Ya les han caído las primeras heladas, pero todavía siguen allí mostrando las flores y los pequeños frutos que por estas tierras llamamos panetes. En ocasiones llega a crecer hasta el metro de altura, otras veces se desarrolla a ras de suelo. Es la más común de las malvas que habitan estas tierras, y la más resistente.
La vemos en flor ya en abril y prolonga la floración hasta los primeros hielos. Las flores presentan unos llamativos nervios púrpura en cada uno de los cinco pétalos. Bajo los pétalos encontraremos un cáliz y un sobrecáliz, conjunto de sépalos que también recibe el nombre de calículo.
El dicho popular "irse a criar malvas" está justificado por su proliferación en suelos removidos, bien nitrogenados como se supone son los cementerios. Crece también en escombreras y márgenes. A pesar de esta asociación con tan luctuoso lugar, la malva ha sido una hierba muy recogida por sus amplias y eficaces virtudes. Ahora que comienzan los catarros y resfriados es el momento de tener unas flores secas dispuestas para hacer la tisana que ablande la tos. Aspirar el vapor de esta cocción aliviará las vías respiratorias. Incluso una cataplasma hecha con las hojas machacadas era utilizada como antiséptica y cicatrizante.
Quienes hayan disfrutado de una infancia de juegos al aire libre quizá hayan usado los frutos para los juegos de "comidetas", pues éstos cumplían bien su función tanto por la forma como por su sabor, ya que los "panetes" son comestibles.
Esta misma mañana he tomado fotos de la malba. El hielo comienza a transparentar los pétalos. El frío apura y da los últimos estoques a las pocas flores que todavía resisten.
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