Día estupendo en compañía de José Vicente Ferrández. Ir al monte con José Vicente sirve para comprobar que la mejor manera de ir a un lugar no es la línea recta, y que tan importante es el camino como el destino. Yo no había estado en estos parajes, divisoria entre Gistaín y Bielsa, y la experiencia fue tan gratificante que me prometo volver. Podríamos haber hecho la excursión siguiendo el sendero y hubiese estado bien, pero como José Vicente me llevó a rincones que él conoce bien y que me permitieron saber de plantas que yo desconocía, saliendo del camino y acercándonos aquí y allá, sin tener en cuenta ni el tiempo, ni las distancias, ni lo que queda, ni lo que podríamos hacer, dando tantos rodeos como nos vinieron en gana, al fin la excursión no fue buena sino perfecta. Gracias José Vicente.
Hemos dejado el coche en el collado de Cruz de Guardia, junto a la barrera, a 2.100 mts.de altitud. El primer regalo del día viene de inmediato, pues la divisoria del collado nos presenta esta magnífica vista del valle de Pineta. En el fondo del valle azulea el embalse de Pineta. El Pico del El Cuezo, prominencia de la sierra de Espierba, enseña la descarnadura de su flanco sur. La sierra de las Sucas presenta todo su desarrollo, presidido por la mole caliza del Monte Perdido, este año con una buena reserva de nieve.
Hacia el Este, el Robiñera muestra una coloración rocosa diferente, el gris de las calizas dejan paso a los tonos oscuros de las pizarras verdosas de Robiñera. El perdido se libró del batolito de Posets y conserva intactas esas calizas blancas, puras.
Poco hemos caminado y aparece la figura de Punta Suelza, a cuyos pies están alojados los ibones. El verde contrasta vivamente con el rojo de las areniscas. ¿En cuántos especiales lugares del Pirineo he visto esta combinación de colores? Anayet, Campo de Troya, Punta Acué, Acher... Areniscas del permotrías, tan antiguas como frágiles que forman estos relieves redondeados, a veces coronados por agrestes cimas.
El prado presenta discontinuidades que muestran el sustrato inestable, disgregado. En este terreno Ranunculus parnassiifolius sobrevive gracias a su potente sistema radical que lo ancla al suelo y le permite sobrevivir aunque el suelo superficial se desplace.
Testigo de esta historia de la tierra de hace 250 millones de años, un bloque desgajado de arenisca roja, del Permotrías. Responsable de la coloración granate de estas montañas, nos envían a la fase remota de nuestra geografía, cuando aún no estábamos situados en el paralelo 42,situados en zona subtropical del planeta, teníamos un clima continental cálido y seco. La intensa erosión de montañas ya desaparecidas ocasionaron los depósitos de estas areniscas .
Los ibones ,al desaguar, forman un pequeño pero agreste barranco.
Nos salimos del camino para explorar la vegetación que aprovecha las sombras de las rocas y el frescor que aporta el torrente.
Cardamine resedifolia aprovecha una fisura y los nutrientes que han ido creando los líquenes.
Androsace pyrenaica coloniza grietas y extraplomos en este barranco, forma bonitos cojinetes del que salen flores de largo pedúnculo. Algunos de estos cojines parecen nidos de golondrina.
Primula hirsuta en lugar donde asegurarse agua constante de un rezumadero.
Erysimum seipkae
El primer ibón de Barleto. De fondo Punta Suelza.
El mismo lago, desde un lateral superior.
En resaltes rocosos encontramos Petrocallis pyrenaica, endemismo del centro y sur de Europa. Acercarse a sus flores y aspirar profundamente es un regalo para el olfato.
Inspeccionando las gleras que rodean el ibón , en busca de la amapola pirenaica, vamos encontrando algunas otras plantas propias de estos cascajales ocupados por la nieve en invierno y gran parte de la primavera. Las hojas de Oxyria digyna rellenan los huecos de una glera.
Por fín, tras muchas vueltas, una pequeña mata de Papaver lapeyrousianum ( P. alpinum subsp. suaveolens), como no lo había visto nunca, aunque no está en flor, igual satisfacción me produjo verlo con sus mazudos capullos.
El Barleto superior, prácticamente cubierto de hielo.
La gelifracción fracciona la arenisca roja formando un canchal fino donde prospera Gallium cometerrhizon.
Nos atrae la opción de subir más y ver el ibón del Cau. Nos dirigimos hacia la divisoria entre Barleto y El Cau. José Vicente camina por los límites del Cau ( 2660 mts) tras él la silueta de punta Fulsa. Una lengua de derrubios se interna en el ibón y queda sumergida. Forma una leve mancha marrón allí donde la profundidad del agua es menor.
Se está produciendo un rápido cambio de tiempo. Las nubes tapan Monte Perdido y cobra protagonismo el grupo Robiñera, La Munia, Troumouse, que guardan una importante reserva de nieve.
El Pirineo es tierra de contrastes, desde la divisoria con el Cau, hacia el noroeste es duro y agreste, hacia el suroeste muestra un aspecto más dulce. Tras los dos ibones de Barleto, el Maristás o pico Orbau, y de fondo el macizo de Cotiella.
Comenzamos la vuelta aprovechando los escalones que Festuca eskia forma al fijar los movimientos de ladera. Escalones en forma de media luna producto de la congelación y descongelado del suelo, y el oportunismo de esta gramínea que aprovecha el suelo fértil que queda tras la leve capa de grava que el hielo va organizando en la superficie.
En el camino de vuelta, vemos el trazado de la pista hasta llegar al collado de Cruz de Guardia.
El Maristás, con el pico del Orbar.
Comienza a tronar en Pineta, alguna cortina de agua tamiza el horizonte.
Aún tenemos tiempo para poder tomar unas últimas fotos, en las laderas bajas de Maristás
Reseda glauca
Jasione crispa
Borderea pyrenaica, esta vez la he encontrado en flor.