Laguna Torre (Patagonia)

 Hay lugares que sobrepasan lo esperado y que además te brindan la posibilidad de aprender más sobre aquello que te apasiona. Para nosotros ha sido el caso del recorrido que desde Chaltén conduce hasta Laguna Torre.

Chaltén es una localidad clave como punto de partida para caminar por el Parque Nacional de los Glaciares en Patagonia.

 El sendero que nos llevará a Laguna Torre nos acerca al dominio del granito vertical, de los glaciares todavía vivos. Pero antes nos permite caminar junto a los matorrales de la media montaña patagónica y de los bosques magallánicos.


El señor aquí es el pico Fitz Roy , o en lengua nativa el pico Chaltén. Dejamos para mañana aproximarnos a sus verticales paredes. Hoy toca acercarnos a La Torre, nombre bien merecido por su extraordinaria figura.


El camino es sencillo aunque algo largo, afortunadamente no exigente por el desnivel y casi siempre con la incomparable presencia de tan fantástico panorama. Aquí las distancias son grandes, el valle revela la magnitud del glaciar que lo creó y que ya retirado hace tiempo fue cubierto por un bosque de ñirres (Nothofagus antarctica)















El ñirre, junto con la lenga (Nothofagus pumilio) y el coihue (Nothofagus dombeyi) , son los protagonistas arbóreos de los bosques magallánicos. Hermosos árboles parientes lejanos de nuestras hayas. Estirpe antigua que ya cubrió la Antártida con su rizado follaje antes de ser cubierta por los hielos.

Las hojas del ñirre son caducas como la lenga, a diferencia del coihue.

Coihue  (Nothofagus dombeyi)
 
Lenga (Nothofagus pumilio)
 
 
Ñirre (Nothofagus antarctica)
 
La lenga,cuando crece en lugares protegidos de los fríos procedentes de los campos de hielo del oeste, se convierte en un árbol majestuoso. De lo contrario es bajo y chaparrudo.
 
Estos árboles, cuando las condiciones son adversas, crean singulares siluetas.
 

El glaciar aporta una ingente cantidad de agua que discurre tumultuosa por el llano valle  trazando amplias curvas y creando la ilusión de la abundancia de agua donde a pocos metros el viento desecante del oeste obliga a los matorrales a prepararse para el frío.

Con parsimonia nadan una pareja de patos de anteojos (Specularias specularis) aprovechando los recodos del río donde la corriente se apacigua.

El camino corre paralelo al río durante unos quilómetros. Su agradable trazado nos permite saborear el paisaje a cada paso que damos.
 
 El bosque asciende por las suaves laderas. Más arriba las severas montañas muestran la fuerza de la roca y el hielo de sus glaciares colgados. 

En varias  ocasiones nos vamos a encontrar con cordones frontales morrénicos que testimonian las dimensiones colosales del glaciar que modeló este valle. Iremos ascendiendo a medida que superamos cada uno de estos frentes de morrenas acumulados en las distintas fases de recesión del glaciar. El final de la morrena presenta un aspecto de cantera desnuda, pero en cuanto remontamos el cordón volvemos a toparnos con el denso bosque que cubre el valle.

Es un paisaje a la vez conocido y extraño. Es familiar en cuanto a que son valles y montañas como en otros lugares que hemos recorrido, pero es extraño por una vegetación completamente diferente a la europea, y por unas montañas que adquieren, debido a la naturaleza de sus rocas, una apariencia exótica.

Recorrer estos parajes aviva la alegría por conocer nuevas plantas. Familias botánicas desconocidas que se van presentando a cada paso. Escallonia virgata nos abre el hogar de la familia Escalloniaceae, desconocida en Europa en ambientes naturales aunque se distribuyen especies en jardín.  Este es un arbusto que crece en los claros del bosque.

Bacharis magellanica es una planta que encespeda en suelos arenosos, soleados y muy fríos. Es de la familia de las Compuestas.

Las duras condiciones de vida de estos parajes donde el invierno es muy frío y el verano no está exento de temperaturas bajas propicia la presencia de diminutos arbustos resistentes. Empetrum rubrum, de la familia Empetraceae, cubre taludes congelados buena parte del año que con el calor estival rezuman humedad. 
 
Con cada frente morrénico que superamos vamos ganando altura en este prolongado valle, y cada vez más cerca aparecen, a veces sorpresivamente, las inusuales formas del Cerro Torre.
 

Con la última barrera de morrena llegamos a la laguna. El intenso deshielo del glaciar y la friabilidad del terreno colorean las aguas con tonos terrosos.  La cubeta glaciar es muy extensa. Mucho más de lo que estamos habituados a ver en nuestros Pirineos. Al fondo el gran glaciar acerca los hielos hasta las aguas del lago. Otros glaciares aparentemente más pequeños rodean los granitos de Cerro Torre. Todo el lago está rodeado de un cordón de morrena en la que apenas se aprecia vegetación. Más arriba, el matorral y el bosque vuelven a cubrir las laderas hasta topar con alturas imposibles para la vida invernal.
Sin duda, la mayor parte del protagonismo lo acaparan las paredes verticales de granito que forman Cerro Torre y las agujas que lo acompañan.
 
Pero la vista no se cansa de explorar cada rincón de este lugar, descubriendo seracs que en cascada cubren las verticales laderas.

Hemos sido afortunados con un día tan claro. Casi se puede percibir la textura de  la roca. Nos parecería inexpugnable su cima si no supiéramos de las victoriosas ascensiones que sin duda han sido épicas.

Nos hemos quedado un buen rato contemplando el paisaje. Hipnotizados. Pero queremos todavía caminar un poco más y emprendemos el sendero que nos lleva al mirador Maestri. Recorreremos la parte superior de la morrena hasta que nos permita contemplar de cerca el glaciar. 

Tierra de contrastes, hacia atrás la montaña casi desaparece, se convierte en una sucesión ondulante de siluetas y bosque. Espacio horizontal.

Con el giro que nos impone el arco morrénico se va abriendo la perspectica hacia el Glaciar Torre.

Sin dificultad llegamos al mirador Maestri

De cerca podemos contemplar los bloques de hielo que fracturados se levantan comprimidos por el empuje del hielo que desciende de la montaña. Ya en las proximidades del lago, el hielo se suaviza formando domos que se mimetizan con las rocas aborregadas. Fragmentos de roca arrancados de las laderas y arrastrados por el hielo se acumulan sobre él creando falsa idea de tierra firme.

Rocas que todavía resisten en medio del glaciar son constantemente lamidas por éste y sus escombros dibujan las características trazas de roca con formas curvilíneas. El tiempo queda retratado en esas líneas curvas.

El largo día del verano austral nos permite disponer del obligado  tiempo para la contemplación.

Con el paso de las nubes, las luces cambiantes revelan detalles. Bajo los escombros se esconde el hielo. Lo que parecía ladera de la montaña se revela glaciar rocoso.

Rocas resistentes separan el lago del campo de hielo. Con el tiempo es probable que se formen dos lagos.

Nunca nos cansamos de ver los azulados tonos del hielo en sus infinitos matices.



Como es frecuente en este territorio, el tiempo está cambiando. La nubes comienzan a agarrarse en las agujas. Nos despertamos del embrujo y nos convencemos de que es obligado bajar. Muy a nuestro pesar. 

Cuesta mucho volver. Todo se revela nuevo a cada instante. Las rocas adquieren nuevos colores, revelan rugosidades donde antes no se apreciaban. Y el hielo y la nieve dibujan nuevas formas.









Emprendemos la vuelta.
























Un matamico blanco fueguino ( Phalcobaenus ambogularis) revolotea sobre nuestras cabezas. Quien  pudiera ver estos paisajes como él los ve.



 

 

 

 

 

 

 

 














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