Castillo de Montearagón.

Aprovechando que teníamos una tarde libre en Huesca, nos hemos acercado al castillo de Montearagón. Ocasión para fotografiar la Hoya y Guara.


Hemos dejado el coche cerca de Quicena, por aquello de andar un poco, aunque la carreterilla llega hasta la misma fortaleza.

Una vez en el recinto del destartalado castillo nos asomamos por uno de los vanos que todavía resisten el tiempo. Quizá el Salto de Roldán ya despertaba la imaginación de los moradores del castillo en aquellos años del siglo XI 

Construido el castillo con materiales del lugar, la marca del tiempo deja su huella en los sillares de arenisca. Alveolos excavados por la erosión, como ya vimos antes en la Gabarda.

El pico Gratal, junto al valle del Isuela, a la derecha la sierra del Águila.


Entre la Peña de San Miguel y la Peña de Amán, se forma el Salto de Roldán. Detrás, con algo de nieve, el pico del Águila y sus torres de comunicaciones.

Los estratos plegados que forman la Sierra de Guara han quedado expuestos  y exfoliados, creando los cantiles que bordean el barranco de San Martín, donde se esconde la ermita de San Martín de la Val de Onsera. Sobre ellos la loma redondeada del Matapaños.

La Sierra de Guara con sus tres cimas, Tozal de Guara, Tozal de Cubilás y Cabeza de Guara, todas ellas con nieve. A la izquierda, asoma el Fragineto.

El castillo de Montearagón está construido como avanzadilla de la montaña. No llega a la Hoya ni está en las sierras. Aprovecha los sucesivos escalones sedimentarios, ya muy abarrancados por una red fluvial que desgasta los taludes y muestra las sucesiones de arcillas y areniscas.

Dejamos el castillo y paseamos siguiendo una de las pistas que recorren las terrazas.

Desde una de estas terrazas nos asomamos a la Hoya. Los cereales de invierno verdean el llano. Hace casi mil años las gentes de la montaña se asomaron a estos cerros con la mirada codiciosa sobre Huesca y sus almunias.













Hornungia petraea subsp. petraea


Ya hace días que el aroma de los almendros impregna el aire y  sentimos la juventud de la estación  bajo nuestros pies. El aviso de los almendros es precoz. Pobres almendros, pese a estar con nosotros desde hace más de dos mil años, todavía no han aprendido los rigores de nuestro clima. 
Entre las plantas que reciben tempranamente la llamada de la primavera está la pequeñísima Hornungia petraea. Para encontrarla, el caminante dejará de lado los altos herbazales, pardos aún por el invierno, y buscará los pequeños claros, pradillos someros, que nacen en suelos desnudos y poco profundos, a veces en la costra de los yesos, en otras ocasiones en la repisa de las rocas areniscas o calcáreas. La observación se centrará en el verde tierno de los musgos, y junto a ellos, los minúsculos puntos blancos de la flor de la Hornungia, que vemos se mezcla con otras pequeñas anuales como  es el caso de Erophyla verna. Ha nacido hace pocas semanas, y todavía no sobrepasa a los filamentos fértiles del musgo. Será necesario acercarnos a su mínima escala para poder contemplarla. Concentrar la mirada en estos universos reducidos es como realizar un repentino viaje hacia un mundo diferente.
Las flores las vemos agrupadas en racimos. Los pétalos no alcanzan el milímetro de longitud (si tuviera casi 2 milímetros estaríamos ante la subespecie aragonensis). Vemos las hojas oblongas, que están divididas en impar número de segmentos todos carnosos y brillantes, agudos en el extremo. 
Esta hierbecilla tiene un ciclo de vida anual. Adaptada a vivir en suelos leves, no invierte energía en fabricar ni leña ni potentes raíces. 
El primer paso de su crecimiento es formar una roseta de hojas aplicadas al suelo que reciban bien los discretos rayos solares del invierno. Los azúcares que generen las hojas se destinan tempranamente para desarrollar un tallo florífero lo antes posible. Tallo que crecerá con floración continua durante meses hasta llegar a los 10 cm.
Si la comparamos con el almendro, su estrategia vital es diametralmente opuesta. Para la Hornungia no es importante protegerse para prolongar la vida. Cuenta con un año para completar su ciclo. Todo va dirigido a conservar la especie en un medio hostil: germinar pronto para tener una buena posición de partida en la carrera por obtener luz. Florecer  prolongadamente para generar cuantas más semillas mejor. No distraerse en elementos innecesarios como protección de semillas o tallos. Aprovechar la estación húmeda para nacer y crecer, y esperar al verano para morir.


Col de Bénou, invierno













Desde la estación de Astún nos encaminamos hacia el pico des Moines/de los Monjes. Nos quedaremos en la antecima, ya que la arista que lleva al pico no nos inspira confianza ahora en invierno. Ya la conocimos un verano y sabemos de sus angosturas.
El recorrido es apacible, alejado de la estación de esquí. Sube un par de escalones hasta el puerto de Jaca, cruzando el ibón de Escalar, para subir después hacia Los Monjes. Arriba las panorámicas son excepcionales.


En Astún aparcamos en la carretera superior. Ahora sabemos que podríamos haber cogido alguna traza por entre los arbolillos que crecen en la ladera del Pico de Bénou, pero  nos dirigimos hacia el puente que permite entrar en los Llanos del Sol. Ciertamente esta última  es ruta más cómoda para las raquetas, al ir sobre suelo horizontal, y no hacer media ladera como sucedería de haber ido por el otro lado. Frente a nosotros se abre un amplio valle que en unos suaves giros asciende hasta el ibón de Escalar. Frente a nosotros se alzan los picos Bénou y Belonseiche.
























A nuestra espalda quedan las pistas de Astún, enseguida se pierde el rumor de las máquinas y el barullo de la gente, por lo que subimos apaciblemente por el valle.


En cuanto los Llanos del Sol comienzan a tomar mayor inclinación, pasamos a la otra vertiente del valle, y ascendemos con comodidad. Poco a poco se van abriendo otras perspectivas. La orientación sur de estas laderas pone la nieve blanda, no tanto en las que mirando hacia el oeste todavía permanecen brillantes y duras por una leve capa de hielo.


Al subir por la orilla derecha orográfica del valle evitamos el tubo y las pendientes más empinadas que corren por el otro lado. Abajo quedan los Llanos del Sol

Hemos subido el primer escalón. Estamos ya en el ibón de Escalar, ahora completamente cubierto por la nieve. Dos lejanas personas nos indican la traza que nos llevará al puerto de Jaca, una vez allí deberemos subir por la ladera hacia la izquierda que ahora tenemos frente a nosotros. Otras dos personas mucho más arriba bajan de lo que será nuestro destino.

Antes de llegar al puerto de Jaca giramos hacia el oeste para tomar la pala que asciende hacia la antecima del pico des Moines. A medida que ascendemos el horizonte se anima con nuevas formas. Las atrevidas formas de Aspe ponen telón de fondo al llano donde inverna el ibón de Escalar.
Hacia el oeste contemplamos otra posible ruta, ésta llevaría por una larga cresta, amplia al principio, pero más compleja después, hasta el pico de Astún, desde donde podríamos volver  pasando por el ibón de las Truchas.

























Visto en conjunto las dos anteriores fotografías, el resultado es la siguiente  panorámica amplia.


Marisol ya está llegando al fin de la ruta. Desde aquí tenemos una vasta extensión de cimas y valles. En esta ocasión el Midi d'Ossau muestra una fisonomía diferente a la que estamos acostumbrados desde el valle de Tena. Podemos ver lugares que nos son tan familiares como el collado de L'Iou y el Pico Peireguet.



Midi d'Ossau  en primer término, y a su espalda el Palas.


Hemos llegado al collado Bénou, la cresta al pico des Moines se desarrolla delante de nosotros.

Con ayuda de la cámara acercamos planos lejanos, como son Peña Foratata , insignificante bajo las moles del Infierno y Argualas



Otras cimas conocidas, Canal Roya y Mala Cara, y detrás la silueta de Tendenera



Al tiempo que reponemos fuerzas nos recreamos contemplando lugares ya recorridos: Anayet, Espelunciecha...





No podemos evitar mirar hacia abajo, el valle de Bious, En primer término vemos cómo se resiste a ser cubierta por la nieve la cima del pico Paradis.




Cambiamos de orientación. Hacia el Oeste, la cresta donde estamos se extiende serpenteando hacia el pico El Escalar, más bajo que donde estamos y hacia la loma redonda del pico Belonseiche. Otro apunte mental para otra posible ruta que fuera por esa pala amplia hasta la cima para bajar por las palas directas orientadas hacia el Este, o bien continuar cresta hasta el pico Bénou. Rutas más de esquí que de raquetas.

Tras esta bonita cresta que vemos crecer bajo nuestros pies, contemplamos el valle de Aspe. Hay muchas cimas que no conocemos, aunque empezamos a ver lugares también familiares.


El Castillo de Acher, inconfundible sinclinal suspendido en las alturas.

La sierra de Bernera, con la entrada al bellísimo valle de los Sarrios. Lástima que algunas cimas nos quitan la vista sobre el ibón de Estanés. Y el Bisaurín que nos trae gratos recuerdos.

Hemos compartido breves momentos aquí arriba con dos jóvenes que ahora afrontan la bajada. Para mí, que soy bastante torpe con los esquís, es la ocasión de observar cómo van a resolver la bajada, pues después me toca a mí. Marisol seguirá la traza de subida. Hemos quedado que le espero a mitad de camino del ibón. Después volveremos a seguir rutas paralelas, siempre observándonos. Ella por la ruta de ascenso, yo me las quiero ver con las laderas que bajan del Belonseiche, me han seducido sus pendientes y algún que otro tubo y tendré que probarlos. Prometen.

Datos de la ruta y track en