completar el remedo de muñequito vegetal: cabezón él , pero gracioso y colorido. Quizá la fascinación que nos producen los ababoles  venga de que los tenemos asociados a nuestra memoria colectiva. Aunque es un tópico  ver ababoles junto al cereal en el Somontano, no es planta ni siquiera ibérica. Es decir la tenemos aquí por ser importada. Sin duda tuvo que venir hace milenios cuando los primeros agricultores del neolítico hicieron llegar semillas de cereales, y entremezcladas entre ellas las de las amapolas en sus diversas formas. Tan inmersa está en nuestra cultura occidental que forma parte del simbolismo social del europeo. Quien, viajando por Inglaterra, se tope con los monumentos a los caídos en las grandes guerras europeas del siglo XX, que proliferan en sus poblaciones rurales, observará que la flor más utilizada es la amapola, muchas veces reproducida en sencillas flores artesanales de tela. Algo recuerda a la sangre. Quizá también por ello aparece en algunos cuadros religiosos del siglo XVI como símbolo de la Pasión.

Aunque mucho menos poderosa que Papaver somniferum, la adormidera de la que se obtiene el opio, algo de poder analgésico tiene nuestro ababol cuando se utilizaba la cocción de las flores para calmar el dolor de muelas. Los brotes tiernos de las hojas enriquecen las ensaladas primaverales, aunque hoy en día el uso de los pesticidas obligan a tener una gran cautela en la elección del lugar donde recolectar para el consumo. Recientemente se puede observar cómo algunos restaurantes utilizan sus minúsculas semillas en la presentación de los postres. En algunas panaderías cubren los bollos con las semillas y al comerlas crujen deliciosamente.
Papaver rhoeas entremezclado con el cereal en mayo de 2.007

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