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Vinca major y Vinca difformis "flores de cementerio"

Hace unos días volví una vez más a Alquezar para dar un paseo por el río Vero. Seguí la senda que baja por el barranco hacia el recorrido de las pasarelas. Es un espacio atractivo en el que los litoneros (Celtis australis) y viburnos (Viburnum tinus)  crean una atmósfera agradablemente sombría, como de selvática espesura en la que de las lianas trepadoras de la nueza negra (Tamus communis) cuelgan racimos de frutos rojos  y la "oreja de oso" (Ramonda myconi) colorea las rocas con pinceladas rosadas. Los conglomerados sirven de apoyo para los arrocetes de flores blancas (Sedum dasyphyllum) y zerbunas (Polypodium cambricum) de grandes y triangulares hojas. Entre tanta exuberante vegetación me llamó la atención la amplia expansión de las vincas.
Vinca difformis. Detalle de los sépalos.














La especie que estaba viendo es Vinca difformis, una más de las "plantas de cementerio" que proceden de las zonas costeras mediterráneas y que se ha cultivado en pueblos como ornamental. La magia que estaba viviendo hasta ese momento, creyendo estar caminando por un paraje de pureza natural, entró en crisis al instante. No pude menos que sentir una pequeña decepción, producida por la magnitud de la extensión de esta planta en un lugar que hasta ese momento creía original. Si se había escapado del cultivo y se había naturalizado en el barranco eso significaba que se estaba deteriorando el equilibrio de este espacio natural. 
Es difícil encontrar un lugar donde no aparezca la mano humana en el paisaje. Es muy difícil no encontrar plantas alóctonas que en ocasiones invaden y desequilibran un hábitat. No sé hasta qué punto el gran público es consciente de esta situación y de la importancia de implantar hábitos que impidan que cada vez los espacios se degraden más y se pierda la biodiversidad. Porque cuando una planta importada prospera invadiendo un espacio, otras plantas que quizá llevaban allí milenios habitando ese lugar retroceden o desaparecen.
Vinca major. Detalle de los pelos que contornean la hoja en esta especie

Sedum acre "arrocetes"

Sedum acre es una pequeña planta de la familia de las crasuláceas que en el entorno de Barbastro encontramos en arenas  y guijarros de espacios secos y soleados junto al río Vero, pero que también veremos en rellanos de roquedo, y  muros construidos con  mampostería  de sillarejo en seco. 
Habitualmente forma conjuntos apretados de individuos, creando cojines vistosos en primavera por sus tonos brillantes. Cuando el verano avance, las hojas se tornarán más oscuras al tiempo que termina la floración.

Las flores son estrelladas, de pétalos agudos y sépalos libres.
Los tallos aparecen cubiertos de pequeñas y ovoides hojas carnosas imbricadas entre sí. 
La forma globosa de las  hojas se debe a que contienen unas células especializadas en la acumulación de agua. Este agua, además de servir de reserva propia para las épocas secas, parece ser que también permite un sistema de refrigeración al más puro estilo del botijo. Controlando la apertura de los poros que se distribuyen en la superficie de la hoja provocan una transpiración y evaporación regulada del agua contenida. La evaporación en superficie supone el enfriamiento en el interior de la hoja, y mediante este proceso se mantiene estable la temperatura interior de la planta, protegiendo así la estructura interna de las células de su destrucción por la exposición prolongada al sol estival.
Estas hojas contienen alcaloides que las hacen levemente tóxicas, pero que tradicionalmente han sido utilizadas, previamente machacadas y en cataplasma, como cicatrizante. El nombre común de la planta, "arrocetes" alude a la forma de las hojas y a los juegos de los niños en la edad predigital. Esa época en la que los infantes disponían de mucho tiempo sin programar y que en ocasiones dedicaban, sobre todo en verano, a corretear sin excesivas tutelas. Hoy en día, en la edad de la "realidad aumentada", se da la paradoja de que muchos niños no conocen la sensación que produce una hoja tridimensional entre los dedos, ni la textura sedosa de su cutícula, ni el olor agrio del líquido que rezuma, ni han sentido al caminar  el suave chirriar de las guijas crujiendo bajo los pies. Estas son realidades que no requieren la tecnología  del silicio para ser disfrutadas y que desarrollan sensibilidades fuera del alcance del mundo bidimensional que se maneja con dos de los veinte dedos que tenemos.


Ecballium elaterium "pepino amargo"

Esta primavera he estado pendiente de una pareja de palomas torcaces que anidaron en la terraza de mi casa, resguardada su intimidad tras una jardinera de geranios. Tras la puesta, dos polluelos eclosionaron de sus huevos y han ido creciendo y cambiando plumón, hasta que hace apenas dos días, uno de ellos levantó el vuelo y sólo de vez en cuando  vuelve a visitarnos. El otro polluelo parece que tiene menos arrojo y aquí lo tenemos entre familiar y temeroso, mirándonos de reojo (si es que un ave puede hacer tal cosa con su inmóvil ojo) cada vez que nos acercamos. Hay una parte de la naturaleza salvaje que parece que busca la proximidad humana, o quizá sin saberlo les proporcionamos algún vital elemento que les hace vivir con nosotros. Es también el caso de muchas plantas a las que es difícil ver fuera de un entorno humano. El pepino amargo o también llamado, como recopiló José V. Ferrández para la zona del Cinca Medio, amargón, carbazeta borde, pepiné, pepinetes, pepinillo, podenco y pudenco, es una de esas plantas que vemos asociadas a las tapias y muros más vetustos de los pueblos. Esos muros donde el tiempo acumula suelos profundos y bien nutridos a base de procesar los restos vegetales y otros detritos que se van acumulando. 
Las flores nos orientan claramente sobre su filiación con calabazas, pepinos y otras cucurbitáceas, aunque en el caso del pepino amargo ninguna de sus partes es comestible.
Son flores con corola acampanada dividida en cinco agudos lóbulos amarillentos de vistosas venas verdosas,  y recubiertos de un aterciopelado vello. De las dos subespecies que hay en la península aquí encontramos la subespecie elaterium, que se caracteriza por ser monoica, esto es con flores masculinas y femeninas diferenciadas pero en el mismo pie. Las masculinas aparecen en racimos y las femeninas solitarias, distinguibles porque nada más abrirse ya tienen el ovario engrosado con la forma del pepino que después aumentará y formará el fruto.
La aspereza de toda la planta se manifiesta más rotundamente en el fruto, recubierto de rígidas cerdas.
Si la ley de la gravedad enunciada por Newton se asocia a una manzana, bien podría asociarse la tercera ley de Newton al pepino amargo. Esa ley por la que "todo cuerpo que ejerce una fuerza sobre otro cuerpo experimenta una fuerza de igual intensidad en la misma dirección pero en sentido contrario". En la aparente quietud del fruto del pepino amargo se esconde un equilibrio precario. Dentro de la cápsula hermética que forma el pepino se va concentrando una fuerza de presión elevada producida por los jugos que va produciendo y que no encuentran salida. Esta presión contenida hará que cuando ésta sea máxima, al más leve roce sobre el pepino, éste se desprenderá del rabillo que lo sostiene dejando libre un breve orificio por el que saltará a presión un chorro de zumo que arrastrará las semillas a varios metros de distancia, a su vez el pepino saldrá disparado por la fuerza de reacción. 
La naturaleza y sus leyes nos gobiernan y rodean. Descubrir sus secretos cotidianos es sumamente gratificante. Quizá eche de menos a ese palomo cuando se atreva a levantar el vuelo y nos deje.

¿Dos orquídeas?: ¿Ophrys fusca u Ophrys lupercalis?

Hace un tiempo publiqué una entrada refiriéndome a lo que creía eran dos especies distintas de Ophrys que nacen junto al curso del Vero. En ese caso presentaba a dos pequeñas orquídeas que ocupan las terrazas adyacentes, más alejadas del agua, y donde la temperatura primaveral permite la floración temprana, ya que son especies que gustan de espacios medianamente soleados, en claros de carrascal, yermos secos y matorrales altos. Ambas orquídeas pertenecen al género Ophrys, que fácilmente identificamos por el labelo densamente cubierto de vello y decorado con una mancha de diferentes coloraciones y formas según la especie de que se trate. El aspecto del labelo motiva que popularmente se llamen a las flores de este género  "abejetas", en el que se engloban otras orquídeas ya aquí citadas anteriormente como son Ophrys sphegodes, Ophrys incubacea  y Ophrys passionis, así como otras que a medida que avance la primavera irán apareciendo.

Me parecía que podía indicar la presencia de Ophrys fusca y Ophrys lupercalis que son plantas afines, algunos autores subordinan la segunda a la primera, en tanto que las diferencias son sutiles. Flora ibérica tímidamente reconoce la separación entre ambas, aunque otorga más valor como taxón a Ophrys fusca sobre todas las demás, que otros autores engloban en un grupo del que separan numerosas especies. Es así como recibí en este mismo blog el generoso comentario de José María quien me corregía, e indicaba que lo que yo tomaba como dos especies, bien podría ser considerado como una sola: Ophrys lupercalis. Siguiendo su consejo, enmiendo la antigua entrada en este blog y dejo aquí constancia de la corrección. Para quien quiera abundar en mayores conocimientos le invito a que lea el exhaustivo comentario de José María que aparece a continuación de esta entrada. Agradezco aquí su colaboración.

Flor de Ophrys lupercalis

Aspecto general de Ophrys lupercalis

La especiación de las orquídeas es un ejemplo curioso de la prisa que puede tomarse la Naturaleza a la hora de provocar la evolución. Recordemos que las orquídeas son el último giro evolutivo producido en el mundo vegetal, y que al parecer hace pocos millones de años aparecieron sobre la Tierra. En este pequeño espacio de tiempo (geológicamente hablando ,baste comparar que si a las orquídeas se les atribuye una antigüedad de unos 20 millones de años, las coníferas llevan al menos unos 300 millones haciendo sombra en el planeta) las orquídeas  se han convertido en una de las  familias con más diversidad de especies, entre 25.000 y 30.000 especies con una distribución cosmopolita. Quizá la clave de su éxito y su diversificación estribe en que, como ninguna otra planta anteriormente, las orquídeas se han insertado en el encaje global de los hábitats uniendo su destino al resto de seres vivos.
Hoy en día se sabe que en esta familia los insectos son claves para su reproducción, pero también para el transporte de las semillas. Las orquídeas  unen su ciclo vital al de hongos específicos que hacen de nodriza de las diminutas semillas, tan pequeñas que no tienen recursos energéticos como para permitir el desarrollo de la plántula. También a lo largo de su vida tendrán que asociarse con hongos y microorganismos  que de manera cooperante enlazan sus existencias para sobrevivir juntos. Las orquídeas son un bello ejemplo de cooperación en un planeta simbiótico y los dos pequeños ejemplos que presento sirven para recordárnoslo en estas jornadas luminosas de marzo.


Ophrys lupercalis

Ophrys lupercalis

Helleborus foetidus. "chigüerre"



Es el chigüerre una planta siempre verde que encontramos con frecuencia en el Prepirineo y Pirineo. Tiene preferencia por los lugares frescos, incluso fríos, tanto en espacios abiertos algo pedregosos o bajo cualquier tipo de masa forestal. Si bien es fácil encontrarlo en los ambientes de montaña, es raro en el Somontano. Un lugar donde visitarlo es en el camino que de Castillazuelo conduce a El Poyet a tan solo 360 m. de altitud. Lo encontraremos bajo pinos y chopos allí donde el invierno se hace más intenso por la umbría que provocan las márgenes del barranco. 
Su ecología es peculiar, ya que elige enero y febrero para florecer (muchas veces lo hemos visto florecer en la montaña entre la nieve). Las flores están formadas por unos anchos sépalos verdes levemente manchados de púrpura en su interior. Las flores péndulas protegen los estambres y pistilos de los rigores del hielo. Sus hojas son muy características por estar divididas en segmentos muy profundos. Desprende un olor fuerte y desagradable.
Es planta muy tóxica tanto si se ingiere como si es manipulada exteriormente. ya que daña la piel. Pese a esta toxicidad, o quizá por ello, esta planta tiene una larga lista de nombres populares y señala que fue una planta muy conocida en los entornos rurales. 
Chigüerre es la denominación que Chesus de Mostolay indica para el Somontano de Barbastro, si bien éste y similares términos son utilizados en todo el Altoaragón como también indica Rafael Vidaller Tricas, otro estudioso del léxico aragonés. Costumbre antigua era llevar amuleto mágico con ramas u hojas del chigüerre en un pequeño saquito colgado del cuello para prevenir dolores diversos , entre los que se encontraban las "andaderas" vocablo aragonés para designar a la inflamación de los ganglios linfáticos del cuello, ingles y sobacos. De este uso procede el de "yerba de las andaderas" para nombrar a Helleborus foetidus. Entre los pastores, el chigüerre se empleaba para encarnar las "nafras" del ganado. En altoaragonés, nafras son las heridas o yagas. El chigüerre se aplicaba una vez cocido en las heridas de los animales, preventivamente con las manos enguantadas. Otros nombres también utilizados para esta planta eran "pixacan", "tetas de craba", "ixarruego", "marcusin","tetas de bruja"y muchos más.

Corylus avellana

Ha amanecido el día ventoso, la borrasca que se ha adentrado en centro Europa atrae los vientos de la alta presión que se ha instalado en el Atlántico. Se ha vuelto a producir la situación típica de estas fechas, vientos del Noroeste. Es la ocasión para  la fertilización del avellano.

Avellanos en el camino Castillazuelo-Pozán de Vero
El avellano no es frecuente en el Somontano, más bien es raro. Lo vemos crecer salvaje y en abundancia en las orlas templadas de los bosques de montaña, pero aquí en el llano es otra cosa. Algunos aislados ejemplares encontramos en la orilla del río Vero, entre Barbastro y Castillazuelo. Son individuos bastante jóvenes, quizá llegados hasta aquí atraídos por el microclima que el río produce en vaguadas  frescas y bien irrigadas, o quizá sean reliquias de otros tiempos.  Río arriba, en el camino ras Vals, ya cerca de Pozán, recias varas de avellano crecen formando apretados y vistosos racimos. Quién sabe si en esta ocasión la mano del hombre está detrás de esta inusual concentración de avellanos.
Amentos masculinos de avellana, el de la derecha ya maduro.

Ahora, a mediados de enero vemos colgar los amentos masculinos, racimos donde apretadas escamas protegen los estambres. Con el viento del norte, los amentos se agitan, las escamas se abren allí donde los estambres ya están maduros  y el polen queda suspendido en el aire. El azar y la abundancia del polen harán posible que éste tropiece con las pequeñísimas flores femeninas.
Localizar las flores femeninas es un poco más laborioso, ya que se esconden junto a las yemas, apenas miden medio centímetro y sólo asoman los estigmas de color escarlata. 
Amento femenino de avellano

Las brácteas que rodean la flor son pequeñas, escamosas, sólo cuando la flor sea fecundada estas brácteas se desarrollarán y formarán las vistosas escamas de largas fimbrias que rodean el fruto, la sabrosa avellana.
La recolección de los frutos no es la única utilidad del avellano ya que siempre han sido bien apreciadas las largas y rectas varas del avellano. En el entorno pastoril, los largos cayados de pastor acostumbraban ser de avellano, a veces rematado con una pieza metálica curva, ideal para trabar la pata de la oveja rebelde.
De avellano son las varas empleadas para varear el olivo y el almendro. 
Avellanas
En el  antiguo oficio de colchonero,  en esta tierra denominado bareador, la lana era vareada con palos de avellano, así se  separaban las fibras de lana y se devolvía  al colchón blandura y comodidad.

Detalle de amento masculino con estambres maduros e inmaduros

Viburnum tinus y el hombre de Ötzi

Viburnum tinus en otoño, con sus frutos
Caminando por el sendero ras Vals, que de Castillazuelo conduce hasta Pozán de Vero, me he topado con un par de  bellos ejemplares de durillo (Viburnum tinus). Como no es un arbusto que abunde por la zona me he parado para hacerle unas fotos y anotar su ubicación en mi cuaderno de campo. Esta breve parada ha debido abrir una ventana en mi memoria y me ha recordado que hace unos años , visitando Bolzano ,en el norte de Italia, conocimos los restos de Ötzi, el hombre de los hielos.
En 1991 unos alpinistas encontraron a 3.210m de altitud los restos de un hombre semicubierto por el hielo que posteriormente los arqueólogos dataron en torno a los 3.100 antes de Cristo y al que llamaron Ötzi por el valle de Ötz donde lo encontraron. Si ya era sorprendente que se encontrasen sus restos en bastante buen estado, más fascinante todavía fue que, debido a su accidentada muerte (luego se ha sabido que fue un asesinato) este hombre llevaba consigo toda la impedimenta habitual de un cazador del neolítico. Contemplando la ropa, y calzado, de gran calidad técnica y perfecta acomodación para ser utilizada en la alta montaña, nos hacemos juicio cabal sobre la riqueza técnica del ser humano primitivo. Pero además, viendo la cantidad de utensilios que llevaba consigo se puede apreciar que esta persona era un hábil conocedor de los recursos que la naturaleza le proporcionaba. Además de la admirable confección  con pieles del gorro, chaqueta, pantalones y botas, utilizaba habitualmente al menos  una docena de vegetales para sus útiles. El arco que portaba era de fresno,  madera también utilizada para el mango del cuchillo de pedernal. Los carbones para mantener el fuego durante la marcha iban en recipientes de abedul; en el interior, las brasas se guardaban cubiertas con hojas frescas de arce. El hacha con hoja de cobre tenía el mango de tejo. Las botas contenían un forro aislante realizado con varios tipos de fibras vegetales hábilmente trenzadas. También diversas eran las fibras con las que realizó cuerdas y cordones,así como un cobertor o capa que podía funcionar como un buen impermeable. Se encontraron restos de bayas que había ingerido, así como un pedazo de hongo del abedul que podría utilizar como remedio antiséptico. En un carcaj portaba una docena de varillas rectas elaboradas con viburno, algunas de estas flechas estaban terminadas con punta de pedernal. 
Viburnum tinus en primavera, con sus flores
Viendo el viburno cerca de Castillazuelo, he pensado en los habitantes que poblaron estas tierras del Somontano en la misma época que Otzi. Aquí no hemos tenido la suerte de encontrar sus pertenencias, pero bien podemos imaginarlos con similares herramientas y realizando una adecuada elección de los materiales para adaptarse al medio natural. Me los imagino cazando por las riberas del Vero, desde sus fuentes en la sierra de Guara hasta el mismo río Cinca, con sus peregrinajes tras las presas, estableciendo campamentos y  pequeñas poblaciones donde quién sabe si todavía seguimos viviendo.






Otoño en el río Vero

Populus nigra  y Salix alba en el curso bajo del río Vero

Cornus sanguinea
Natura marca con su batuta de luz un ritmo pausado y los seres que la pueblan acomodan  su respiración a las notas que quedan por tocar antes de que el invierno escriba un compás de silencio.
Cada árbol, cada arbusto expone notas de color armónicas que juntas forman la coda otoñal.

Hedera helix
Camino por la orilla del curso bajo del río Vero, y veo en los matices del cornejo (Cornus sanguinea)  y de la hiedra la transformación que se está operando en la estructura de cada una de sus células. Las horas de sol se reducen y su energía calorífica es cada vez menor. La clorofila es costosa de producir, y su menor eficacia energética aconseja disminuir la producción de clorofila y su paulatina descomposición en la célula. Toman el relevo otros pigmentos que hasta ahora habían quedado en segundo plano. Son los carotenoides, que reflejan la luz amarilla y naranja.  Estos carotenos son eficaces absorbiendo los tonos azules y verdes de la luz solar y prolongan un poco más la actividad de la planta ya que se descomponen más lentamente que la clorofila. El paso gradual de unos pigmentos a otros así como sus diferentes concentraciones crea esta variedad de tonos que caracterizan el otoño.

Populus tremula
Recorro el río Vero y veo con más facilidad la variedad de árboles que me rodean. Matices y tonos en gamas riquísimas que añaden el brillo del sol atrapado en cada una de las células de las hojas.
A la experiencia visual se añaden los aromas de las hojas fermentando y transformándose lentamente en materia que se recicla y enriquece el suelo.

Acompaso mi caminar al ritmo sosegado que este ambiente me impone, es un andante ma non troppo que me permite captar los matices y coloratura del tercer movimiento de esta sinfonía.





Frutos de otoño en el Somontano: negros

Si hace unos días presentaba una selección de frutos rojos del Somontano de Barbastro, ahora le toca a los frutos negros. Para ser más preciso habría que decir que son frutos azules o más bien azul oscuro, ya que el negro en sentido estricto no se da en la Naturaleza más que cuando hay carencia absoluta de luz, o si un cuerpo es capaz de absorber toda la luz y no reflejar nada en absoluto, y esta peculiaridad está reservada a los "agujeros negros" del Cosmos. Los objetos cotidianos que nos rodean absorben una gama amplia de luz pero siempre reflejan una parte. Si no fuera así ni siquiera los veríamos y aparecerían ante nosotros como un vacío. Una observación atenta de estos frutos nos revelará, en efecto, que podemos establecer una graduación de azules más o menos oscuros.

 De los frutos que nos podemos encontrar son  pocos los que podremos aprovechar culinariamente. Los pertenecientes a la familia de las rosáceas, es decir Prunus, Rubus y Sorbus son comestibles o se emplean para elaborar licores o mermeladas. Es muy común la zarzamora, en cambio su pariente Rubus caesius pasa desapercibido por producir escaso número de drupas, aunque como planta abunda en el curso del río Vero. Del cornejo, Cornus sanguinea, son comidos los frutos para bajar la fiebre. El resto son más o menos tóxicos, siendo el emborrachacabras, Coriaria myrtifolia, la que mayor toxicidad guarda en sus frutos, los cuales son negros, y son los sépalos de la flor que se recurvan sobre el fruto los que tienen coloración rojiza.

Frutos de otoño en el Somontano: rojos.

El color rojo se sitúa siempre en el extremo cromático que registra nuestro ojo. Es el color con mayor longitud de onda de todos los colores que somos capaces de ver los humanos y por este motivo es de todos los colores del arco iris el  que menos energía contiene. Sin embargo  nuestro cerebro asocia este color con los colores cálidos. La luz violeta, que interpretamos como fría, contiene casi el doble de energía que el rojo. El rojo lo asociamos también con la maduración, simbólicamente los frutos han recogido el calor del sol. Si en ocasiones es apetecible un fruto rojo, en otras el rojo lo asociamos con el peligro, con lo venenoso. Llegamos al otoño, el momento en el que mayor concentración de frutos nos encontramos. Un simple paseo por el somontano de Barbastro nos proporciona un festival de colorido en el que predominan los tonos rojizos. Sirvan estos ejemplos de muestra.

En esta selección hay dos que podrían estar fuera de la selección. Se trata de Frangula alnus, que sólo muestran el rojo cuando están inmaduros y que al madurar se vuelven negros, y también se podría excluir a Iris foetidissima ya que lo que vemos no son frutos sino semillas.
Del muestrario hay frutos autóctonos, pero otros aparecen asilvestrados tras escapar de cultivos, estos son Pyracantha fortuneana y Prunus cerasifera.
De todos ellos sólo son comestibles los frutos de Rosa canina, Prunus cerasifera, Crataegus monogyna y Arctostaphyllos uva-ursi, aunque éste último es bastante insípido. El resto son en diverso grado tóxicos, aunque algunos han sido utilizados en medicina. 
Respecto a los frutos de la rosa, también habría que decir que en nuestra zona hay varias especies de rosas silvestres además de Rosa canina, como son, al menos,  Rosa agrestis y Rosa moschata.

Cucubalus baccifer. "tomate del diablo"

El verano está tocando a su fin y los colores que vimos meses atrás se van atenuando. En su lugar aparecen los frutos que anuncian cambio de estación. Entre estos numerosos frutos podremos tener la fortuna de encontrarnos con los tomatitos del diablo, baya de una hierba de la familia de las cariofiláceas, Cucubalus baccifer. De tamaño algo mayor que un guisante, globosa y negra, esta baya recuerda  a la que produce la belladona (Atropa belladona) motivo por el que en algunos lugares se le llama falsa belladona. Su parecido se limita sólo a la apariencia, ya que Cucubalus baccifer carece de las propiedades psicotrópicas de aquella solanácea. El común "Tomatitos del diablo" también se aplica a Solanum nigrum, Solanum dulcamara, y Solanum villosum. En todos estos casos por  formar bayas tóxicas.Pero con ocasión de Cucubalus baccifer el apelativo contraría su uso medicinal popular, ya que es yerba astringente, y su cocción se ha utilizado como febrífuga y antihemorrágica. 

Como sucede con los humanos, hay plantas que gustan vivir entre sus congéneres , en cambio otras plantas se complacen en vivir aisladas. Cucúbalus baccifer podría decirse que se encuentra entre estas últimas. Es extraño encontrarla formando sociedad con sus iguales.Normalmente aparece en pies aislados, eso sí apoyando sus frágiles ramas en las hierbas que la circundan, formando una maraña de ramas verdes y tiernas al término de las cuales aparecen las flores, que eligen el pleno verano para lucirse.
Como es planta que prefiere lugares húmedos y resguardados de los rigores estivales podremos encontrar esta bella hierba en el camino que sigue paralelo al río Vero, en dirección a Castillazuelo. Es propia de ribazos donde se acumula materia orgánica. Tanto si está en flor como si se encuentra con los frutos, es llamativo el amplio cáliz, el cual se va abriendo a medida que madura la flor y se convierte en fruto.

Orilla del río Vero. Del puente de Hierro a Castillazuelo

Unos días atrás comentaba en este blog el acierto del sendero creado junto al cauce del río Vero desde Barbastro hacia el norte. Elogiaba que se hiciera con un mínimo de anchura para que sólo una persona tras otra  pudiera caminar por él. Hoy quiero argumentar ese aplauso con ejemplos. Para quien no conozca este territorio diré que esto es el Somontano, con un clima mediterráneo continentalizado y una altitud en todo este recorrido del Vero que va de los 330 a los 370m. El trayecto desde Barbastro a Castillazuelo nos permite conocer vegetación arbórea de ribera en formación bastante madura constituida fundamentalmente por chopos (Populus nigra) y sauces (Salix alba), en el que se intercala la tremoleta (Populus tremula)  y el chopo blanco (Populus alba).
Una cubierta intermedia, densa y con gran continuidad la constituyen los cornejos (Cornus sanguinea). Ambas cubiertas de frondosas sirven de apoyo a la madreselva (Lonicera etrusca) y la betiquera (Clematis vitalba). El piso inferior lo cubre una amplia corte de plantas, entre las que cabe destacar por su profusión Euphorbia amigdaloides, Emerus major y la hiedra (Hedera helix). La humedad del río, la sombra creada por la cubierta de árboles y el encajonamiento entre terrazas fluviales hace que una buena parte del recorrido sea sombrío y fresco. Es aquí donde aparecen algunas plantas que merece nombrar. Por una parte están las orquídeas del género Epipactis.
Epipactis microphylla
Están representados los grupos helleborine, tremolsii y atrorubens. Ocupan diversos grados de sombra y humedad, pero en general representan especies adaptadas a los bosques de caducifolias en ambientes nemorales y ribereños.
Por otra parte están las orquídeas del género Platanthera.
Platanthera bifolia
Muy cerca de nuestros pasos veremos Platanthera chlorantha y algo más escondida Platanthera bifolia. En los dos casos estamos ante una novedad en la provincia de Huesca, ya que las ubicaciones de estas dos especies se sitúan normalmente  a partir de 1.000 metros, en ambientes  Prepirenaicos o Pirenaicos. Una localización intermedia en torno a los 550m describe José Vicente Ferrández en Lamata. Aquí la pregunta que surge es si están aquí porque el río ha sido vector de migración de estas especies, o bien si estos ambientes ribereños a baja altitud constituyen una reserva o refugio de estas especies. De ser cierta esta última hipótesis, los ejemplares que contemplamos en este recorrido servirían de testigo para hacernos una idea de cómo era la vegetación en épocas pretéritas, antes de los cambios climáticos de los últimos milenios, y de la intervención del hombre en la naturaleza.
No todo el recorrido es húmedo y sombrío, en ocasiones se aleja del cauce o bien trepa por la terraza fluvial, abriéndose a espacios más abiertos y soleados. El esquema arbóreo cambia y predominan los quejigos (Quercus faginea) que alternan con fresnos (Fraxinus angustifolia) chinebros ( Juniperus oxicedrus) y algún que otro pino (Pinus halepensis). El cambio de condiciones climáticas hace que predomine el jazmín (Jasminum fruticans) escobizos (Osyris alba). La vegetación experimenta un cambio gradual  a medida que nos alejamos del curso del agua y tornan temperatura, humedad y exposición solar. En estos ambientes intermedios nos encontramos con otras orquídeas como  Ophrys apifera, Limodorum abortivum, y Cephalanthera damasonium. Pero los casos más excepcionales los representan la compleja familia de las Orobancheas. 
Orobanche clausonis
 Abunda Orobanche hederae, la encontramos a cientos si no a miles, fácilmente observable junto a su huésped, la hiedra. No es planta que abunde en la provincia de Huesca, pero aquí forma una colonia extensa y numerosa.Más excepcionales son Orobanche camphorosmae (=Phelipanche camphorosmae), parásita de Bassia prostrata  y Orobanche clausonis, parásita de varias rubiáceas. Respecto de la primera, localizada en el sur de Aragón, citada en Huesca para varias localidades situadas  más al sur que la que encontramos en el Vero.  En relación con la segunda,  hasta la fecha sólo se ha citado en Huesca para  el término de Fonz.
Orobanche camphorosmae

Vemos que el Vero hace de vía de conexión de especies que tienen  espacios geográficos opuestos, situados tanto al norte como al sur. El río Vero une los piedemontes pirenaicos con las llanuras de la Depresión del Ebro.En ocasiones  lo excepcional no va unido con los llamativo. La más peculiar encontrada recientemente en este trayecto de Barbastro a Castillazuelo es una pequeña gramínea anual, Phleum arenarium, que vive tal y como dice su nombre en suelo arenoso dejado por el Vero. Hasta la fecha se había citado en Aragón solamente en un carrascal de suelo arenoso de Monzón.
Phleum arenarium
Como decía al principio, con argumentos defiendo que este camino siga manteniendo estas características de sencillez y mínima intervención sobre el espacio que recorre. A poca distancia de nuestros pasos, incluso me atrevería decir centímetros, viven especies vegetales que son muy raras por la ubicación geográfica y altitud en la que se encuentran. De nuestra actitud depende que sigan allí llenando con su biodiversidad esta isla ecológica que es el trayecto entre Barbastro y Castillazuelo.
PD. Mi agradecimiento a José Vicente Ferrández. Hacer el recorrido del Vero contigo fue enriquecedor y divertido a la vez.

Mapas y datos de la ruta de Barbastro a Castillazuelo pasando por Poyet  y de Castillazuelo a Poyet por el camino clásico en wikiloc:
https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=18002106

https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=18100755




Sambucus nigra. "Saúco, sabuco,sabuquero". Dedicado a Trail Makers Barbastro

Huertas, acequias y barrancos amanecen estos días perfumados con el dulce aroma de los saúcos. Este arbusto grande o  árbol pequeño tras pasar el invierno completamente desnudo se ha cubierto de oscuras y grandes hojas divididas en lóbulos en forma de azagaya. Al final de las ramas, grandes panículas de flores blancas cubren el contorno de la copa. El aire caliente de mayo esparce la esencia de néctar que guardan las diminutas flores.
Mi saúco preferido es el que oculta el rústico túnel en la orilla del Vero en Barbastro. Me he acercado al puente de Hierro y bajado por el sendero que permite asomarse a la orilla del río. He caminado a la sombra de álamos, sauces, fresnos y tremoletas. Siguiendo la estrecha senda me han atrapado los aromas de los cornejos y los escobizos. He alargado la mano para recrearme en el sabor de la ajedrea. Poco más allá, mi saúco preferido brilla al sol con sus grandes ramos de flores. Es el telón que oculta la entrada a la mina que permite adentrarse en el mundo fantástico de este río que tan lejos teníamos y que por la labor de unos voluntarios  volvemos a recuperar.
Tengo recuerdos de niño, cuando en la canícula del verano nos bañábamos en Melinguera, Punta Flecha,bajo el puente de Hierro o en la badina tras el puente colgante. Después todo se perdió. El río sirvió de vertedero y después llegó el abandono y el olvido. Han pasado más de cuarenta años y el río ha estado como un enfermo convaleciente, en reposo, regenerándose, cogiendo fuerzas. Allí estaba su acuosa savia limpiando y alimentando las orillas. Durante estos años tanta fuerza cogió que era difícil adentrarse en la espesura creada. Hace no mucho tiempo unos vecinos anónimos decidieron que ya era hora de volver a conocer el río, recorrerlo y vivirlo. Optaron por la mejor solución: crear un sendero estrecho, rústico, humilde pero sabio, que se integra perfectamente. Un sendero que se consolidase a medida que los que caminan por él asientan el suelo. Por fortuna no han intervenido ni máquinas ni desmontes. Tampoco se han instalado grandes carteles ni trazado amplias calzadas que urbanizan lo que jamás tiene que ser urbano. Al ser un sendero estrecho nosotros no invadimos el río, dejamos que los habitantes del río vivan junto a nosotros. El resultado es que al pasar el túnel que guarda el hermoso saúco uno tiene la sensación de adentrarse en otro mundo, más auténtico,más hermoso, más primitivo. 
El río no se ha curado todavía de todas las heridas que le hicimos. Necesita tiempo para que sus árboles maduren, sus sotos se estabilicen. Necesita que no hagamos daño a sus habitantes, que caminemos respetuosamente por el camino trazado. Caminando por el estrecho sendero descubriremos que junto a nuestros pasos nacen multitud de delicadas plantas que demuestran que el río está en vías de recuperación.
Antes de cruzar el umbral del túnel me he parado delante de mi saúco preferido. He aspirado profunda-mente. Por un momento he pensado en coger un racimo de flores para dejarlo secar a la sombra y guardarlo por si en el futuro necesito lavarme los ojos si tengo alguna infección, o para respirar los vapores de su infusión y aliviarme de un catarro. Pero he pensado que está tan hermoso que quiero que otros que pasen lo vean así de esplendoroso. Ya cogeré algún racimo en los saúcos del barranco de las Capuchinas, o en algún otro. Ahora paso bajo sus ramas. Me adentro en el túnel y comienzo al otro lado la aventura siguiendo con cuidado el sendero. Estoy seguro que tras el túnel encontraré alguna nueva experiencia que este río Vero me tiene reservada. 

Cytinus hypocistis y Cistus clusii

La naturaleza inventa y se reinventa a sí misma con la constancia que exige adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes del entorno. En el caso de Cytinus hypocistis ha reutilizado algunas estrategias de los hongos para aplicarlas a esta planta con flores. Aunque el reino de los hongos y el de las plantas está separado por millones de años de evolución, en esta ocasión muestran similitud en su comportamiento.
Cytinus hypocistis es una planta parásita en grado mayúsculo. Viviendo en el interior de su huésped en forma de una masa de filamentos sólo se manifiesta como planta cuando llega el momento de reproducirse. Ahora en mayo, saliendo directamente de las raíces o tallos de su huésped desarrolla un breve tallo recubierto de falsas hojas color escarlata al final del cual crecen apiñadas las flores amarillas o blanquecinas. Sólo asomarán unos pocos centímetros sobre el suelo que previamente han  perforado. Será el único momento de su ciclo vital en el que la planta verá la luz. Por otra parte para nada necesita la luz ya que, viviendo a expensas de su huésped, no tiene clorofila y por tanto no la utiliza para producir nutrientes. Su alimento lo extrae, claro está, de la planta a la que parasita. 
Cytinus hypocistis es la única especie vegetal de la flora europea considerada endoparásita, es decir con vida en el interior de su huésped. Tan peculiar modo de vida le viene de familia. Sus parientes se engloban en la familia de las Rafflesiáceas, que son habituales en climas tropicales. Una prima suya es la famosa Rafflesia arnoldii que bate récords por su enorme flor de un metro de diámetro.
La chupamieles, que es un nombre vernáculo de Cytinus hypocistis, tiene curiosas flores. Mirando detenidamente la piña de flores veremos que están separadas las flores masculinas de la femeninas. Estas últimas se colocan en el exterior del racimo, con un estilo dividido en gajos gruesos. Las masculinas forman una columna alrededor de la cual se sitúan aplicadamente los estambres. Podremos encontrar flores coloreadas de intenso amarillo, o bien blanquecinas. Las fotografiadas pertenecen a la subespecie macranthus. Cada flor tiene un largo tubo, mayor en las femeninas, que se inserta en la base del tallo directamente. Es toda carnosa, tallo, escamas, flores. y si cortamos un pequeño fragmento notaremos un denso látex transparente, como miel. Melera es su otro nombre popular. Este jugo no es dañino sino comestible, y de comprobada acción astringente.
Y tanto hablar de la parásita olvidamos nombrar al huésped: Cytinus hypocistis parasita diversas especies del género Cistus. En el entorno de Barbastro la hemos visto parasitar a Cistus clusii, hermosa jara que abunda en todo el territorio. Forma amplias matas leñosas de vistosas flores blancas. Las hojas recuerdan muchísimo al romero, por lo que se la conoce también como romerilla, y romero macho. De hecho las matas sin flores son confundibles al primer vistazo, aunque resulta infalible respirar el aroma de una y otra para separarlas. 
Pese a ser la romerilla abundante, el caso es que su parásito es considerado muy raro en el Valle del Ebro. Caminar ahora por nuestros montes, adornados con estos hermosos arbustos, puede depararnos además la agradable sorpresa de encontrar el tesoro de la melera, escondido bajo sus espesas ramas.




Adonis aestivalis y Adonis microcarpa


















Durante el brevísimo tiempo que el ser humano lleva sobre la Tierra, y durante el todavía más minúsculo  tiempo que venimos practicando la agricultura, algunas  plantas nos han acompañado como seres discretos, oportunistas, aprovechando los cambios que hemos realizado sobre los bosques, colinas y suelos. Entre ellas están  Adonis aestivalis y Adonis microcarpa. Ambas crecen en márgenes de cultivos de cereal, aprovechando los suelos aireados por el arado, enriquecidas con el extra de nitrógeno que queremos para nuestros campos. Pertenecen a la familia de las Ranunculáceas y son características  de este género las hojas divididas en multitud de finos segmentos lineales.


















De las dos, la más vistosa es A. aestivalis que presenta numerosos pétalos de color escarlata, en ocasiones con una mácula oscura en la base de cada pétalo. En nuestro territorio del Somontano de Barbastro encontramos la subespecie squarrosa, que se caracteriza por los  largos pelos que cubren los sépalos.

















A. microcarpa es algo más pequeña, de flores menores y normalmente coloreadas de un atractivo amarillo limón. Esta última es más montaraz y la vemos en pastos secos, no excesivamente densos de vegetación. Ambas presentan en el centro de la flor carpelos muy apretados, que al madurar se disponen en una columna alargada, momento en el que se aprecian claramente cada uno de los receptáculos de la semilla.

















Estas plantas mesícolas, ligadas a los cultivos tradicionales, están desapareciendo en nuestro paisaje. En otros países europeos, en los que la agricultura industrializada lleva más tiempo actuando, son especies que ya han desaparecido o están en grave riesgo de desaparición. En muchos lugares centroeuropeos ya pertenecen al pasado los campos de cereal orlados de cintas multicolores donde alternaban adonis, amapolas, orlayas, consolidas y otras de estas especies que paradójicamente viajaron y se extendieron con el ser humano, y ahora también nosotros estamos haciendo desaparecer.
Es una pérdida de patrimonio cultural y paisajístico lo que desaparece, además de la pérdida de biodiversidad natural. Pocas veces pensamos que somos nosotros el hilo más débil del telar de la Naturaleza. Cuando se pierde un fragmento de esta diversidad, los seres humanos, desde nuestra peculiar conciencia y memoria, repetimos en nuestra identidad individual y colectiva esa pérdida y nos empobrecemos material y espiritualmente. La Naturaleza es obstinada y se empeña en crear vida y diversidad. Así lo ha hecho durante miles de millones de años, y lo seguirá haciendo. Pero está en nuestra mano  mantener y disfrutar del patrimonio natural que  ha coincidido con nuestra especie en este breve periodo de nuestro espacio y tiempo. Hemos evolucionado fisiológicamente, ahora toca evolucionar culturalmente para entender que es sobre todo en nuestro propio beneficio como especie que la diversidad biológica nos rodee en todo su esplendor. No podemos seguir tratando a los seres vivos como útiles o inútiles, buenos o malos, beneficiosos o vanos. Como decía el filósofo y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson, "una mala hierba es una planta a la que no hemos encontrado todavía sus virtudes".

Ophrys passionis

 La primera descripción científica de esta planta data de 1926. Por aquel entonces, el francés Étiene Marcelin Sennen había dejado su patria natal para regir el colegio en Figueras de los hermanos de La Salle, congregación  dedicada a la enseñanza a la que Sennen pertenecía. No era la primera vez que cruzaba el Pirineo, y probablemente fue su profunda afición a la botánica la que le llevó al desempeño del cargo de director de escuela en tierras catalanas. Ya desde principios de siglo había participado en diversas herborizaciones tanto en la Península Ibérica como en Marruecos. Eran ya conocidas sus descripciones en los corros botánicos españoles. Entre ellos eran bien recibidas sus notas en las tierras aragonesas. La Sociedad Aragonesa de las Ciencias Naturales publicó ya en 1909 la relación de una veintena de plantas recolectadas por las tierras de Tortosa. Sucederían más aportaciones de este botánico en los años siguientes, siendo la editorial zaragozana de Cecilio Gasca la encargada de dar a luz en papel impreso estas descripciones. Muestra también del interés que despertaba este botánico en Aragón  , unos años más tarde la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales, afincada así mismo  en Zaragoza, publicaba en sus boletines más noticias descriptivas de Sennen.





























El hermano Sennen, como prefería que le llamasen, era un acérrimo partidario del intercambio del conocimiento. En aquel entonces era frecuente la correspondencia de pliegos de herbario, o incluso plantas en fresco entre los botánicos de toda Europa e incluso de otros continentes.  Era una tarea laboriosa pero fructífera dirigida a enriquecer el conocimiento científico. Los pliegos que en cajas circulaban por Europa daban  muestra de  la biodiversidad, así como permitía la precisión científica en la catalogación de especies. Estos pliegos de plantas debidamente prensadas venían acompañadas de una exsiccata, es decir una etiqueta donde además del nombre otorgado se describía el especimen recolectado. En 1926 describía en la correspondiente exsiccata a Ophrys passionis, pequeña orquídea de las que tienen el labelo basal que simula el abdomen de un insecto.

En nuestro territorio encontramos Ophrys passionis en pastos soleados, secos, de influencia climática claramente mediterránea, en ocasiones acompañados de tomillos o aliagas como sucede en los lechos arenosos de la Boquera. También aparece dispersa en barbechos o campos de cultivos leñosos donde no se han aplicado con exceso herbicidas. Para el atlas de la flora de Aragón es una planta muy rara en la depresión del Ebro y rara hacia el norte. Los somontanos son terreno apropiado para ver esta flor. Por su similitud a veces es difícil diferenciarla con O. sphegodes, de floración algo más temprana, muy similar en porte, tamaño y colores. Veremos diferentes los diseños del labio inferior, así como en los pseudoojos que en O. sphegodes son verdes y en O. passionis son negros brillantes. No obstante la separación de estas pequeñas orquídeas es compleja por la propensión a generar híbridos que mezclan caracteres.
Quizá las fechas en las que esta orquídea florece, también posiblemente  los colores del labelo, unido a su condición de religioso de La Salle le inspiraron el nombre específico "passionis" en relación a la fiesta de la Pascua. Por mi parte añadiré,con permiso de Sennen, que  en nuestra lengua  la palabra pasión, además de significar la acción de padecer, también significa la afición vehemente de algo. Esta orquídea, como todas las demás plantas de nuestra tierra, provocan esta pasión, el disfrute vehemente de la Naturaleza.

Sierra de la Carrodilla

La tardía nevada de marzo dejó en el Somontano de Barbastro un paisaje insólito. Nos acercamos a Estadilla para desde allí hacer el recorrido clásico de la sierra de la Carrodilla y disfrutar de estampas invernales en un entorno de olivos y almendros. Comenzamos la ruta por el camino a Calasanz, para desviarnos en La Mentirosa  y  bajar por el camino de Alins del Monte que nos conduce a Estadilla.


Los campos están bien sazonados. Las terrazas fluviales del río Cinca dividen el territorio. Al fondo los resaltes calizos de El Pueyo y la Guardia.



Estadilla.

Primeras lomas de la sierra de la Carrodilla.
 Esta vez nos acompaña un trotador excepcional. Angkor está en su elemento correteando a sus anchas.
 La nieve que ayer cayó se ha derretido en la parte baja de la sierra, pero poco a poco comienza a cubrir el monte bajo.

Un bello rincón de esta sierra es el barranco de las Crenchas

Angkor goza con la nieve cubriendo sus cuartos traseros.



Un campo sembrado de cereal de invierno está cubierto por la nieve.
Los cerezos y almendros están en flor y componen un original estampa primaveral.

A la altura de Chardif el campo está cubierto de nieve.

Carrascas y olivos desmienten una imagen que pasaría por pirenaica.

Los corrales de Chardif, los chopos lombardos todavía no han despertado


El barranco del Lobo.


Al poco de desviarnos en la fuente de La Mentirosa, ya vemos parte de los edificios del santuario de La Carrodilla.

La sierra de Guara también se ha cubierto de blanco.

Las fajas que construyen los flancos  de Buñero, desde el santuario de la Carrodilla.

Alrededor de diez centímetros de nieve en la explanada de la Carrodilla.

Algunos árboles han salido mal parados. La pesadez de una nieve muy húmeda junto con los árboles ya cubiertos de hoja ha forzado al límite la resistencia de las ramas. Muchas se han quebrado,  e incluso algunos árboles aparecen desarraigados.

Algunos pinos de Alepo cierran la pista con sus troncos caídos.

La Carrodilla ya en el camino de vuelta.

Paisaje invernal en un 26 de marzo

No estamos acostumbrados a ver olivos rodeados de nieve. Por fortuna para ellos no se avecinan bajas temperaturas.

Con el deshielo, flores que habían quedado sepultadas vuelven a lucir al sol. En este caso Narcissus assoanus.

Estadilla, Barbastro tras las ripas del Ariño y El Pueyo.

Estada

Angkor adora revolcarse por la nieve.

Ya en los muros de Estadilla, dos helechos: la doradilla (Ceterach officinarum) y la cervuna (Polypodium cambricum)


Datos de la ruta:
https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=16954604