Vinca major y Vinca difformis "flores de cementerio"

Hace unos días volví una vez más a Alquezar para dar un paseo por el río Vero. Seguí la senda que baja por el barranco hacia el recorrido de las pasarelas. Es un espacio atractivo en el que los litoneros (Celtis australis) y viburnos (Viburnum tinus)  crean una atmósfera agradablemente sombría, como de selvática espesura en la que de las lianas trepadoras de la nueza negra (Tamus communis) cuelgan racimos de frutos rojos  y la "oreja de oso" (Ramonda myconi) colorea las rocas con pinceladas rosadas. Los conglomerados sirven de apoyo para los arrocetes de flores blancas (Sedum dasyphyllum) y zerbunas (Polypodium cambricum) de grandes y triangulares hojas. Entre tanta exuberante vegetación me llamó la atención la amplia expansión de las vincas.
Vinca difformis. Detalle de los sépalos.














La especie que estaba viendo es Vinca difformis, una más de las "plantas de cementerio" que proceden de las zonas costeras mediterráneas y que se ha cultivado en pueblos como ornamental. La magia que estaba viviendo hasta ese momento, creyendo estar caminando por un paraje de pureza natural, entró en crisis al instante. No pude menos que sentir una pequeña decepción, producida por la magnitud de la extensión de esta planta en un lugar que hasta ese momento creía original. Si se había escapado del cultivo y se había naturalizado en el barranco eso significaba que se estaba deteriorando el equilibrio de este espacio natural. 
Es difícil encontrar un lugar donde no aparezca la mano humana en el paisaje. Es muy difícil no encontrar plantas alóctonas que en ocasiones invaden y desequilibran un hábitat. No sé hasta qué punto el gran público es consciente de esta situación y de la importancia de implantar hábitos que impidan que cada vez los espacios se degraden más y se pierda la biodiversidad. Porque cuando una planta importada prospera invadiendo un espacio, otras plantas que quizá llevaban allí milenios habitando ese lugar retroceden o desaparecen.
Vinca major. Detalle de los pelos que contornean la hoja en esta especie

Nabaín

El pico Nabaín (1799m.) se opone al ímpetu del río Ara y le obliga a retorcerse y estrecharse en congostos antes de salir al campo de Boltaña donde se libera y expande. El aislamiento de esta cima propicia generosas vistas de esta parte del Pirineo al tiempo que esconde un sorprendente pasado geológico. 

Hacemos una ruta circular que tiene en Ascaso principio y fin. La semiderruida iglesia apunta con su tejado a la cima de Nabaín


Casas de irregular aparejo se mantienen en pie a duras penas. Hay alguna casa rehabilitada para turismo rural. Es un lugar donde curar el espíritu de los ruidos modernos.
Deslucidos encalados.
Un reloj de sol, pintado en el s.XIX invita a acercarse "paso a paso para saber la hora en Ascaso"

Junto a la carretera de acceso a Ascaso parte una pista que bordea el pueblo y se dirige en línea recta hacia la cima. El camino seguirá el plano del estrato superior que conforma esta montaña.

Caminamos sobre la roca desnuda, siguiendo hitos que sortean raquíticas matas de erizón. Es roca desnuda. Erizones crecen en fisuras y rellanos. Abundan los fósiles de macroforaminíferos. Estos fósiles proceden de seres  unicelulares con caparazón en forma de espiral que habitaron el mar hace 50 millones de años. Sin duda tenía que ser un mar en el que bullía la vida.

Durante millones de años se acumularon estos seres vivos además de los finos sedimentos en un mar que sufre una reducción en extensión y profundidad como consecuencia de la elevación paulatina de la cordillera. Estos sedimentos forman las capas que posteriormente plegadas forman el relieve en cuesta que ahora remontamos.


En cuanto tenemos ocasión salimos del camino para asomarnos al confín de esta cuesta truncada por la erosión del Ara.


Contemplamos cómo los estratos sobre los que estamos  se prolongan hacia el valle y continúan plegándose en la sierra Ferrera.

Es un potente anticlinal, el denominado anticlinal de Boltaña que ha sido dividido por el río Ara , dejando al descubierto su estructura interna.

Los estratos forman resaltes rocosos en razón de la diferente dureza de los materiales. Es el congosto de Jánovas, tan llamativo cuando se atraviesa por la carretera. La torre de la parroquial de Jánovas asoma junto a los prados.

Desde este ángulo enlazamos mentalmente el flanco de Nabaín con su gemelo al otro lado del valle, en Ferrera


Lactuca tenerrima, escasa planta en el Pirineo, se agarra a una repisa del acantilado.

Volvemos al camino para continuar el ascenso. La pendiente se modera a medida que tomamos más altura y comenzamos a seguir el cordal de la montaña.

Peña Canciás aparece lejana

La monotonía impuesta por el erizón va cediendo. Aparecen otras plantas de clima montano seco: Chaenorhinum origanifolium, Arenaria grandiflora, y asoma entre las grietas Paronychia kapela subsp. serpyllifolia

Cerastium pumilum , planta anual que gusta de suelos básicos y secos.

En la cima de Nabaín hubo una ermita dedicada a Santa Marina. Hoy solo quedan  ruinas.
Desde sus maltrechos muros contemplamos, hacia el sureste, al río Ara a su paso por Boltaña, y más lejos Aínsa junto a la cola del embalse de Mediano.


Si las condiciones atmosféricas fueran buenas tendríamos unas soberbias panorámicas del Pirineo, pero el cielo está cubierto y la atmósfera turbia. Intentamos apurar momentos en los que las nubes dejan algún resquicio.
La Peña Montañesa presenta las bandas inclinadas de calizas que constituyen sus formidables muros.

El macizo de Monte Perdido queda cubierto, pero vemos el inicio del cañón de Añisclo con Mondoto a la izquierda y Sestrales a la derecha, vigilantes guardianes del paso hacia el norte. Esta perspectiva nos permite comparar ese paraje con el lugar donde ahora nos encontramos. Su historia es similar: un gran anticlinal surcado por el río. La diferencia es que en el caso de Añisclo el río corta longitudinalmente el pliegue. Lo parte a lo largo aprovechando la falla que corre de norte a sur haciendo desaparecer la parte central y más elevada del pliegue. En el caso del anticlinal de Boltaña, el río atraviesa transversalmente el pliegue.


El valle de Gistaín, con el macizo de Posets y sus vecinos Eristes.

Hacia el noroeste la sierra de Bolave , antesala de la entrada a Bujaruelo.


Miramos en la cercanía, especialmente al norte, la sierra de Bolave. Distinguimos en la ladera de la sierra los mismos estratos verticalizados que luego continúan en dirección sur hacia Jánovas. Mentalmente conectamos el pico Nabaín con esta sierra, identificándolos como una misma unidad plegada de dirección norte sur que contrasta con el resto de los plegamientos pirenaicos que tienen orientación este oeste. Desde este punto vemos materializado el giro que dio este pliegue haciendo que el anticlinal de Boltaña rotase en abanico sobre un punto central que estaría al norte de la sierra. El pliegue de Añisclo, que vemos paralelo a la sierra de Bolave sufrió el mismo proceso de desplazamiento en abanico.


En las laderas apenas se distinguen las miméticas casas de varias poblaciones.

Campol y San Felices de Ara

Yeba

En lugar de tomar el mismo camino de vuelta, seguimos el cordal de Nabaín para ir a tomar la pista que conduce a Morillo de Sampietro.  No hay camino, sólo algún leve rastro de paso y cañadas antiguas perdidas por la erosión y porque los erizones las han ocultado. Al seguir la cordal de Nabaín podemos disfrutar de hermosas perspectivas de esta montaña.



Encontramos Ornithogalum orthophyllum

Ramonda myconi

Con algo de dificultad para seguir caminos perdidos y encontrar la orientación de vuelta vamos bajando de Nabaín. Al pie de la ladera vemos Ascaso

Ascaso y sus bancales
Valeriana apula, en herbazales menos agobiados por los erizones.





Por fin encontramos la pista que lleva Morillo, y poco antes un desvío que por ruta ya bien marcada nos conduce a Ascaso. ya cerca del final del recorrido pasamos un pintoresco puente que salva unas pequeñas gorgas del barranco.




Marisol, Aurora y yo en Nabaín


Datos de la ruta y track en



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Sedum acre "arrocetes"

Sedum acre es una pequeña planta de la familia de las crasuláceas que en el entorno de Barbastro encontramos en arenas  y guijarros de espacios secos y soleados junto al río Vero, pero que también veremos en rellanos de roquedo, y  muros construidos con  mampostería  de sillarejo en seco. 
Habitualmente forma conjuntos apretados de individuos, creando cojines vistosos en primavera por sus tonos brillantes. Cuando el verano avance, las hojas se tornarán más oscuras al tiempo que termina la floración.

Las flores son estrelladas, de pétalos agudos y sépalos libres.
Los tallos aparecen cubiertos de pequeñas y ovoides hojas carnosas imbricadas entre sí. 
La forma globosa de las  hojas se debe a que contienen unas células especializadas en la acumulación de agua. Este agua, además de servir de reserva propia para las épocas secas, parece ser que también permite un sistema de refrigeración al más puro estilo del botijo. Controlando la apertura de los poros que se distribuyen en la superficie de la hoja provocan una transpiración y evaporación regulada del agua contenida. La evaporación en superficie supone el enfriamiento en el interior de la hoja, y mediante este proceso se mantiene estable la temperatura interior de la planta, protegiendo así la estructura interna de las células de su destrucción por la exposición prolongada al sol estival.
Estas hojas contienen alcaloides que las hacen levemente tóxicas, pero que tradicionalmente han sido utilizadas, previamente machacadas y en cataplasma, como cicatrizante. El nombre común de la planta, "arrocetes" alude a la forma de las hojas y a los juegos de los niños en la edad predigital. Esa época en la que los infantes disponían de mucho tiempo sin programar y que en ocasiones dedicaban, sobre todo en verano, a corretear sin excesivas tutelas. Hoy en día, en la edad de la "realidad aumentada", se da la paradoja de que muchos niños no conocen la sensación que produce una hoja tridimensional entre los dedos, ni la textura sedosa de su cutícula, ni el olor agrio del líquido que rezuma, ni han sentido al caminar  el suave chirriar de las guijas crujiendo bajo los pies. Estas son realidades que no requieren la tecnología  del silicio para ser disfrutadas y que desarrollan sensibilidades fuera del alcance del mundo bidimensional que se maneja con dos de los veinte dedos que tenemos.