Este es uno más de los artos que forman intrincados setos junto a nuestros quejigos. Aunque es habitual en lugares de mayor altura y menor temperatura estival, también podemos encontrar algún majuelo en las zonas más frescas del camino de El Pueyo. Ahora que ya el otoño se comienza a instalar lo veremos punteado de rojo por los pequeños frutos que ya están dispuestos para ser comidos. Floreció a principio de primavera. Por esas fechas lo vimos vestido de blanco, exhibiendo un gran número de olorosas flores pentámeras, pequeñas, agrupadas en cimas globosas. El rasgo que más facilita su identificación son las hojas de base atenuada y tres lóbulos terminados en marcados dientes.
Este espino, llamado también arañón blanco, puede alcanzar el tamaño de arbolillo si las condiciones son favorables, a veces ayudado por la mano humana. En la montaña lo hemos visto con tronco de más de 20cm de diámetro. Por las tierras bajas se hace más modesto, con numerosos pies agrupados, formando un rico matorral.
Como tantas otras especies pertenecientes a la familia de las rosáceas, el fruto es comestible al igual que las hojas. Tiene un sabor que recuerda a las rústicas manzanas silvestres aunque de paladar algo más terroso, pero sin llegar a ser jasco ni agraz. La primera vez que la probé fue motivado por un libro de Rafael Gastón , escrito por el ya lejano 1984, titulado "El Hombre del aire libre", ilustrado relato de un amante de la naturaleza. Desde entonces, cuando paseo y veo un espino blanco tomo alguna de sus hojas, y la mastico lentamente para extraer sus sabores.
Pío Font Quer nos cuenta de este arbusto la merecida fama que tienen sus tisanas de flores o frutos para hacer un remedio que al mismo tiempo tonifique el corazón y produzca efecto sedante. No dudo de sus propiedades ya que a mí me producen el mismo efecto la sola vista de sus flores en primavera, o ahora sus frutos de otoño.
También me ha encantado mordisquear las pequeñas manzanetas de San Juan cuando tengo ocasión en mis salidas.
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