También lo cotidiano y próximo esconde sus sorpresas.
Un sencillo paseo por el arcén que conduce hacia el Instituto Martínez Vargas se puede convertir en una agradable sesión botánica con sólo mirar detenidamente unas pequeñas manchas rojizas que se confunden con la gravilla. Pequeñas plantas de tan apenas cinco centímetros crecen aisladas unas de otras, discretamente dispersas.
Con detenerse un momento y aproximarse a una de estas plantas se comprobará que las hojas son carnosas, como es común en el género Sedum. Es una planta de la familia de las Crasuláceas, no un cactus, que también responde a la aridez conservando el agua en las células de la globosa hoja. Tallo, hojas y flores son rojizas. Sólo las flores son blancas por el exterior, pero del mismo color rojizo en su cara interna. Son también carnosas pero agudas y rígidas. El caminante que quiera disfrutarlas tendrá que dejar a un lado la timidez y acercarse al suelo, aunque algún otro viandante lo mire con cara de interrogante. Procurará no sucumbir a la tentación de tirar de ella para acercársela, pues tan leve raíz como tiene no podrá evitar que se lleve la planta entera, y el caminante respetuoso no quiere hacerle daño. Más todavía si está informado de que se trata de Sedum caespitosum, y que dicha planta es considerada muy rara en Aragón. Una rareza así, aunque crezca tan cerca, tan a la mano, tan próxima, hay que procurar conservarla, y verla cada año motear de rojo la gravilla que tan cotidianamente pisamos.