Perteneciente a la estirpe de las Boragináceas, esta planta rastrera que coloniza como "mala hierba" cualquier terreno por seco que sea, destaca por la disposición de las flores insertadas en largas inflorescencias que se enroscan sobre sí mismas. Hacia la base estarán las flores ya marchitas y en el extremo opuesto, al final de la llamativa espiral, las flores sin abrir esperando su turno para ocupar la posición encaradas hacia el sol.
Esta peculiar manera de ir madurando no es exclusiva de esta especie. Por ejemplo, en el género Cynoglossum, igualmente de la familia de las borrajas ,también se desarrollan las flores de esta manera, pero Linneo dedicó el nombre genérico Heliotropium al grupo de plantas que como el zeniziallo se vuelven hacia el sol. Me gustaría pensar que Linneo le puso este nombre al quedar cautivado por la suave curva de la espiral, pero en realidad mantuvo la tradición de un nombre que Dioscórides ,en el siglo I de nuestra era, ya utilizaba para designar a esta planta, el heliotropo mayor, y describir sus propiedades vulnerarias y purgantes.
Acostumbrados como estamos a considerar a los vegetales como seres pasivos, vegetativos, me atraen las plantas que muestran movimiento ante un estímulo externo. No soy el único interesado por estas plantas. Los girasoles (Helianthus annuus) al ser traídos de América causaron sensación entre las gentes pudientes de Europa, y se prodigaron los jardines con esta planta. Recuerdo un lienzo que reproduce fielmente al exótico girasol. Está en el palacio barroco de Hellbrunn, en las proximidades de Salzburgo. Su propietario, el excéntrico Markus Sittikus, arzobisbo de Salzburgo coleccionaba rarezas naturales, y sus preferidas las tenía reproducidas en lienzo en una de las salas del palacio.
En neuropsicología se insiste en que la base de las reacciones humanas están en la química. Estímulos externos provocan reacciones electroquímicas que resultan en respuestas. Me pregunto si habrá algo en común en estos mecanismos de respuesta al medio con los de las plantas.
Habrá quien le desagrade esta idea, por reduccionista y simplificadora de la mente humana. No discutiré que el ser humano es mucho más complejo que plantas u otros animales, y que en las respuestas que nosotros damos a los estímulos externos intervienen otros factores además de los electroquímicos. Pero no me disgustaría descubrir que en nuestra historia evolutiva algún nexo tengo con los vegetales, o al menos que compartimos algo más que espacio y tiempo.
Está terminando el verano y recuerdo algún momento en el que he gozado con los rayos del sol templando mi piel, girando el rostro para prolongar más esa caricia tibia del atardecer. Quizá como hace también el heliotropo.
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