Camino del Pueyo. Prolongoa hispanica


Todos los años reservo unos minutos para detenerme en un lugar con encanto. Es un ritual que se repite cuando los amarillos dominan el camino que conduce a El Pueyo. Pasado el canal, superados unos almendros, unas terrazas dedicadas a los olivos están alfombradas de estas florecillas, menudas pero luminosas como soles.
Allí, cobijado por la sombra de algún olivo, me embeleso en los matices dorados cuando Prolongoa hispanica en una orden sincronizada florece en miles de individuos. Siempre es la época del canto de las cardelinas. Pequeños grupos de abejarucos realizan sus acrobacias dejando una estela multicolor. Alguna vez un gavilán atrapó un pequeño gazapo y remontó el vuelo sin producir ni el más leve susurro. Me felicito por tener tan cerca de casa un lugar donde la acción humana, aun estando presente, no ha borrado el ritmo de la naturaleza. Estas modestas terrazas, donde queda espacio para el arbusto silvestre en sus lindes, son una isla de naturaleza en un entorno fuertemente humanizado. A menudo prestamos  más atención a la conservación de una especie animal o vegetal, y se descuida que toda especie necesita un espacio. Ese espacio que ahora contemplo bajo el olivo. Pienso en lo diferentes que son las cosas cuando la intervención es mayúscula, cuando los grandes movimientos de tierra igualan relieves, anulan corredores, despejan rocas y pequeñas vaguadas.
Me pregunto por qué Prolongoa hispanica prospera con tanto éxito en estas fajas arenosas, y prácticamente falta por completo a escasos metros. Endemismo ibérico, no es planta común aunque en este rincón parezca abundar. De hecho en Aragón sólo se la conoce en el tramo medio del Valle del Cinca entre Barbastro y Monzón.
Hace tiempo que busqué su nombre común entre nuestras gentes. No averigüé ninguno. Así que , en mi familia, la llamamos margaritas amarillas. 

Es una especie que pertenece  a la familia de la Compuestas. Al neófito le parecerá que estas flores tienen pétalos dispuestos radialmente, y que en esta especie éstos son de color amarillo.Para salir del error, merecerá entonces que observe detenidamente un pie de esta planta para caer en la cuenta de que aquello que denominamos flor es en realidad una aglomeración de flores. Se denomina capítulo a este tipo de inflorescencia abierta. Decenas de florecillas tubulares se apiñan de manera más o menos globosa. Las flores externas se han transformado en aparentes pétalos, son las flores liguladas. En su entorno nos encontraremos otras compuestas, pero además del capítulo nos fijaremos en las hojas de Prolongoa hispánica que son estrechas, divididas como un peine con sus segmentos foliares perpendiculares al nervio principal, el tallo algo peloso.

La familia de las compuestas es el último eslabón evolutivo de las dicotiledóneas. Se han especializado en la polinización favorecida por los insectos, y en este caso es muy visitada por las abejas. Como antes decía toda especie necesita un espacio. De la correlación de espacios depende el futuro de las especies. Su diversidad. Una flor como ésta, tan sencilla que no tiene ni nombre común, también forma un espacio, importante para las abejas. Y las abejas para los abejarucos. Y para los gazapos, y para los gavilanes... así indefinidamente. Por eso me encanta este rincón del camino hacia El Pueyo. Todo en su simplicidad está conectado. Unos olivos, unos matorrales, unas tierras arenosas. Todo.

Asphodelus cerasiferus y Asphodelus fistulosus (abozos)

Los abozos son atrevidas liliáceas que ocupan los chesos en torno al Pueyo. 
El caminante los observará de dos portes bien distintos. Una especie, el Asphodelus cerasiferus,  con hojas anchas y largas, aquilladas, formando una mata en la base de la que surgen las varas floridas, con las flores bien apretadas. Este es el auténtico abozo.  El otro, Asphodelus fistulosus, de porte más fino, menos crecidas las varas y con hojas también largas pero engrosadas y huecas (fistulosas), llamado gamoncillo, nombre que viene del común castellano gamón, aplicado a este tipo de plantas.
Flores de Asphodelus fistulosus
A ambos se les denomina abozos por estas tierras,  o gamones en el general castellano. Aunque también, según cita Chesús de Mostolay en su obra "El aragonés en el Somontano de Barbastro", se llaman abozos a los lirios silvestres. Todas tienen en común presentar sus  flores  en varas. 
Asphodelus cerasiferus en las proximidades de Valcheladas
Son más comunes los abozos de porte grande, A.cerasiferus. Si continuamos el camino y  rodeamos el Pueyo por el Este o por el Sur veremos ocupar los terrenos áridos con predominio de yeso. Su raíz, al ser de gruesos rizomas, bastante enterrados, está bien protegida por lo que resiste muy bien incendios y quema de rastrojos. En cambio A.fistulosus son bastante escasos  de ver, aunque los tenemos bien placenteros en las cercanías de la ermita de S. José, 


Lo más llamativo de los abozos son, sin duda, las flores. Dispuestas de manera vertical y alterna, con los estambres largos en donde las anteras quedan colgantes, bien separadas de la parte femenina de la flor. Estos dos caracteres, verticalidad y separación de los estambres del estigma , parece una disposición adecuada para favorecer la polinización cruzada entre distintos pies, y reducir el porcentaje de autopolinización. 
Observamos que las ramas duran mucho tiempo en floración , de manera que, al madurar de abajo hacia arriba, nos encontramos a veces los frutos globosos en la base de la rama, mientras todavía están abiertas algunas flores o incluso en la cima algún blanco capullo sin abrir. 

Flor de Asphodelus cerasiferus
De los abozos hay noticia de uso en medicina popular. Sus raíces, que son tóxicas tanto para consumo humano como para el  ganado, eran cortadas en fresco y aplicadas sobre eczemas, verrugas y durezas. Las hojas se recogían tiernas, para darles de pastura a los cerdos. Además de estos prosaicos usos, merece recordar el uso que les daban los niños. Nos recordará una época en la que los niños estaban más "asilvestrados" y menos "electrificados". Así José Vicente Ferrández, en un libro que ya cité hace días, nos contaba que en Lagunarrota cantaban los críos "Baja, baja, canaleta, con la punta la escopeta, que tu padre está en la huerta empinando la boteta", al tiempo que tiraban los lulos del abozo al tejado y esperaban que éstos calleran, y que por esta razón eran llamados "canaletas", "cancanaleras" y caí-caí en los diversos pueblos de la redolada. Puestos a elegir prefiero esta cándida imágen a aquella que recrearon los versos de Homero, cuando describe el reino de Persefone, el Hades, como una llanura cubierta de asfodelos por donde moran las almas de los muertos, y es que esta planta tenía un significado funerario en la grecia clásica, de donde nos viene su genérico adoptado por los botánicos.

Alquezar desde Basacol

Alquézar tiene múltiples rincones desde donde podemos contemplar el pueblo y su entorno natural. Uno de mis preferidos es desde las balsas de Basacol. También una buena excusa para ver los abrigos de Quizans. Desde este punto podemos observar el emplazamiento de la villa en los cortados calizos que dan al río Vero.